La enfermera del CEO
Capítulo 6

Capítulo 6:

A la mañana siguiente me despierto con el sonido de la alarma.

“¡Llegaré tarde!”, exclamo dando un salto.

Me apresuro a cambiarme, iré con mi uniforme de enfermera para ser lo más profesional posible.

No le daré motivos a ese hombre para hacerme la vida imposible.

Corro al lavabo para mojar mi rostro y cuando lo abro, la llave se revienta de la nada salpicándome toda la ropa.

Afortunadamente todavía no me he puesto el uniforme.

“¡No! ¡No!”, grito intentando cerrarla, pero el agua no para de salir como un río.

La cuenta me saldrá carísima este mes.

Abro la parte de abajo del lavaplatos y consigo cerrar la llave auxiliar, pero mi departamento ha quedado anegado por completo, además, la gotera solo se podrá controlar por poco tiempo, si la abro, volverá a inundar todo.

Pego mi frente al borde del lavabo con frustración.

No tengo tiempo para arreglar esto; y podría empeorarlo todavía más.

“Tendré que informar al dueño del edificio antes de salir”, digo en voz alta.

Me apresuré a cambiarme, montada sobre el colchón para evitar mojar mi ropa, sin entender cómo en un segundo pudo anegarse todo el piso. Salí corriendo escaleras abajo y tuve la suerte de encontrarme con el dueño.

«Buenos días, señorita», me saludó.

«Ah, hola», respondí tímidamente, presintiendo que me mataría por haber causado ese desastre.

«Ah… pasó algo en el departamento.»

«¿Qué pasó?», preguntó con el ceño fruncido.

«Ah, bueno, como que se rompió un poco la llave del lavabo y ahora todo está inundado.»

«¿Cómo?», preguntó, abriendo los ojos sorprendido.

«Lo siento, no sé cómo pasó, yo…»

«Está bien, mandaré a alguien a arreglarlo lo más pronto posible», dijo él, con gesto comprensivo.

«Muchas gracias, le dejaré las llaves entonces. No tengo nada de valor de todos modos.»

El señor asintió, pero ya no me miraba con la misma sonrisa.

Creía que me echaría en cualquier momento.

Tomé un taxi y cuando llegué a la mansión de los Fairchild, ya tenía veinte minutos de retraso.

Entré corriendo y me topé con Patrick justo en el pasillo.

«¡Al fin llegas! Estaba a punto de irme sin esperarte.»

«Lo siento, tuve un problema en casa», le expliqué.

«Eso no importa aquí, el señor no está muy feliz ahora mismo», me informó Patrick.

Suspiré con pesadez, este no era un buen comienzo para mí.

«¿Algo importante?», pregunté, tratando de entender la situación.

«No durmió muy bien anoche. Estuvo con dolor por la caída. Le di unas pastillas, pero creo que no le han hecho mucho efecto. Debes hacerle los masajes de terapia para aliviar sus dolencias y para evitar la atrofia en sus músculos», me dijo Patrick.

«Está bien. Anoche le cambié la sonda, no te preocupes por eso», respondí, tratando de mantener la calma.

Patrick salió corriendo, seguramente iba tarde a algún otro lado.

Respiré hondo antes de entrar a la habitación de Alec Fairchild. Ya podía imaginar la cara que tendría, esperando como un león para atacarme a la primera oportunidad.

Tocó la puerta, pero no esperé a que me dijera nada y pasé enseguida. Él estaba acostado en la cama con semblante serio, mirando su celular de manera despreocupada.

«Buenos días, señor Fairchild», lo saludé.

«Querrás decir buenas tardes», contestó cortante.

«¿Ah?»

«¿Has visto la hora? Si vas a empezar así, creo que mejor voy a ir despidiéndote de una vez», advirtió.

Respiré profundamente, recordando las palabras de mi padre:

‘Si te ganas su favor, tal vez podría ayudarnos’

Pero deseché ese pensamiento.

No pretendo rogar limosnas a nadie, mucho menos a este hombre.

Me ganaré el dinero como se debe: trabajando.

«Lo siento, señor Fairchild, no se volverá a repetir», respondí sin darle explicaciones.

Él volvió a lo suyo sin prestarme atención, y yo intenté comenzar con mi trabajo.

Se suponía que Patrick ya lo había dejado listo, pero siempre debía revisar que todo esté en orden con su sonda.

«Debo comenzar con sus ejercicios de la mañana», mencioné.

«Eso según lo que decía en las carpetas», agregué, tratando de ser profesional.

«No quiero salir hoy, ni moverme de aquí. Le recuerdo que, por su culpa, me caí», dijo Fairchild, culpándome.

«Con mayor razón debe hacer los ejercicios para ayudarlo con el dolor. Señor Fairchild, ¿Ha intentado la terapia de estimulación de la médula espinal?», sugerí, tratando de ofrecer opciones para su mejoría.

Él me miró fijamente y dijo:

«Mire, señorita Jones, limítese a cumplir solo con lo que tiene que hacer, y no sugiera ideas que no le conciernen. No crea que es la primera a la que se le ha ocurrido algo así.»

Sus palabras me irritaron profundamente, pero me contuve.

Decidí no discutir y seguir con mi trabajo.

«Está bien», respondí secamente.

Intenté desarroparlo, pero él sujetó mi mano con fuerza y lo impidió.

Su mirada determinada me hizo retroceder.

Alec era atractivo, pero todo eso se perdía bajo esa capa de odioso que tenía todo el tiempo.

«Déjalo así», ordenó con frialdad.

«Suelto la sábana conteniéndome todo lo posible para no insultarlo y largarme en este preciso instante. Creí que podría hacerlo, de verdad pensé que podría cuidarlo, pero no creo tolerar a este hombre ni un minuto más», reflexioné, sintiendo una mezcla de frustración y enojo.

«Ya vengo», dije finalmente, saliendo de la habitación sin esperar a que él aceptara o no.

Cerré la puerta y me apoyé contra la pared, tratando de contener las lágrimas que querían escapar de mis ojos.

Sentía que no podía respirar, la incomodidad que me abrumaba era demasiado.

Mi celular volvió a sonar y contesté sin más vueltas.

«¿Aló?», respondí, tratando de ocultar mi agitación.

«Señorita Jones, soy el dueño del edificio», dijo el hombre al otro lado de la línea.

«Ah sí, ¿ya arregló el problema?», pregunté, tratando de mantener la compostura.

«No, el plomero terminó de inundar el departamento, espero que no tuviese nada importante ahí», informó.

Llevo una mano a mi cabeza, esto no puede ser.

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