La enfermera del CEO -
Capítulo 58
Capítulo 58:
«Doctor, ¿Podría quitar ese cuadro? Solo por la duración de la consulta», pregunta Madison.
«¿El de los perros…?»
El doctor se queda mirándome un momento y luego parece recordar.
Él fue quien me trató al principio y está muy enterado de todo.
«¡Oh! Sí, por supuesto.»
Baja el cuadro y lo esconde detrás de su escritorio.
«Lo lamento, lo había olvidado. ¿Cómo te encuentras, Alec?», me pregunta.
«Con dolor, odiando mi vida, pero ahí vamos», respondo sarcástico.
El doctor se echa a reír con incomodidad.
Madison me mira con una expresión que parece decir ‘no hagas eso’, pero la ignoro.
No estoy de humor para tratar bien a nadie.
«¿Con dolor? Podríamos cambiarte el medicamento si el que te mandé no está funcionando», sugiere el doctor.
«No quiero vivir dopado o hacerme adicto a tener que tomar esas pastillas, doctor», respondo.
«Siempre se puede usar la terapia física, también te puede ayudar, cremas para el dolor, masajes. No descartes nada»
Agrega el doctor.
Madison se queda en un rincón mientras el doctor comienza su evaluación.
Me hace hacer un montón de cosas con las manos y los dedos, y luego procede a mis piernas.
Las típicas pruebas de siempre, el martillo en mi rodilla, pincharme con cosas afiladas para ver si siento algo, mover mis piernas para evaluar mis músculos, y la última, la que más odio: pedirme que intente mover, aunque sea un dedo.
«No puedo sentir nada», le digo al doctor cuando pregunta.
El hombre no dice nada hasta que vuelve a sentarse en su escritorio.
Acomoda sus papeles y tipea algunas cosas en la computadora y a mano antes de hablar.
«Bien, como sabes, Alec, tienes una lesión que va desde la L1 hasta la L5. Esperaba que tal vez, por algún milagro, recuperases algo de sensibilidad o movilidad, pero por como veo que van las cosas, eso no sucederá»
Afirma el doctor.
«Ya lo sabíamos, doctor, por eso no quise aferrarme a ninguna esperanza», comento.
«Pero, doctor, ¿Qué hay del tratamiento experimental de la estimulación medular?», pregunta Madison interviniendo abruptamente en la consulta.
No dejará de insistir con eso, ¿Verdad?
«Mmm, es una buena alternativa, pero como has dicho, es experimental, así que todo dependerá de que el señor Fairchild quiera hacerlo», responde el doctor.
«¿Podría funcionar?», interrogo.
«Las pruebas que se han realizado con otros pacientes han dado buenos frutos, pero no puedo asegurarte que funcione contigo, cada caso es diferente. Sería muy osado de mi parte decirte que sí», concluye el doctor.
El neurólogo termina de darme su diagnóstico, me receta unas pastillas más fuertes para el dolor en caso de que cambie de opinión y nos despide.
Cuando salimos de allí, miro a Madison con mala cara.
«Tienes que dejar de hacer eso», le digo.
«¿Qué cosa?», pregunta ella.
«Deja de pedir que me haga ese maldito tratamiento, no lo haré. No te metas en mi vida ¿Ok? Ya es suficiente con la cara de lástima y pesar de los demás, no soportaría que tú también lo hagas», le explico.
«¿Por qué te miraría de esa manera, Alec? No tiene sentido», responde ella.
«Porque cuando no funcione, así me mirarás. Se borrará ese rayo de esperanza que por alguna estúpida razón tienes en los ojos. Soy un caso perdido, así que olvídalo», le digo con firmeza.
«No me pidas que lo olvide, no puedo hacerlo. Siempre intentaré hacer todo lo posible para ayudarte, hasta agotar todas las opciones, y si esa es la última, entonces tienes que intentarlo», insiste Madison.
No disimulo mi sorpresa al escucharla decir aquello.
Ni siquiera mi esposa está tan determinada a convencerme de que lo haga.
De hecho, ella ya está igual de resignada que yo a que no volveré a caminar, entonces, ¿Por qué a Madison le importa tanto?
«No quiero que entres conmigo a ninguna otra consulta más», declaro.
«Pero, Alec…»
«¡Basta!», grito, sintiendo la mirada de las personas en el pasillo volverse hacia nosotros.
«No insistas por favor, ya déjalo. Espérame afuera.»
Ella abre la boca para discutirme, pero al final no lo hace.
Da media vuelta y se aleja de mí sin mirar atrás.
Siento que es lo correcto, debo hacerle comprender que no debería preocuparse tanto por mí.
Paso a las siguientes consultas donde evalúan mis exámenes de sangre y orina.
Según el doctor, tengo una infección, pero no parece ser nada demasiado grave.
Me manda un par de antibióticos y paso al siguiente.
El que más temo es el psicólogo.
Sé bien que me regañará por no haber asistido a las consultas y por echar al último que fue a mi casa.
«¿Por qué rechazaste las terapias?», me pregunta.
«No las necesito»
Aseguro con frialdad.
«¿Estás seguro de eso?»
De lo único que estoy seguro es de que ninguno de estos profesionales podrá ayudarme con lo que estoy sintiendo.
La consulta no se extiende demasiado debido a mi reticencia a contestarle las preguntas. Al final, me pregunta si no he venido con alguien más.
«Sí, pero está afuera.»
«¿Es su esposa?»
«No, mi enfermera.»
«Me gustaría hablar con ella un momento, ¿Puede decirle que pase?»
«Debo recordarle que todo lo que hablamos aquí es confidencial. Si usted llega a decirle algo de mi diagnóstico, juro que haré que lo despidan y que pierda la licencia. Nunca más volverá a trabajar ni en su casa.»
«Descuide, el secreto profesional entre usted y yo se mantiene intacto», me responde con frialdad.
Salgo de allí y le digo a Madison que pase.
Se demora dentro mucho más tiempo de lo que me gusta.
Estoy a punto de entrar cuando ella sale.
«¿Vamos?»
«¿Qué te dijo?»
«Nada importante, no te preocupes.»
«Tienes que decirme lo que te dijo, te lo ordeno», demando, sintiendo una furia creciente al pensar que están conspirando a mis espaldas.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar