La enfermera del CEO
Capítulo 57

Capítulo 57:

Sentía un nudo en la boca del estómago, aunque sabía que era una expresión errónea, que no me dejaba en paz.

Todo iba relativamente bien, hasta que de pronto llegó a la consulta un hombre bastante alto.

Al entrar de contraluz, no podía verle bien el rostro. Caminó hasta la recepción y exigía que se le atendiera de inmediato.

“¡¿Acaso no saben quién soy yo?! Esto es una emergencia», gritó el hombre a la recepcionista, llenando el ambiente con su exasperación.

Tania me tomó del brazo y nos escondimos en uno de los cubículos de atención.

Susurros de confusión y preocupación llenaban el aire.

«¿Qué haces?», le pregunté en un susurro, sintiendo el peso de la indecisión sobre mis hombros.

«Deja que de ese se encarguen otras, ya te tienes ganado al profesor, si te ve atender mal a ese hombre, te reprobará,» susurró Tania con urgencia.

Su consejo era sensato, pero ¿Qué decía de mí si me quedaba escondida como una cobarde? Aun así, decidí seguir su consejo y permanecer en el cubículo un poco más.

Afuera, la discusión del hombre con el personal del hospital continuaba, hasta que finalmente cesaron los gritos, indicando que uno de los dos había cedido.

“Pase aquí, señor, ya se le atenderá», escuché a una enfermera decir mientras los pasos se acercaban al cubículo donde estábamos.

Vi a Tania salir disparada por el otro lado de la cortina, dejándome a mí sola. La enfermera abrió la cortina y me encontró de pie, congelada por la sorpresa.

Finalmente pude ver al hombre con claridad, y ¡Dios santo!

Me dejó sin aliento.

Era tan guapo que no podía creerlo.

Sus facciones perfectas y sus ojos verdes me miraban con recelo.

Lo que más llamó mi atención fue su cabello entre castaño y rubio, corto y medio revuelto.

“Oh, estás aquí, ¿Puedes irlo atendiendo?», me preguntó la enfermera.

“S… sí», tartamudeé, sintiéndome intimidada por su presencia.

Él me miró inquisitivo y luego dijo con firmeza:

“Si ella es una aprendiz, no quiero que me atienda.»

La enfermera intentó tranquilizarlo, pero él insistió en que no quería ser atendido por mí.

Sentí una mezcla de frustración y enojo mientras salía del cubículo.

“¿Madison?»

Su voz me sacó de mis pensamientos.

“¿Ah?»

“Te pregunté si se me ve bien así.»

“Oh, sí, te ves muy bien,» respondí en un susurro, tratando de procesar lo que acababa de suceder.

Era él, el mismo hombre insufrible que conocí hace seis años cuando apenas era una pasante en el hospital.

Alec Fairchild y yo ya habíamos cruzado nuestros destinos antes.

No podía creer que no lo hubiera reconocido hasta ahora.

Es que, debo admitir que se veía muy diferente a como lo recordaba.

Además, antes sí podía caminar.

“¿Sucede algo?», preguntó Alec, notando mi distracción.

“No, todo está bien,» respondí, tratando de disimular mi sorpresa y desconcierto.

POV Alec

Madison se comportó de manera extraña desde que me afeité la barba.

Me siento extraño incluso yo mismo, ya que la sensación de la barba fantasma persiste.

A veces, me sorprendo intentando acariciarla con mis dedos, olvidando que ya no está allí. Sin embargo, Jennifer quedó encantada con el cambio.

“Te ves muy bien, estás como cuando te conocí», me dijo esta mañana.

Han pasado dos meses desde que Madison comenzó a trabajar conmigo, y a pesar de todo, me siento bien teniéndola a mi lado.

Hoy es un día importante, tengo mi visita periódica en el hospital.

Es uno de esos días que no disfruto.

Odio los hospitales.

La última vez que estuve en uno fue hace seis años, cuando por accidente quemé una olla en casa.

Estaba en mi época de querer ser chef, olvidé la olla encendida y el resultado fue un desastre.

Fui al hospital más cercano y me atendieron bastante mal.

Desde niño, no he tenido los mejores encuentros con los centros de salud, así que solo pensar en ir allí me produce mucha ansiedad.

“¿Estás bien?», preguntó Madison antes de salir de la casa.

“Sí, todo está bien», mentí.

“Entonces ¿Por qué jugueteas con tus manos de esa manera?», notó ella.

Me sorprendió que se diera cuenta de algo que ni siquiera yo había notado. A veces siento que ella me conoce más que yo mismo.

“Estoy bien», respondí secamente, sin querer profundizar en el tema.

No me gusta que me presionen, tampoco quiero explicar mis traumas mentales. Ella se dio cuenta de mi reticencia y se cruzó de brazos, mirando por la ventana.

Viajamos en uno de mis autos, con Harry como chofer. Después de diez minutos, estacionamos en el área de discapacitados y ella me ayudó a bajar.

El clima era fresco y cálido, típico de Austin. Había mucha gente en el estacionamiento, algunos parecían bastante enfermos.

Cerré los ojos y respiré profundamente, siguiendo las técnicas que Madison me enseñó para calmar la ansiedad.

Ella me empujó hacia dentro del hospital y nos dirigimos hacia el área donde sería evaluado.

Pasaríamos por varios médicos, incluyendo al neurólogo, médico general, nutricionista y psicólogo.

“Hoy será un día largo», le dije a Madison, sugiriéndole que se fuera si quería.

“¿No necesitas mi ayuda?», preguntó.

“Estoy rodeado de gente que está aquí para ayudarme, no te preocupes», le aseguré.

Ella entrecerró los ojos, sospechando que no quería que supiera sobre mis evaluaciones, y en parte tenía razón.

“Creo que debería acompañarte», insistió, preocupada.

“Bien, pero solo a los que yo te permita», acordamos.

El primero en atendernos fue el neurólogo.

El consultorio era acogedor, con un gran póster de un perro jugando con su dueño.

Y entonces lo vi.

No podía ser.

Volteo la mirada hacia otro lado, tratando con todas mis fuerzas de evitar que mi estrés se dispare al ver esa imagen.

No hay nada que haga que cada vez que mire a uno de esos animales, el recuerdo de mi trauma se active.

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