La enfermera del CEO -
Capítulo 56
Capítulo 56:
Su respiración se agita, puedo sentir su aliento cálido en mis mejillas.
Cuando abro los ojos, me doy cuenta de que no es quien yo creo.
En lugar del cabello rubio de Jen, es un cabello castaño y lacio.
Ella se separa de mi piel por un momento, y me quedo hipnotizado viendo sus ojos marrones fijos en los míos.
“Madison…”, digo con sorpresa.
Ella me sonríe y entonces me despierto de golpe en la cama, solo, y con una erección levantando las sábanas.
POV Madison
“Quiero afeitarme la barba”, dice de pronto cuando estoy por terminar sus ejercicios matutinos para los músculos.
Sus piernas se han estado adelgazando más estos últimos días, así que lo he prácticamente obligado a hacer más actividad física.
Volteo a mirarlo con sorpresa, sus ojos verdes me miran intensamente.
Ha estado actuando de manera extraña desde la discusión con su esposa sobre mí.
Que me defendiera tan fervientemente esa noche me hace cuestionarme muchas cosas. No creí que le cayera bien, ni siquiera que le agradara, pero parece que estoy empezando a penetrar esas capas de ego y soberbia que lo caracterizan.
«¿Estás seguro?», pregunto con curiosidad.
«Sí, lo he pensado bien y creo que quiero hacerlo. A mi esposa siempre le he gustado más así. ¿Quién soy yo para decirle que no lo haga? Nadie, evidentemente,» responde él, dejando ver un atisbo de vulnerabilidad.
Mientras le traigo las cosas para afeitarse, me doy cuenta de lo imprudente que he sido al sugerirle algo así.
¿Por qué le habré dicho eso?
¡Dios!
Soy tan imprudente en ocasiones.
Mientras él se afeita, aprovecho para ir al baño.
Al mirarme en el espejo, me doy cuenta de lo poco especial que soy en comparación con su esposa.
¿Por qué me preocupa tanto lo que piense?
¿Por qué me afecta tanto su opinión sobre mi apariencia?
Vuelvo a su habitación y cuando veo el resultado de su afeitado, quedo en completo shock.
No puede ser real, ¿Verdad?
¿Cómo es posible que se vea tan diferente?
Mi mente se llena de recuerdos, uno de hace seis años, como si fuera ayer…
«¡Madison! Apresúrate, vamos tarde a la clase de anatomía,» recuerdo a Tania, mi mejor amiga, instándome a moverme.
Esa mañana estaba agotada por no haber dormido la noche anterior.
Tenía unas ojeras marcadas que me hacían ver demacrada.
«¿No puedo faltar hoy?», le pregunté, tratando de encontrar una excusa para quedarme en casa.
«Sabes muy bien que no, tenemos práctica al medio día en el hospital,» mencioné a Tania mientras caminábamos hacia la clase.
«Tendré suerte si no me quedo dormida en plena clase. Si tengo que hacer guardia hoy, creo que roncaré sobre los pacientes»
Agregué con una risa, anticipando la fatiga que se avecinaba.
Tania soltó una carcajada de esas que siempre llamaban la atención de medio mundo.
Rápidamente recogí mis cuadernos y me apresuré tras ella hacia la clase. La perspectiva de no ver a Caleb hasta el día siguiente dificultaba que mi mente se concentrara.
Mis predicciones se cumplieron; me quedé dormida en plena clase mientras la profesora hablaba sobre los pares craneales y amenazaba con reprobarnos si no recitábamos cada detalle.
Tania me sacudió justo antes de que terminara la clase.
«Despierta mujer, si te ve durmiendo te hará una pregunta…»
«¡Señorita Jones!»
Exclamó la profesora en voz alta, captando la atención de todos.
Lancé una mirada asesina a Tania; ella la llamó, y la profesora parecía tener un talento especial para detectar cualquier distracción.
«Ah… sí, profesora?», respondí, tratando de recuperar la compostura.
«Dígame, ¿Qué parte del cuerpo controla el nervio trigémino?», preguntó la profesora.
Parpadeé varias veces, luchando por recordar la información, pero mi mente estaba llena de pensamientos sobre Caleb.
«Ah… el… la…»
«¿No lo sabe?», interrumpió la profesora.
«Controla los músculos que participan en la masticación y la información sensorial del ojo, los dientes y el lado de la cara»
Intervino Tania, salvándome del apuro.
«Muy bien señorita Friedman. Quizá tu amiga debería pasar más tiempo contigo, a ver si se le pega algo de tus conocimientos,» comentó la profesora de manera sarcástica.
Después de esa humillación pública, nadie volvió a hablar ni a quedarse dormido en clase.
Terminada la lección, nos apresuramos a las pasantías en el hospital de Austin, donde nos aguardaba un profesor igualmente malhumorado.
Tania y yo llegamos justo a tiempo; saqué la bata algo arrugada de mi bolso y me la coloqué mientras él se aproximaba.
Aunque me escudriñó con la mirada, no dijo nada.
«Hoy tendrán que atender a los pacientes que llegan de urgencia. Les advierto que son los más quisquillosos; vendrán pacientes a decirles que lo suyo es una emergencia y no una urgencia. Los evaluaré para ver cómo manejan esa situación. Deben saber decirles con tacto y pedirles que esperen mientras los atienden. ¿Muy bien?»
Instruyó el licenciado Clark.
«Ok licenciado Clark,» respondimos al unísono y nos dispersamos en el pasillo.
Antes de que pudiera continuar, el licenciado Clark me detuvo.
«Jones.»
«Sí, dígame, licenciado.»
«La presentación en el hospital es lo más importante. La próxima vez, si va a traer una bata arrugada, mejor no se la ponga, es más, quítesela mejor. Se verá menos desaliñada si va sin ella,» comentó con tono crítico.
Miré mi bata para comprobar si eso era cierto.
Aunque la dejé impecable antes de salir, era lógico que se hubiera arrugado en el bolso.
Aun así, él estaba exagerando.
«Ok», respondí sin darle muchas vueltas, me quité la bata y la volví a guardar en mi bolso.
Poco después, alcancé a Tania, quien se extrañó al verme sin la bata.
Sin embargo, no hubo tiempo para preguntas, ya que los pacientes comenzaron a llegar.
Era mi tercera vez atendiendo directamente a las personas, y estaba realmente nerviosa.
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