La enfermera del CEO -
Capítulo 4
Capítulo 4:
Entro a la sala de descanso con la intención de encender la televisión.
Al menos intentar distraer mi mente con una película o algo.
No quiero pensar en lo que me está pasando, no quiero pensar que ni siquiera soy capaz de prepararme un sándwich por mi cuenta.
De pronto la chica se aparece por el mismo lugar por el que entré.
Se queda de pie en la puerta, pensando en su próximo movimiento.
“Sirve para algo y al menos prepárame un sándwich”, ordeno.
“Disculpe señor, pero esas no son mis funciones”, musita.
¿Qué ha dicho?
¿Me ha dicho que no?
A mí nunca nadie me dice que no.
“¿Qué?”
“Soy enfermera, no mucama”, contesta levantando solo un poco el tono de voz.
“¡Increíble! O sea que eres incapaz de hacer siquiera un sándwich. ¿Sabe qué? Creo que mejor se va del todo ahora mismo, no pienso tolerar su presencia ni un minuto más”.
“Pero señor Fairchild…”, dice con un tono de súplica.
Creo que sus ojos están por desbordar las lágrimas.
“¡Váyase!”, grito.
“¿Sabe qué? Me iré. No importa lo mucho que paguen por cuidarlo, no lo vale, Usted es un hombre insoportable. ¡Estar en esa silla no le da derecho a tratar a los demás como basura! Hasta nunca, señor Fairchild”, responde con las manos empuñadas y las mejillas completamente rojas.
Da media vuelta y sale de la habitación dando zancadas.
Es la primera vez que alguien se atreve a replicarme de esa manera, y estoy bastante sorprendido al respecto.
Ni siquiera tengo palabras para decir qué acaba de pasar.
Esa mujer no es como las otras enfermeras, y de eso ya no tengo ninguna duda.
“No me importa, no necesito a nadie”, digo para mí mismo.
Yo trato a los demás como se me dé la gana, ¿y quién es ella para cuestionármelo de todas formas?
Empujo la silla hasta el área de la cocina.
No la escuché cerrar la puerta al salir, pero imagino que ya debe estar muy lejos de aquí.
Ahora tendré que explicarle a mi esposa por qué debe comenzar las entrevistas de nuevo.
No descansaré hasta que desista de su idea de ponerme a más niñeras como si tuviese cinco años.
Acepté al enfermero de la noche solo porque sé que ella no podría ni meter un hilo en una aguja, mucho menos podría dejarla ponerme un catéter en…
Me estremezco solo de pensarlo.
Ya es suficientemente incómodo con Patrick, el enfermero de la noche, pero al menos él es un experto en el tema.
Cuando llego a la cocina, para mi sorpresa, no hay nadie.
Mi mujer debió darles el día a todos.
Es algo que suele hacer por las tardes; no sé con qué intenciones; quiero creer que es para que no me molesten, pero en realidad no me ayuda.
Solo me complica más las cosas.
Realmente tengo hambre, esperaba que la enfermera me preparase algo, pero tendré que hacerlo yo mismo.
Ruedo hasta el cajón de la despensa.
Parece que esta vez cuento con suerte, porque han dejado todo casi a mi alcance. Jalo el pan, y en el refrigerador, el queso y el jamón están a mi altura.
¡Bien!
Ahora solo me falta ponerlo a la tostadora.
Desde donde estoy, debería ser fácil alcanzarla, sin embargo, la han dejado demasiado atrás y la silla no me deja llegar hasta ella.
Estiro mi brazo todo lo que puedo.
“¡Vamos! Solo un poco más”, murmuro con los dientes apretados.
El esfuerzo de estirar mi cuerpo me hace sentir un terrible dolor desde las caderas hasta la punta del pie. Grito de agonía y en mi intento por alcanzarlo, me inclino demasiado hacia delante.
La caída es inminente, y no hay nada que pueda hacer para detenerla.
La silla sale disparada hacia atrás y yo termino golpeándome la frente contra el suelo.
“¡Aargg! ¡Maldición!”
Mi respiración se agita de pronto.
Ahora tengo un chichón en la frente y la dignidad por el piso, y no solo en sentido figurado.
“¡Señor Fairchild! ¿Se encuentra bien?”
No quiero voltear a verla.
Creí que se había ido cuando me insultó.
La enfermera se acerca corriendo e intenta ayudar a levantarme, pero yo la empujo con un brazo, entonces levanta la silla y la asegura bien frente a mí.
“¿Qué hace aquí? Creí que se había ido”
“A pesar de que usted me echó de la peor forma, mi sentido del deber no me deja irme así sin más. Además, olvidé mi bolso en la oficina de su esposa. Cuando me iba escuché su grito”, explica.
“Esa es mi oficina, no de ella”
Me toma de los hombros a pesar de mi negativa.
“Déjelo, usted no podrá levantarme. Es muy delgada y pequeña, y yo un hombre muy grande y pesado”.
“Ya no hable por favor”.
¿Me ha mandado a callar?
Esta mujer no hace más que desafiarme a cada segundo. Suspiro de frustración, sé que no podrá hacerlo.
De pronto, y callando rápidamente mis conjeturas y prejuicios sobre ella, me levanta con bastante facilidad y me hace sentar en la silla de ruedas.
Se da la vuelta y me acomoda las piernas con delicadeza sin levantar la vista en ningún momento.
“¿Cómo ha hecho eso? Tiene más fuerza de la que pensé”.
“Vengo del campo, cargo becerros todo el tiempo, le aseguro que usted no es tan diferente”.
“¿Me estás comparando con un becerro?”, pregunto enarcando una ceja.
Ella levanta la vista y sus mejillas vuelven a sonrojarse, sin embargo, esta vez no es por enojo.
“No”, responde rápido.
“¿Cuál era tu nombre?”
“Madison Jones”
Se queda mirándome a los ojos, está agachada a mi altura, así que puedo detallar cada movimiento y expresión de su rostro.
Madison es en verdad muy guapa.
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