La enfermera del CEO
Capítulo 3

Capítulo 3:

POV Alec

Estoy harto de que mi mujer siga trayéndome enfermeras para aprobar, en realidad, estoy harto de todo esto, desde que perdí mi capacidad para moverme por mí mismo en ese maldito accidente, mi vida no ha vuelto a ser la misma.

No entiendo por qué a Jennifer le cuesta tanto entender que lo único que quiero es que sea ella quien me cuide, pero desde que eso pasó, siento que solo quiere deshacerse de mí.

No puedo hacer nada para evitar que abra la puerta y eso me llena de rabia, me siento como un inútil.

Pasé de ser el CEO más importante de todo Austin, a ser solo un lisiado que necesita ayuda hasta para ir al baño.

Cuando escucho que la puerta corrediza se abre, giro como puedo en la silla y la veo ahí.

Debo admitir que de todas las enfermeras que ha traído mi mujer, esta es la más bella de todas. Me mira atónita, como si hubiese encontrado al mismísimo presidente del país ahí.

“¿Quién es usted? ¡Lárguese!”

Podrá ser guapa, pero eso no me interesa, no la quiero aquí.

No necesito la ayuda de nadie.

“Soy Madison Jones, y yo seré su enfermera”, responde mirándome fijamente.

Tiene agallas, lo reconozco.

No me quita los ojos de encima.

Frunzo el ceño, analizando mejor a esta mujer.

Hay algo distinto en ella, algo que no tenían las demás enfermeras, pero no puedo descifrar de qué se trata.

“Pierde su tiempo, no la aceptaré”.

“Señor Fairchild, deme una oportunidad, si para el final del día sigo sin agradarle, entonces podrá despedirme y no pondré ninguna objeción”.

Eso sí que no me lo esperaba.

Por lo usual, cuando insisto en que no las quiero, se van sin intentar negociar conmigo, pero esta mujer parece determinada a convencerme de lo contrario.

En ese momento, mi mujer abre la puerta con la cara más colérica que le he visto hacer hasta el día de hoy.

Si no la acepto, será capaz de arrojarme al río con todo y silla.

“Alec, la aceptarás o te juro que…”

Levanto una mano para interrumpir sus palabras.

“Está bien, acepto”, contesto.

Mi respuesta es ambivalente, porque estoy diciéndole eso a las dos.

“¿De verdad?”, pregunta Jennifer.

Su semblante cambia enseguida, no sé si es decepción o alegría lo que veo en sus ojos.

“Sí”, respondo con frialdad.

“¡Oh! Fantástico, entonces señorita Madison, ¿Puede empezar de una vez? Tengo una cita en la empresa muy importante”.

“¿Qué cita? No me has informado de nada”.

“Alec, sí te lo dije, hoy es la reunión con los inversionistas de la empresa de petróleo, quieren evaluar el precio en el mercado”.

¡Maldita silla!

Esa es una de las reuniones más importantes del año.

“Creo que lo ideal es que yo vaya, cariño”.

“¿Cómo vas a ir estando así? No puedes ir con esa bolsa de orina colgando y la cara como un leñador. No. Quédate aquí y recupérate, haz las terapias que te recomendó el médico y entonces podrás volver”.

“Ah…”

La enfermera se atreve a interrumpir nuestra conversación.

Mi esposa la mira, esperando que diga que sí…

“Creo que sí puedo empezar hoy”.

“¡Excelente! Entonces, me iré. Todo lo que tienes que saber está en esos archivos”, le dice señalando las carpetas organizadas que dejó el enfermero de la noche.

Mi esposa sale por la puerta corrediza sin siquiera despedirse de mí.

Odio que me trate de esta manera, estoy seguro de que solo quiere deshacerse de mí, he dejado de serle funcional y ahora solo represento una carga para ella.

Nos quedamos solos la enfermera y yo.

Me mira sin saber qué hacer, creo que esto será muy divertido. Al menos por unas horas la torturaré hasta que decida renunciar.

“Muchas gracias por aceptarme señor Fairchild, le juro que…”

Levanto una mano para interrumpir sus parloteos, ella se queda paralizada a la expectativa de lo que le voy a decir.

La miro a los ojos con la expresión más fría que puedo darle y digo:

“No se ilusione señorita, solo acepté para que mi esposa me dejase en paz por unas horas. Para el final del día, usted se irá por esa puerta y no volverá nunca más”.

Se queda muda, y eso me satisface.

Al fin algo de entretenimiento desde el accidente.

Han sido seis meses desesperantes y horribles.

“Si ha aceptado, es porque al menos me dará el beneficio de la duda”.

“Si he aceptado, es para que mi mujer no fastidie. Esa reunión es importante y no tengo intenciones de mantenerla distraída todo el tiempo pensando en mí o en lo que estaré haciendo, o cómo puedo estar”, explico.

“Muy bien señor Fairchild”, contesta con la cabeza gacha.

“Pero al menos lo cuidaré por unas horas”.

“Serán de gratis, porque no pienso pagarte”.

La enfermera suspira y creo que tiene intenciones de echarse a llorar.

Giro mis ojos y doy la vuelta con la silla de ruedas para salir de ahí. Ahora que Jennifer no está, puedo pasearme por mi casa con total libertad.

Desde el accidente, ella ha estado reticente incluso a que salga del cuarto, dice que arruinaré los pisos de mi propia casa.

¡Ja!

Empujo la silla por la rampa que da a la salida del otro lado de mi habitación. La que instalaron para mí. Todavía me cuesta trabajo creer que estoy en esta situación.

Hasta hace poco yo era un hombre vigoroso y activo.

No solo soy el CEO más importante de la capital de Texas, también me gustaba la vida al aire libre, los deportes y el campo.

No es casualidad que una de mis casas tenga hectáreas y hectáreas de área verde. Pero ahora todo eso lo perdí.

Avanzo por el camino de asfalto hasta el interior de la casa.

Ya no tengo ganas de pasear por los jardines, ni de hacer nada en realidad. Es por eso que le he dejado casi todo el control de la empresa a mi esposa, aunque para las cosas importantes, yo sigo tomando las decisiones.

Volteo, solo para comprobar que la enfermera se ha quedado en mi habitación. Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensaba, se rendirá mucho antes del final del día.

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