La enfermera del CEO -
Capítulo 34
Capítulo 34:
Miro hacia arriba, este se alza imponente como uno de los más altos de Austin. Respiro profundo antes de darle la orden de avanzar hacia dentro.
Le pedí que escondiese todo lo posible mi sonda en los bolsillos de la silla para que así nadie la note.
Para ser sincero, no imaginé que ella se viera tan despampanante.
En definitiva, Paul tiene un excelente gusto para vestir a las mujeres, pero con ella, excedió todos los límites.
Me costó trabajo pretender que no me había impactado su belleza.
¿Cómo es posible que el simple hecho de verla en ese entallado vestido blanco que resalta cada curva de su cuerpo, provoque que mi corazón se acelere y retumbe como un loco en mi pecho?
Esa sensación solo me la había provocado una mujer antes: mi esposa.
Sin embargo, Jen ya nunca está, y cuando la veo; solo en contadas excepciones logra verse así de bien.
No las comparo, simplemente, no dejo de preguntarme si es que ella ya perdió el interés en mí.
“Espere un momento”, le pido antes de que cruce el umbral de la puerta.
“¿Está bien?”
Respiro acelerado.
No, no estoy bien.
Siento que un ataque de ansiedad está por abordarme.
No puede ser, no justo ahora, no aquí.
Madison se da la vuelta hasta quedar frente a mí y se agacha a mi altura.
Sus hermosos ojos marrones se clavan en los míos con intensidad.
Ella debería estar odiándome, la despedí.
Reaccioné como un loco cuando creí que había leído mi historia médica. Si alguien se enterase de lo que en realidad me pasó… sería el hazme reír de todo Texas.
“Tranquilo, todo saldrá bien”
Me asegura tomando mis manos entre las suyas.
Respiro profundo, contamos hasta diez.
Comienza a contar, inhalando y exhalando el aire con cada número. Sorpresivamente eso me ayuda a volver a recuperar la calma dentro de mí.
“Gracias”.
“Recuerda, no es el lugar, son tus pensamientos los que te están causando eso”.
“Tienes razón”
Admito apretando sus manos con un poco de fuerza.
Vuelvo a suspirar y empujo yo mismo la silla hacia dentro.
Cuando paso el umbral de la puerta, de inmediato causo la impresión que ya esperaba.
Todos los presentes voltean a mirarme.
Trato de ignorar sus miradas inquisitivas sobre mí y mantengo la frente en alto.
Madison camina a mi lado, dejando que yo mismo sea quien me transporte hasta el ascensor.
“Señor Fairchild, ¿De verdad es usted?”, me pregunta uno de los empleados cuando estamos esperando que abran las puertas del elevador.
“Sí”, contesto a secas.
“Es un honor tenerlo de vuelta con nosotros”, dice haciendo una pequeña venia.
Pronto, más empleados comienzan a saludarme y a agradecer que he vuelto.
Ninguno hace mención sobre mi accidente o la silla, la ignoran por completo, como si yo no estuviese sentado en una.
No sé si eso me hace sentir aún más incómodo, o si de algún modo están intentando tratarme como a una persona normal.
Por fin, el elevador de presidencia se abre. Madison y yo entramos solos, y las puertas se cierran dejando atrás a toda esa gente molesta.
“Esto va a ser peor de lo que pensé”, digo para mí mismo.
“No lo creo. Todo estará bien, solo, imagina que estás en tu casa, conversando casualmente con tu mejor amigo, o con tu esposa. Verás que todo será más fácil”.
“No es tan fácil, no te imaginas el tanque de tiburones al que vamos a entrar ahora mismo.”
Casi como si el destino se encargase de todo, las puertas del ascensor se abren en el piso de presidencia justo en el momento en que termino de decir esa frase.
Apenas me ve mi antigua secretaria, se pone de pie y deja a un lado el cotorreo con las otras mujeres.
“CEO Fairchild, no lo esperábamos”.
“Eso es evidente”, contesto con semblante frío.
“Madison, mi oficina está a la izquierda”.
Ella toma mi silla y me empuja hacia el pasillo.
A medida que voy pasando, todos retoman sus puestos y abren los ojos al extremo como si se tratara de un fantasma.
Madison abre la puerta de la oficina, que, para mi sorpresa, se encuentra vacía. Esperaba que al menos Jen estuviese ahí, pero no.
El lugar se ve igual, todo está intacto.
Los cuadros de estilo moderno que mi esposa escogió, la planta falsa al fondo de la ventana, mi escritorio con los libros marrones y líneas doradas, y el pequeño recuerdo de la pelota de béisbol firmada por uno de los jugadores del equipo, aquel día que mi padre y yo fuimos a verlos.
Todavía lo recuerdo con cariño, porque fue el último juego que pudimos ver juntos antes de su muerte.
“¿Dónde está la gente aquí?”, pregunto en voz alta.
“¿Quieres que vaya por ellos?”, indaga Madison.
Abro la boca para responderle, pero en ese mismo momento, mi esposa entra sujetándose del marco de la puerta con cara incrédula, como si hubieran ido corriendo a contarle el chisme de que estoy aquí y no se lo creyera.
“¡Alec!”
“Al fin apareces”
Suelto con un tono más molesto del que en realidad estoy.
“¿Qué estás haciendo aquí?
Principio del formulario
“Parece que se te olvidó informarme que hoy era la reunión anual, lo había olvidado por completo. Por suerte, mi abuelo fue a la casa a darme aviso”.
“No hacía falta que vinieses, Mason y yo lo tenemos todo bajo control”
“Mi abuelo quería que estuviese aquí, y creo que ya es momento de que yo vuelva”, dice Jennifer.
No sé por qué de pronto tengo la sensación de que a ella le molesta que esté aquí.
Definitivamente, algo malo le pasa a Jen.
Ella no suele ser de este modo.
Madison se mueve y entonces repara en ella, la mira de arriba abajo con desdén.
“¿Qué hace esta mujer aquí? Y así vestida…”, deja la frase al aire, pero el tono despectivo está presente.
“Ella es mi enfermera, no podía venir solo y lo sabes”, responde Alec.
Mi abuelo se aparece justo después de eso.
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