La enfermera del CEO -
Capítulo 32
Capítulo 32:
Ella asiente en silencio y cierra la puerta tras de mi.
Sé que tendré que dejar que me limpie, no puedo ir a la empresa en malas condiciones.
Prepara todo para mi baño de esponja sin mirarme en ningún momento.
Me lleva hasta allí y luego de quitarme el pijama, me deja dentro de la bañera.
Lo único que no despoja de mi cuerpo, es la ropa interior.
Se sienta a un lado y empapa la esponja en el agua tibia, comenzando a pasarla por mi piel.
Cuando se acerca a la zona baja de mi abdomen, le tomo la mano.
Ella levanta la mirada y se queda viéndome fijamente.
“Cuidado donde tocas”.
“Descuide, eso lo puede hacer usted solito”.
¿Cómo es posible que sea tan insolente después de lo que ha hecho?
Se pasa a mis piernas, y mientras lo hace, realmente intento no mirarla.
Quiero seguir molesto con ella, pero por alguna razón, dentro de mí, sé que ya no lo estoy.
Cuando termina de limpiarme el cuerpo, me deja con el agua y la esponja para que yo termine lo demás.
“Me avisa cuando esté listo”.
Sale del baño sin esperar a que yo le diga nada más.
Suspiro profundo y culmino de bañarme sin darle más vueltas.
Al terminar, le grito desde dentro que ya está.
Ella vuelve con los ojos cerrados y la toalla frente a su cara para no verme desnudo.
“¿Qué está haciendo?”, cuestiono.
“Trato de no verlo”, explica.
“¿Sabes que no estoy…?”
No puedo terminar de decir la frase, porque Madison tropieza con el banco en el que estaba sentada hace poco y termina cayendo dentro de la bañera con todo encima de mí.
POV Madison
Todo pasa como en cámara lenta.
Voy a ciegas porque no quiero arruinar más las cosas con él.
No puedo creer que fui tan tonta como para siquiera pensar en ver esos documentos; ahora, todo el avance que había logrado con él se ha ido a la basura.
Me odia, lo sé.
No hay otra palabra para describir lo que vi en sus ojos al agarrarme infraganti con ese estúpido diagnóstico.
“¿Qué está haciendo?”, pregunta con un tono de incredulidad.
“Trato de no verlo”, digo como si fuera obvio.
“¿Sabes que no estoy…?”
Empieza a decir, pero no logro escuchar el resto de la frase, pues sin darme cuenta, tropiezo con el banco que estaba al lado de la bañera.
Siento como si lentamente mi cuerpo se fuese desplomando, directamente sobre él.
Ni siquiera alcanzo a emitir un grito, pues todo pasa en una fracción de segundo.
Caigo dentro de la bañera, empapando toda mi ropa, pero lo peor, es que quedo sobre su cuerpo.
Sin poder evitarlo, abro los ojos, por fortuna, la toalla blanca ha caído sobre sus partes íntimas, pero eso no impide que mi mano haya quedado tan cerca, que sé perfectamente que lo estoy rozando.
Alec tiene los ojos abiertos hasta el límite, incapaz de comprender qué es lo que estoy haciendo.
“¡Ay Dios, no! ¡Lo siento tanto!”, me disculpo apresurada.
“¡Quítese de encima!”, demanda.
Por suerte, la sonda que dejé colgando por fuera no se mojó, ni parece haber sufrido daños aparentes.
“Lo siento, lo siento”
Vuelvo a repetir.
Trato de ponerme de pie, pero la porcelana mojada está demasiado resbalosa y termino deslizándome aún más adentro en la bañera.
La toalla está tan empapada que se hace una bola arrugada.
“¡No!”, grito y vuelvo a tapar mis ojos.
“¡No estoy completamente desnudo!”, exclama.
“¿Qué?”
“Era lo que trataba de decirle, no me quité el interior, preciso por la razón de que no quería que me viese”.
Mis mejillas están tan rojas, que estoy segura de que ya no me veo blanca.
Estoy mojada hasta en zonas donde no me da el sol, y ahora mismo solo deseo que me trague la tierra de la pena.
Abro los ojos una vez más, ahora más confiada de que no voy a ver nada indebido.
No está mintiendo.
Es verdad que todavía lleva el interior.
¡Qué tonta he sido!
Si es verdad que no se lo puede quitar sin ayuda.
No a menos que lo rompiese por los lados.
Me pongo de pie mojando todo el suelo del agua de la bañera.
No sé ni dónde meterme.
“Vaya y busque toallas nuevas”, ordena.
“Sí señor Fairchild”.
Salgo del baño y voy hasta el armario del cuarto, dejando un rastro de agua a mi paso.
Sigo arruinando las cosas una y otra vez.
El nudo en mi garganta me hace querer llorar a cántaros, pero lo aguanto con fuerza, no puedo echarme a lamentar aquí.
Consigo dos toallas, una para mí, y otra para él.
Vuelvo después de medio secar la ropa y lo ayudo a salir de la tina poniéndolo de vuelta en la silla de ruedas.
“¿Cómo puedes ser tan torpe? Dime, ¿alguna vez se te ha muerto un paciente cometiendo estas tonterías?”
“No”, respondo en un susurro.
No debería dejar que me trate así, pero la verdad es que él tiene toda la razón para estar molesto.
“Termine de secarme y ayúdeme a vestirme por favor”.
“Sí señor Fairchild”.
Él se queda sorprendido de mi repentina sumisión.
En otra ocasión probablemente le habría dicho algo diferente.
Lo llevo hasta el cuarto, donde lo seco y le coloco la ropa de traje que escogió.
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