La enfermera del CEO -
Capítulo 22
Capítulo 22:
Increíble que piense que yo podré convencerlo de algo así, si acaso y he logrado levantarlo de la cama.
Ni siquiera me ha dejado hacerle los masajes correspondientes a sus músculos.
Cuando llegamos a la casa, ya son alrededor de las cinco y cuarto de la tarde, así que seguramente su esposa ya está por volver.
Pensar en eso me hace recordar lo de esta madrugada.
Aquello se siente muy lejano luego del ajetreado día de hoy.
No olvido lo de su amante, y la trampa que quiso tenderle a Alec.
No lo entiendo la verdad.
¿Por qué querría hacer eso si ya no lo ama?
¿No puede simplemente pedirle el divorcio y ya?
¿Cuál es la necesidad de montar semejante teatro?
“Déjenme llevarlo a su cama, necesita descansar”, le pido.
«Muy bien, y ¿Crees que ahora sí puedas hacerme el masaje?»
«Por supuesto», contesto con una sonrisa. Me alegra que al menos todo esto haya servido para que esté más amable conmigo.
Empujo la silla hasta su habitación y lo coloco sobre su cama con delicadeza. Sé que soy una chica fuerte, pero realmente cargarlo así me está matando lentamente.
«Su hijo es muy tierno», comenta de pronto.
«Gracias.»
«Y, ¿Qué es del padre del niño?»
Me debato un momento sobre contestar esa pregunta.
¿Debería decírselo?
No creo que sea malo, pero tampoco creo que ahondar en eso sea la mejor idea del mundo.
«Su padre murió cuando él tenía dos años, estamos solos desde entonces.»
«Oh, ya veo.»
Le quito el pantalón con cuidado, él no parece oponerse a ello, lo veo más dispuesto a permitirme ver parte de su cuerpo.
Es la primera vez que puedo ver bien sus piernas atrofiadas desde que me contrató.
Se ven tal y como deberían verse cuando alguien pierde la movilidad. Poco a poco los músculos comienzan a atrofiarse, la grasa se va debido a la falta de uso.
Por alguna razón espero ver cicatrices de mordida de perro, pero no veo nada parecido por ningún lado.
Sus piernas son ligeramente velludas, lo que sí tiene son algunos moretones. Se percata de que me quedo mirando su cuerpo y carraspea la garganta.
«¿Tengo algo mal?»
«No, no.»
«No necesita disimularlo, sé que le causa lástima verme así.»
«Tienes que dejar de pensar que todos te tienen lástima. Un pensamiento tan pesimista como ese solo conseguirá que la gente se aleje de ti», lo reprendo.
«¿Qué quieres decir?»
Saco una crema especial para los músculos, pero antes de untarla, levanto una de sus piernas primero e inicio por los ejercicios.
«Nada», me retracto rápidamente.
No creo que le guste lo que tengo para decir, aunque, quisiera preguntarle por su esposa sin que se dé cuenta de las verdaderas intenciones de mi pregunta.
«Sé honesta, dímelo. Se supone que para eso estás aquí, para hacerme compañía.»
«Está bien, se lo diré. He notado que su esposa está un poco distante con usted.»
«Ah, te refieres a eso.»
Sus ánimos decaen en cuanto lo menciono.
Termino los ejercicios de esa pierna y ahora sí, le unto la crema relajante para que se sienta mucho mejor.
Él toma las pastillas que tiene que beber a ese horario y vuelve a mirarme.
«No es de incumbencia, lo sé. Pero, si me permite darle un consejo, no se entierre en el autodesprecio y sienta lástima por sí mismo. Por la experiencia que le he visto a otros pacientes, eso solo trae soledad y miseria para todos. A ningún familiar le gusta ver a quien ama así, pero eso no significa que te vean con pena.»
«En mi caso es diferente. No tienes idea de cómo eran las cosas antes de esto.»
«No, no la tengo, sin embargo, deberías agradecer que al menos estás vivo.»
«¿De qué me sirve estar vivo si ni siquiera puedo atenderme por mí mismo? Incluso necesito ayuda para ir al baño. Un descuido y podría morir de una pulmonía, y ni hablemos del dolor insoportable y las escaras que me pueden salir. La realidad es que ya no sirvo.»
«Tu mente funciona, tus brazos funcionan, sigues siendo el mismo, solo que con un pequeño inconveniente.»
Alec bufa y gira los ojos.
Es muy común que las personas que pierden una extremidad o la movilidad, piensen así.
«Bueno y de todas formas a ti qué te importa eso», ataca.
«Solo era un consejo.»
«No necesito tus consejos. Por favor, termina de una vez y retírate.»
Su actitud ha vuelto a ser tan hostil como antes, imagino que esa parte buena que vi de él solo era una fachada frente a los demás.
Hago lo que me dice y salgo de la habitación para no molestarlo más con mi presencia.
A veces quisiera que dejase de importarme, después de todo, no es mi problema si la esposa lo engaña, mucho menos si intenta tenderle una trampa, no obstante, no soy capaz de dejarlo a su suerte.
Al menos debo averiguar el motivo, ya luego decidiré si se lo digo o no; debido a que, si lo hago, sé que pondré en riesgo mi trabajo.
Me voy hasta la cocina, este día, la servidumbre se ha quedado un poco más.
“Hola, ¿Deseas una taza de café?”, me pregunta la mucama, de nombre Gina.
“Sí, Gina, gracias”, acepto.
“¿Cómo te va con el hada de la oscuridad?”, pregunta. Enarco una ceja, algo confundida.
“¿El hada de la oscuridad?”
“Es el apodo gracioso que le pusimos acá. Ya sabes por lo de su apellido.”
Suelto una carcajada involuntaria, no se me había ocurrido.
“El hada de la oscuridad está un poco insoportable a estas horas.”
“¿Qué le hiciste esta vez? Tienes suerte de que no tuviera un ataque peor después de ver a esos perros en la televisión.”
“No le he hecho nada, solo le di un consejo sobre su pesimismo, y que, si sigue así, perderá todo, hasta a su esposa.”
“Ah, ese fue el problema. Le mencionaste a la mujer. Ese hombre se pone como un energúmeno si hablas mal de ella”
Gina me extiende la taza de café sobre la mesa.
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