La enfermera del CEO
Capítulo 20

Capítulo 20:

“Lo único que espero es que no termine por echarme”.

Ambos volvemos a la sala, al parecer entre ellos también estuvieron discutiendo.

“Aceptaremos su oferta de comer”, dice el señor Thomas.

“Estamos muy agradecidos de que se queden. Yo cocinaré, después de todo, Mady debe atender al señor Fairchild”.

Necesito mantenerlo lejos de la casa todo lo posible, al menos hasta que mi papá termine de cocinar, y, con suerte, esperar que mi hijo no se despierte.

“Alec, ¿Le gustaría conocer a mis vacas?”

Él enarca una ceja y deja entrever una media sonrisa.

Es la primera vez que lo veo sonreír de forma genuina desde que lo conocí, y debo admitir que se ve como un ángel.

“Por supuesto”, acepta.

Lo conduzco hasta la parte de atrás de la granja.

Ya no contamos con tantos animales como antes. Mi padre tuvo que vender algunos para pagar las deudas, pero todavía nos quedan algunos ejemplares.

Ni bien salimos, a lo lejos se alcanzan a divisar un par de vacas.

“Entonces no era mentira lo de los becerros”, comenta como si nada.

“¿Qué?”

Lo miro estupefacta, él suelta una carcajada.

Dos cosas que nunca le había visto hacer en un solo día, eso debe ser suerte.

“Lo siento, no pude evitarlo”.

“¿Creyó que mentía?”

“Luego de ver tu fuerza, no. No lo dudé ni un segundo”.

Le sonrío con las mejillas sonrojadas.

Me alegra que aquella desafortunada comparación, no se la haya tomado a mal.

“¿Tiene alguna incomodidad? ¿Le duelen las piernas?”, indago.

“No más de lo normal. Si le soy honesto, no pensé que salir me iba a hacer sentir bien. Menos después del episodio de ansiedad que tuve hace unas horas, sin embargo, me siento bien estando aquí con usted. Tiene un lugar bonito. Si ya tiene una casa acá, ¿Por qué rentó un departamento en Austin?”

“Me queda muy lejos el viaje, y es un gasto extra que no me puedo costear. Aunque no lo parezca, me sale más económico el departamento”.

“Mmm. Bien, entonces desde ahora ya no tendrá que vivir en otro lado, podrá quedarse en mi casa de manera oficial”.

Su ofrecimiento me toma por sorpresa.

¿Qué está pasando realmente?

¿Por qué me ofrece quedarme en su casa?

La situación se está volviendo más confusa de lo que imaginé.

Entre más la conozco, más intriga me causa.

Jamás pensé que viviese en un lugar como este.

Aunque ella me dijo que era una chica de campo, la verdad no me imaginé algo así.

Siento que está ocultándome algo, no sé de qué se trata, pero estoy seguro de que no desea que esté aquí; y no creo que se deba solo al hecho incómodo de que mi abuelo me obligase a venir a visitarla, o el hecho de que tiene a su jefe en casa a pocos días de haber iniciado el trabajo.

Paseamos un rato por el campo de su familia.

Las vacas pastan tranquilamente a lo lejos, y al otro lado está lo que parece ser un cultivo de maíz destrozado. No imaginé que tuviese tantas dificultades económicas.

Es por eso que algo dentro de mí me impulsó a pedirle que se quede en mi casa de forma permanente.

“Alec, no puedo. No creo que eso le agrade a su esposa, además, Patrick cubre ya ese horario”.

“No, no le estoy diciendo que cubra los turnos veinticuatro horas, no soy tan inconsciente. Solo le estoy ofreciendo alojo para que no tenga que gastar tanto. Lo lógico sería que se quedase en mi casa. Le pagaré extra si ese es el problema”.

Ella abre los ojos hasta el límite y se echa un poco hacia atrás, metiendo sus manos en los bolsillos de la camisa de enfermería que trae puesta desde ayer.

“No quisiera parecer una aprovechada ni mucho menos, de verdad. No se preocupe por mí, prefiero seguir quedándome en el departamento que renté en Austin”.

Me quedo callado por el momento. Insistir puede verse como algo inapropiado o que se preste a malinterpretaciones.

“Muy bien, si es lo que prefiere”.

En eso, su padre se asoma para llamarnos a comer.

Volvemos, ella empujando la silla con dificultad; trato de disimular el dolor que me causa los movimientos erráticos que hace al rodar por la tierra, salir me hace sentir bien, pero al mismo tiempo, todavía mi cuerpo no parece listo para ello.

Entramos a la casa y de inmediato el aroma a comida casera inunda mis fosas nasales. El olor me trae recuerdos que creía olvidados, de aquellos tiempos más felices, cuando comía con mis padres. Mi mamá preparaba las mejores comidas y nos llenábamos hasta reventar el botón del pantalón luego de pasar toda la tarde en el prado.

“Huele delicioso, ¿Qué es?”, pregunto.

Nada demasiado complicado, es solo un filete de pollo frito empanizado con una salsa cremosa”.

“No puede ser, ese era el plato favorito de mi madre”

Asegura el abuelo.

“Sí, recuerdo que mi abuela lo preparaba. A mi papá le encantaba también, pero mi madre no era fan de la comida frita”, agrego.

“Siéntese a la mesa señor Thomas, mi padre y yo serviremos”

ofrece Madison.

Seguido, me deja justo frente a la mesa, agradezco que queda a una buena altura.

Siendo paralítico, descubrí que no todas las mesas se ajustan al tamaño de las sillas de ruedas.

Madison se pierde hasta la cocina con su padre, aprovecho el momento entonces para hablar a solas con el viejo.

“¿No crees que te estás tomando muchas confianzas con esta gente?”

“¿Esta gente?”, cuestiona.

“No me malinterpretes, solo quiero decir que, no deberíamos estar comiendo en la casa de mi enfermera, ¿No lo crees?”

“En lo absoluto. Quizá tú no te des cuenta, pero desde que llegamos, tu semblante ha cambiado por completo. Hasta te vi sonreír. Esto te ha ido bien”.

No quiero admitírselo, pero tiene razón.

De hecho, desde que estoy aquí, ni siquiera he pensado en Jennifer y el horrible desplante que me hizo esta mañana, o lo que sucedió con la ladrona.

Justo vuelven a entrar, así que no decimos nada más.

El plato emana humo de lo caliente que está, y tan solo de verlo mi estómago ruge y se me abre el apetito.

Ambos se sientan luego de servir lo último, y se dan una mirada de complicidad que me pone en desconfianza.

Comenzamos a comer en silencio, debo reconocer que la comida del padre de Madison sabe deliciosa.

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