La enfermera del CEO -
Capítulo 149
Capítulo 149:
«No puedo ahora, estoy en tratamiento médico», me excusé.
«Oh, está bien», respondió ella.
Entonces, fui directo al grano y le revelé el motivo de mi búsqueda. Le pregunté sobre las fotos comprometedoras y si podría testificar ante un juez.
Cristal reaccionó con sorpresa y se echó hacia atrás al principio, negándose a testificar.
«No voy a denunciarte», le aseguré.
A pesar de eso, Cristal se disculpó y explicó que no podía arriesgarse a ir a prisión, ya que tenía dos hijos que mantener y ellos no sabían de su trabajo.
“Entiendo. Me iré entonces», dije mientras sacaba mi tarjeta y se la entregaba.
«Si cambias de opinión, puedes llamarme».
Cristal tomó la tarjeta con duda y finalmente la guardó en el bolsillo de su pantalón.
«Oh, una cosa más. Sospecho que Jennifer tiene un amante. ¿Tú la has visto con alguien?», pregunté.
«No, pero ella no fue la que me contrató, sino un cliente que se apoda Charles», respondió Cristal.
«¿Charles?» Saqué mi celular y busqué una fotografía de Mason.
«¿Es él?»
«Sí, él es», confirmó.
Debió haber sido obvio que ese desgraciado nunca usaría su nombre real. Hace algunos años me dijo que le gustaba apodarse a sí mismo ‘Charles’ debido a un famoso asesino sería que se llamaba ‘Charles Manson’, decía que le gustaba la similitud con su nombre.
En aquel entonces le reproché lo retorcido que sonaba eso, así que dejó de usarlo en mi presencia.
Me despedí de Cristal con la esperanza de que se apiadara de mí y decidiera declarar a último momento, sin embargo, no podía asegurarlo.
«Ahora sí, Harry, llévame a casa», pedí una vez fuera del bar.
Tomé aire profundamente para enfrentar lo que me esperaba. Apenas había estado una semana fuera, pero se sentía como si hubiera sido toda una vida.
Al llegar a casa, me sorprendió encontrar todo en calma.
Hice que Harry entrara hasta el estacionamiento interno para no ser visto al bajar. Una vez dentro, me adentré en la casa, que parecía estar vacía.
«¿Dónde está la gente aquí?», pregunté al no encontrar a nadie.
Mi abuelo apareció desde la oficina, y la sorpresa al verlo en esas condiciones me impactó. Ya no parecía el mismo viejo elegante e imponente que había dejado hace pocos días. Tenía unas enormes ojeras debajo de sus ojos y un aspecto cansado y decaído.
«Alec, de verdad te devolviste. Hola, abuelo», saludé.
«Esperaba verte entrar caminando, ¿Qué pasó? Lo arruinaste seguramente», comentó.
«Estoy bien, después hablaremos de eso. Abuelo, ¿Qué te pasó?», pregunté directamente.
«Ese es mi saludo, porque no puedo decir nada más», respondió.
«Vaya, parece que ya se me nota. No puedo seguirlo ocultando más, ¿Cierto?», dijo entre risas que desencadenaron una tos incontrolable.
«¿Ocultar qué? ¿Qué sucede?», pregunté confundido.
«Ven, tenemos mucho de qué hablar», invitó.
…
No me gustaba el semblante que tenía, ni mucho menos la forma en la que me había dicho aquello.
Comencé a temer lo peor por algún motivo que desconocía.
Mi abuelo siempre había sido un hombre fuerte, como un roble.
De hecho, la Familia Fairchild se caracterizaba por ser bastante longeva. Si mis padres no hubieran muerto en ese accidente, estoy seguro de que habrían vivido muchos años a mi lado. Por alguna razón, mi corazón iba acelerado y me ponía realmente nervioso.
Thomas sonrió con amargura y se sentó bastante lento en el sillón frente a mí.
«No me mires así», pidió con un tono de súplica.
«Deja de darle largas al asunto y dime de una vez de qué se trata», lo insté.
«Como siempre, directo al punto», comentó.
«Abuelo, por favor, me estás asustando».
Él tomó una gran bocanada de aire y la dejó salir con un resoplido.
«Está bien, lo diré, pero no quiero que te pongas como loco», advirtió.
«No prometo nada», respondí inclinándome y poniendo mis codos sobre mis rodillas. Me distrajo un momento el hecho de que, con el aparato en mi columna, podía sentir levemente esa presión que antes no.
«Tengo cáncer», soltó.
«¿Qué?», reí incrédulo.
«Me echo a reír porque seguramente está jugándome una broma. Una muy mala, por cierto».
«Lo sé desde hace varios meses, en realidad», afirmó.
«No puedes estar hablando en serio», respondí, pero cuando vi que él no se reía, supe que no estaba bromeando.
«Lamento habérmelo guardado por tanto tiempo, pero no quería que empezaras a decirme cómo tengo que vivir mi vida. Yo quería dejar todo en orden antes de irme», explicó mi abuelo.
«¿Irte? ¿De qué estás hablando?», pregunté, sintiendo que algo malo se avecinaba.
«Mira, Alec, ya yo acepté esto. No hay nada que hacer. Está muy avanzado. Es cáncer de pulmón. La doctora que me atiende me dio un par de meses, a lo mucho tres», anunció, con una calma que me heló el corazón.
Un nudo se formó en mi garganta y las lágrimas buscaron abrirse paso a través de mis ojos.
No podía ser verdad.
A pesar de nuestras diferencias y de las veces que me había molestado con él, no quería perderlo. Él era la única familia que me quedaba.
No era capaz de pronunciar palabras, porque si lo hacía, me echaría a llorar sin control.
«¿Ahora entiendes por qué insistía tanto en tu operación? Sé que no será lo mismo cuando yo muera», agregó.
«No lo digas, no. No te vas a morir. ¿Has buscado todas las opciones?», pregunté, aferrándome a la esperanza.
«Claro que sí, incluso le pregunté al Doctor Bolch y a Jocelyn; ellos me recomendaron con otro especialista y dijo lo mismo que mi doctora de acá. No hay forma de detenerlo. El condenado cáncer ha hecho metástasis», explicó con resignación.
Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente brotaron de mis ojos como un río.
Mi abuelo ladeó el rostro, también luchando contra las lágrimas.
«¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué me hiciste molestarme contigo por tonterías? No es justo», reproché entre sollozos.
«Si te lo hubiese dicho antes, me habrías tratado como un pobre anciano enfermo», aseguró, comenzando a llorar también.
Ahora entendía muchas más cosas, como su locura de cumpleaños al hacer parapente y su insistencia con lo de Jennifer.
Solo estaba dejando todo en orden.
«¿Cuánto tiempo?», pregunté con la voz quebrada por la tristeza.
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