La enfermera del CEO
Capítulo 128

Capítulo 128:

POV Alec

Vivir en esta casa se ha convertido en una tortura.

Ahora Jennifer se la pasa metida aquí cada que puede para hacerme la vida imposible.

He considerado irme a otra de mis propiedades ubicadas en el centro de la ciudad; sin embargo, no me da la gana de regalarle todo.

Ya fue capaz de sacarme de la empresa, ni siquiera mi abuelo pudo hacer nada, a pesar de que Patterson fue uno de los pocos que se opuso a ese cambio.

La mayoría la apoya a ella.

Pensando en retrospectiva, fui un completo tonto.

Debi darme cuenta de que ella estaba ganando poder y terreno, que le cedí demasiado de mi vida.

Patrick y yo nos encogemos de hombros en un acto reflejo al escuchar un estruendo, como si se hubiese roto un montón de porcelana.

“Esa debe ser ella reventándolo todo”.

“Debería llamar a la policía”, sugiere Patrick.

“¿Para qué? No serviría, ella bien puede decir que he sido yo y le creerían. Déjala que haga lo que quiera, de todos modos, no logrará echarme de aquí”.

Seguido de los gritos, escuchamos cómo arma su teatro para las cámaras.

Todavía hay periodistas apostados en las afueras de mi casa.

Jennifer empieza a gritar que soy un patán, un mentiroso y un traidor.

Luego la escuchamos azotar la puerta, imagino que se ha ido a la empresa o a otro lugar tal vez, no lo sé, y ya no me interesa.

“Ahora sí reina la paz”, dice Patrick en un susurro.

Yo me echo a reír de su comentario.

“Vamos, es momento de salir a echar a toda esa gente de la entrada de mi casa”.

Patrick me pasa la escopeta que tengo colgada en el depósito, yo la cargo, dispuesto a dispararles a todos esos hijos de la mala madre.

Cuando estamos a punto de abrir la puerta para sacarlos, mi abuelo entra con la llave que le he dado y se queda estupefacto con una ceja enarcada.

“¿Qué estás haciendo?”

“Voy a echar a esos buitres de mi propiedad”.

“¿Estás loco?! ¿Para que te tachen de violento y otras barbaridades? Deja eso ahora mismo”, exige apretando los dientes.

Retrocedo con la silla y le entrego la escopeta a Patrick.

“Me quitas la única diversión posible. ¿Cómo han estado las cosas con esa arpía?”, indaga.

Los tres pasamos a la sala de estar, mientras mi abuelo se sienta con pesadez en el sofá.

Lo noto extraño, como si estuviera más cansado de lo habitual. Supongo que tiene que ver con su avanzada edad.

Setenta y seis años no son cualquier cosa.

“Tan bien como te las imaginas. Ya me ha dejado saber sus verdaderas intenciones, aunque ante las cámaras y el público finge ser una pobre víctima de mi supuesta traición”.

“Me lo esperaba, es lo que ha hecho siempre, solo que ahora frente a ti”.

“Perdóname por no creerte, abuelo. Sé que cometí un error”.

“¿Has podido hablar con el abogado?”, indaga mientras truena su cuello; parece sumamente agotado. De la nada comienza a toser sin parar.

“Patrick, ¿Puedes traerle un vaso de agua, por favor?”

“Por supuesto”.

Sale disparado a la cocina y nos deja a solas.

“No hace falta”, dice mi abuelo haciendo una pausa por un nuevo ataque de tos.

“A mí me parece que sí. ¿Estás bien?”

“Sí, sí, no te preocupes. Solo se me secó la garganta”.

Patrick vuelve con el agua, mi abuelo se la toma sin poner objeciones, se bebe completo el contenido del vaso, como si tuviese muchos días sin probar agua.

“Sí, hablé con el abogado. Me dijo que no podía hacer mucho si no tenía pruebas de que todo era falso, o si podía relacionarla a ella con todo esto. Sugiere llegar a un acuerdo”.

“Jamás llegarás a un acuerdo con esa mujer. Imagino que quiere la empresa”.

“Así es. Hace poco me llegó la notificación de divorcio de su parte. Pide la mitad de todos mis bienes y propiedades, incluyendo la empresa, y además una pensión de por vida por veinte mil dólares al mes”.

“¡¿Qué?! Esa mujer está loca”.

“Su justificación es que ese era el sueldo que yo le pagaba a mi supuesta amante”.

“¿No has hablado con Madison?”

“No desde que se fue”.

“Deberías hablar con ella, sobre todo si esto es mentira. ¿No crees que también le va a afectar? Todo el mundo está hablando y no en el buen sentido, créeme”.

“Lo sé, pero temo empeorar las cosas si me acerco”.

“Mmm, bueno, tienes razón en eso, quizá por el momento es mejor si se mantienen alejados. Si la prensa los ve juntos, podrían especular cosas peores”.

“El otro día cuando te fuiste habías dicho que lo solucionarías, por un momento creí que harías algo ilegal como matarla”, bromeo.

Mi abuelo se echa a reír de una carcajada.

“No, nada tan drástico como eso. Me gustaría decirte de qué se trata, pero todavía no puedo, tenme algo de paciencia, te aseguro que esa mujer no se saldrá con la suya. Mientras tanto, no firmes nada, no llegues a ningún acuerdo”.

“Está bien abuelo, confiaré en ti ahora, aunque no lo hice antes, y te vuelvo a decir que lo lamento mucho”.

“Siempre fuiste terco, nunca aprendiste por consejo”.

Mi abuelo mira la hora en su reloj.

“Tengo que irme ya, solo pasé para ver cómo estabas. Por la gente de allá afuera no te preocupes, yo también me encargo de echarlos”.

Mi abuelo se levanta y casi pierde el equilibrio. Patrick corre a tomarlo del brazo antes de que se caiga, pero él le saca el cuerpo y menea la cabeza.

“Dejen de preocuparse por mí, yo estoy bien”, afirma.

Lo dejo irme, sin embargo, no me parece que esté siendo del todo sincero. Temo que algo le pasa y no quiere decírmelo.

Ni bien se va, a los diez minutos alguien vuelve a tocar el timbre. Una de las empleadas abre la puerta y desde que escucho la voz, ya sé de quién se trata.

Mason Rees, mi supuesto mejor amigo, al que no he visto en un buen rato desde que todo esto inició, se aparece de la nada en mi casa.

“Alec, tenía que venir a verte”, dice en cuanto me ve.

“Creí que me darías la espalda como todos. Tú que te la pasas con Jennifer, imaginé que estarías de su lado”, acusa.

“Bueno, las pruebas son un poco irrefutables. Además, tú mismo me confesaste que ella te parecía guapa”.

“¿Qué? Mira si has venido para eso mejor vete”.

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