La enfermera del CEO
Capítulo 115

Capítulo 115:

Mi corazón se acelera.

Madison empuja la silla, pero yo sujeto las ruedas de transporte un momento.

«¿Qué ocurre, Alec?»

“¿Estás segura de que no son perros asesinos?»

“Te van a matar de amor», bromea.

“Madison, esto es serio».

“Le aseguro, señor Fairchild, que nuestros perros son muy dóciles, ya todos están acostumbrados al contacto humano, incluso algunos se parecen bastante a usted», dice Patrick.

“¿Qué?»

Escucho a Madison estallar en una carcajada. Si fuera otra situación me habría reído, pero este no es el caso.

“Ya verá a qué me refiero, no crea que lo estoy ofendiendo o algo así», se excusa.

Suelto las ruedas y dejo que Madison avance hacia donde están los perros. Atravesamos un pasillo hasta llegar a un patio abierto, donde hay al menos unos cinco perros corriendo y jugando por todo el lugar. Persiguen una pelota y un hueso de esos que chillan.

Cuando ven a Patrick se emocionan, dejan lo que están haciendo y corren a la puerta mientras menean la cola y lloran.

Mi corazón está agitado, sin embargo, me doy cuenta de que no me ha gatillado el mal recuerdo del accidente.

Puedo verlos ahí y aunque me pone nervioso, me siento bien.

“Hola, mis chiquitos», saluda Patrick entrando al patio.

Madison y yo nos quedamos del otro lado de la reja.

“¿Por qué les habla como si le pudieran entender?», cuestiono.

“Porque, de hecho, sí entienden», me dice Madison.

Patrick le ordena a los perros ponerse a una distancia prudente, y ellos le obedecen sin chistar. Parpadeo con sorpresa, honestamente no me esperé algo así.

Sí había escuchado acerca del entrenamiento canino, pero creí que eran puras patrañas.

Él hace una señal para que avancemos, pero yo no estoy tan seguro de querer entrar.

“Espera, espera», le pido a Madison.

“No puedo».

De pronto, ella se agacha frente a mí y toma mis manos con firmeza.

“Sí puedes, yo sé que puedes».

“Estás frente a ellos, y no has tenido un ataque de pánico. Si entro ahí, seguro que me dará», digo.

“No pasará, créeme».

Suspiro y asiento con la cabeza.

Ella me regala una sonrisa y continúa con lo que iba a hacer en un principio.

Hace entrar la silla al patio.

Los perros se quedan quietos en el lugar que les indicó Patrick.

Poco a poco, uno por uno se va acercando a mí a su señal.

El primero es una especie de mezcla entre un Golden y alguna otra raza que desconozco, los otros cinco en definitiva son mezcla de muchas razas.

El amarillo tiene una particularidad que no había notado detrás de todo su pelaje.

Ahí comprendo lo que quiso decirme Patrick con las cosas en común.

El perrito también usa una especie de silla de ruedas.

Sus dos patas traseras están reemplazadas por rueditas en lugar de lo que debería estar.

Huele mis piernas y se va, y así, cada uno va olfateándome hasta que pierden el interés y se van a jugar.

La tensión que he estado realizando con mis brazos ha sido tal, que cuando relajo mi apretón, tengo los nudillos blancos.

Dejo escapar el aire que estaba reteniendo, mientras Patrick se acerca a nosotros.

“¡Eso estuvo muy bien!», exclama.

“Sabía que podrías», me dice Madison.

“Gracias, Patrick, por tomarte este día. Creo que por hoy este acercamiento es suficiente».

“No, espera. Quiero intentar algo más», interrumpo.

Ambos me miran con sorpresa.

«Claro», dice Madison.

Llamo a uno de los perros, el amarillo que parece Golden.

Este se acerca con cautela, no me conoce, ni yo a él. No sé qué le pasó para terminar así, pero es imposible para mí no identificarme con el animal.

“Este se llama Nube. Sufrió un accidente hace algunos años”, explica Patrick.

El perro huele mi mano, y de pronto, me pone su cabeza para que lo acaricie. El tacto de su pelaje es suave, y se siente bien.

Sonrío sin darme cuenta.

“¡Madison! ¡Estoy tocando un perro!”, exclamo como niño chiquito.

Mis pulsaciones van a mil por hora, pero no siento que me vaya a dar un ataque, más bien, es una aceleración de emoción.

“No puedo creerlo, ¡Lo has superado!”, grita.

Nube se va, y yo no puedo parar de sonreír.

Hasta Patrick me mira con orgullo.

Estoy tan feliz que podría explotar.

Madison deja escapar un par de lágrimas.

Le veo intenciones de abrazarme, pero al final no lo hace.

Luego de esa loca experiencia, necesito comer algo.

Le propongo a Madison ir a comer un helado, y tal vez pasear en algún parque.

Ahora sí podré ir sin miedo a que un perro de la calle me gatille un mal recuerdo.

Patrick se despide de nosotros, entretanto, ella y yo nos encaminamos al Mueller Lake Park. Un lugar bastante agradable y natural con un lago donde nadan los patos.

Compramos nuestros helados y luego de que Harry se estaciona, comenzamos a recorrer los alrededores.

“Estoy tan feliz por ti», comenta.

“Esto lo has logrado tú”, le digo con una sonrisa.

Nos detenemos frente a un árbol para tener algo de sombra, ella me baja al césped para estar más cómodo.

“No puedo esperar a decirle al psicólogo lo que logramos. Creo que voy a pensar en hacer la carrera también”, dice entre risas.

“No es mala idea, sé que puedes ser la mejor psicóloga”, respondo.

Madison levanta los ojos, esas pobladas pestañas que los cubren, se baten con intensidad.

Me siento tan feliz en este momento que soy capaz de romper mi promesa solo por saciar el deseo de probar sus labios.

“Alec, yo…”, murmura.

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