La enfermera del CEO -
Capítulo 114
Capítulo 114:
Lo acompaño hasta la salida de la casa, donde nos encontramos con la enorme sorpresa de estar rodeada de periodistas.
El flash de las cámaras y un montón de gente con micrófonos y cámaras de video me abruman.
«¡Señor Farrchild! ¿Es verdad que su nieto desapareció? ¿Lo dieron por muerto y volvió?», comienzan a acosarlo con preguntas.
El abuelo no responde nada.
Me empuja suavemente para que vuelva a la casa y cierra la puerta.
POV Alec
Una semana después de aquel incidente en el cumpleaños de mi abuelo, las cosas ya han vuelto a la normalidad.
Debo decir que me molestó muchísimo la reacción de Jennifer ante todo eso.
Que me diera por muerto tan a la ligera sí que despertó alguna sospecha en mí, pero luego de darme sus argumentos del por qué hizo lo que hizo, prefiero creer que de verdad pensó lo peor porque esa es su reacción ante el miedo de perderme.
Cuando tuve el accidente con el auto y el perro, ella hizo algo parecido. Planeaba desconectarme si es que yo no lograba despertar. Aunque claro, en ese entonces el caso fue distinto, porque yo expresamente le dije que esos eran mis deseos.
Decidí no darle más vueltas al asunto y dejarlo así con ella. Sin embargo, no perdí tiempo para instaurar la demanda contra la compañía.
Apenas se enteraron de mi acusación, los abogados de la fábrica de sillas de ruedas quisieron llegar a una conciliación conmigo, pero me negué.
Voy a seguir adelante con todo lo que tengo para hacerlos pagar su error.
Me encuentro en eso cuando Madison entra a la habitación por la puerta principal.
Desde ese día se ha vuelto aún más distante conmigo, si es que eso es posible.
No sé por qué cada vez que siento que hay una conexión entre los dos, de repente ella parece percibirlo y vuelve a plantar ese muro invisible que nos separa.
«¿Estás listo para hoy?»
«¿Ah?»
Enarco una ceja, no tengo idea de a qué se refiere.
«¿Lo olvidaste? Hoy es el último día de la terapia de exposición gradual. Ya has pasado todas las pruebas, hoy toca la más grande de todas. El doctor me dio luz verde para hacerlo, cree que ya estás listo».
Abro los ojos hasta el límite.
Había olvidado eso por completo.
No es que me encante someterme a torturas abrumadoras por gusto. Se supone que hoy es el día que visitaré el albergue de perritos de Patrick.
«No creo estar listo para eso».
«El psicólogo dice que sí».
«¿Va a saber él más que yo de lo que estoy listo?»
Ah, sí, por algo él es el profesional.
Sin darme cuenta he empezado a sudar y a juguetear con mis manos.
No sé si sea una buena idea.
Un cachorrito es una cosa, pero perros grandes, y muchos, me estremezco solo de imaginarlo. Por lo menos ya soy capaz de visualizarlo en mi mente sin entrar en pánico.
«Mmm».
«¡Vamos! Confía en mí, yo estaré ahí en todo momento. Si sientes que te va a dar un ataque de pánico, practica las respiraciones que te enseñé y los mantras que te indicó el psicólogo. Y si es demasiado, te sacaré».
«Bueno, está bien, pero si muero será tu culpa».
Madison se echa a reír, esa risa melodiosa que provoca que mi corazón se acelere.
Sacudo la cabeza, le prometí que apartaría estos sentimientos.
Estoy intentando mantenerme fiel a mi esposa, y respetar su relación.
Solo por eso no he tratado de demostrarle que mi cariño hacia ella no es solo profesional.
Como ya estoy listo, solo nos queda partir hacia el albergue.
Patrick avisó que estaría ahí también para dar su apoyo.
Manda la dirección y queda de que nos encontraremos allá.
Voy particularmente nervioso en el auto, aunque es ella quien expresa esa agitación mía, moviendo sus piernas de manera insistente.
Le pongo una mano en la rodilla y me mira con los ojos muy abiertos.
“Creí que sería yo quien se pondría alterado».
“Lo siento, no quiero transmitirte temor, pero si te soy sincera, siempre que hacemos esto temo arruinarte más».
Me echo a reír suavemente.
Le tomo la mano y la miro fijo a los ojos.
“Eso es imposible. Tú eres la única que ha compuesto las piezas del hombre roto que fui después de ese accidente».
Madison parpadea varias veces con sorpresa ante mis palabras.
A veces me es difícil controlar lo que sale de mi boca y solo lo digo.
Es lo que pienso de verdad, el problema es que ahora ella pondrá el muro.
“Ya estamos por llegar», dice soltando mi mano.
Tal y como lo imaginé.
A pesar de eso, no es mentira lo que ha dicho.
Harry se estaciona cinco minutos después de nuestro pequeño momento. El albergue es un edificio de dos pisos, más ancho que alto, y un poco viejo y descuidado.
Creo que estoy comenzando a arrepentirme de esto.
Madison me baja del auto. Ya bien sentado en la silla, alcanzo a ver a Patrick en la entrada.
“¡Bienvenidos!», exclama con una sonrisa.
“Hola Patrick. No sabía que tenías una cámara de torturas», bromeo.
Él se echa a reír.
“La única tortura de este lugar es que querrás llevártelos a todos de lo adorables que son».
“Lo dudo, pero bueno. Acabemos con esto».
Madison también lo saluda con un abrazo.
Esos dos se han hecho muy buenos amigos.
Debido a que descarté volver a usar una silla eléctrica hasta que no compruebe lo de la demanda, he vuelto a las tradicionales.
Así que Madison se encarga de empujarme. No es que yo no pudiera mover las ruedas, pero es mucho más fácil si ella lo hace.
El lugar es grande por dentro y para mi sorpresa, está muy bien acondicionado.
Las paredes están pintadas de tonos azules y verdes, y tienen dibujos de perros jugando a la pelota o abrazando tiernamente a un niño.
Llegamos hasta la recepción donde una mujer muy amable nos da la bienvenida con una sonrisa.
Desde ahí ya alcanzo a escuchar los ladridos de algunos perros, y definitivamente el olor a perrito se puede percibir en el ambiente.
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