La enfermera del CEO -
Capítulo 113
Capítulo 113:
“Está bien, papá, buscaré la forma de ir, pero por ahora, déjame aclarar todo aquí. La verdad es que el lugar es un caos, la esposa ya había montado funeral y todo”.
“Bueno, eso al menos me consuela. Sé que no me dijo aquello porque tuviese algo contra ti”.
Lo dudo, en verdad, pero prefiero dejar que mi papá se lo crea.
Colgamos la llamada luego de que le explico todo con lujo de detalles.
Cuando vuelvo a salir a la sala, Alec y Jennifer están llorando.
Ella está arrodillada frente a él y le sujeta las manos. De pronto, le toma la mejilla y lo besa con intensidad.
Ver eso hace que mi corazón se detenga.
Sé que es imposible, pero siento como se va rompiendo en mil pedazos. Verlo corresponder aquel beso mientras la atrae hacia sí hace que me sienta aún peor.
A veces me concentro tanto en pensar en lo mala que es, que olvido que están casados, y que alguna vez se amaron, o por lo menos él a ella.
Cuando se comporta tan tierno conmigo, me gusta pensar que ya no siente nada, sin embargo, estas acciones me demuestran lo contrario.
Un nudo se arremolina en mi garganta, y las lágrimas quieren brotar sin control.
Doy varios pasos hacia atrás para que no se den cuenta de mi presencia, y salgo corriendo de vuelta a la habitación.
En la soledad y privacidad de esas paredes, dejo salir las emociones que buscan escapar atropelladamente de mi ser.
Me duele verlo con esa arpía, aunque sepa que no puedo hacer caso a estos sentimientos, no pensé que sus demostraciones de cariño me afectarían tanto.
Me echo en la cama mientras las lágrimas salen de mis ojos como torrentes. Cierro los ojos y de la nada, la imagen de Liam se me viene a la mente.
¿Cómo puedo ser tan descarada de llorar por otro?
Liam ni siquiera debe estar enterado de lo que me pasó, pero si lo supiera, no dudo que habría tomado el primer vuelo de vuelta sin importarle las consecuencias.
Así de grande es lo que siente por mí, y yo estoy aquí, pensando en Alec.
Me incorporo y limpio las lágrimas, esto no puede continuar así. Tengo que tomar una decisión que no dé marcha atrás, aunque me duela, es lo correcto.
Un par de horas después, ya las cosas están más calmadas.
Jennifer sacó todos los arreglos florales de la casa y la policía vino para tomar nuestra declaración de lo sucedido.
Alec terminó diciendo que todo había sido un desafortunado accidente y que tomaría acciones legales contra la empresa fabricante de las sillas.
No quedé conforme con eso.
Yo sé muy bien que no se trata de ningún accidente, pero quizá si los fabricantes analizan esa silla, encontrarán las pruebas que yo no tengo para señalar esto como un intento de homicidio fallido.
“No quisiera dejarte solo”, le dice el abuelo ya estando en la habitación.
“Abuelo, ya estoy bien, y estoy aquí. Gracias a Madison”.
“Eres un ángel, mujer”, me dice el señor.
“Gracias, gracias por mantenerlo a salvo”.
Toma mis manos entre las suyas y me mira directo a los ojos.
Siento que él cree lo mismo que yo.
“No fue nada, señor Fairchild, era mi deber”.
“No, esto fue mucho más allá”.
Se despide, dispuesto a salir de la habitación.
Las ganas de prevenirlo me gritan que hable con él a solas, que le diga lo que creo, pero no estoy del todo segura.
Doy un paso en falso para acercarme, cuando entra Jennifer y me da una mirada de pocos amigos.
Es como si pudiese leer mis pensamientos o mis intenciones. Retrocedo, y al final dejo a Thomas sin decirle nada.
“Necesito un momento a solas con mi esposo”.
“Claro”.
Me salgo de ahí, no sin antes darle una mirada a Alec.
No puedo creer que ella lo haya manipulado una vez más para hacerlo creer sus mentiras.
No sé qué le dijo para engañarlo, pero él parece creerle ciegamente, como si estuviera hipnotizado.
Me molesta esa actitud, no sé si es ciego o solo quiere hacerse el tonto.
Pego mi oído a la puerta con la esperanza de captar algo que se digan.
“¿Señorita Jones?”
El abuelo Thomas me sorprende escuchando por detrás de la puerta. Doy un brinco del susto, poniendo una mano en mi pecho.
“¡Ay!, señor Thomas, creí que se había ido”.
“Quería hablar contigo primero, ¿Qué estás haciendo?”
“Nada, es que esta puerta estaba muy sucia, ¿Ve? Había que…” tartamudeo, sin poder seguir con esa embuste tan barata.
Él me mira con los brazos cruzados y una media sonrisa burlona.
“Claro que sí”.
“Lo siento”.
“Olvidalo, no me importa eso. Ven acá”, me pide.
Caminamos hasta la parte de afuera de la casa, en el jardín trasero. Se detiene en medio y me mira con seriedad.
“Necesito que me digas exactamente lo que pasó”.
“Fue tal cual lo contó Alec a la policía. La silla se volvió loca de pronto y avanzó a toda velocidad hacia el barranco”.
“¿Tú de verdad crees que haya sido un desperfecto de la silla eléctrica?”, cuestiona.
Enciende todo en mi interior el hecho de que sospeche que no haya sido así.
“¿Por qué lo pregunta?”
“Porque, aunque Alec diga eso, no me lo creo. Es demasiado raro. Las sillas de ruedas no se vuelven locas, ni su mal funcionamiento hacen que te caigas por barrancos”.
“¿Quiere que le diga la verdad?”
“Por supuesto, Madison, cuento con eso”.
Yo tampoco lo creo. Fue todo muy extraño.
Alec está convencido de que es culpa de un cortocircuito o algo así, pero yo no pienso que haya sido eso.
El abuelo sonríe.
“Gracias por tu aporte, Madison. Era lo que necesitaba para poner en marcha mis planes”.
“¿Planes?”
“No puedo decirte ahora los detalles, pero no te preocupes, serás de las primeras en saberlo cuando tenga todo listo. Gracias por cuidar de mi nieto, de verdad has sido una bendición para él y mi familia”.
Mis mejillas se sonrojan sin poder disimularlo.
“No hay de qué”.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar