La enfermera del CEO
Capítulo 110

Capítulo 110:

He perdido la noción del tiempo, pero siento que estamos atrapados aquí abajo, y aún nadie nota que no estamos.

Eso no hace más que aumentar mis sospechas sobre que la esposa está implicada en esto. Alec mira la silla de ruedas con desconcierto.

“No me explico cómo sucedió esto, yo creía que estas sillas estaban bien aseguradas. Creo que tendré que demandar a la compañía fabricante», comenta Alec, visiblemente molesto.

“No deberías apresurarte a sacar conclusiones, no sabemos lo que pasó», le advierto, intentando calmarlo.

“La silla se volvió loca, seguramente algún circuito interno hizo corto y por eso aceleró sin que pudiera detenerla. Eso es motivo para una demanda. No pueden hacer sillas tan inseguras, en especial si quienes las usan son personas que no pueden protegerse por sí mismas», argumenta Alec con determinación.

“Bueno, no importa, dejaremos eso aquí y que lo recupere el equipo de demandas», ironizo, tratando de aligerar el ambiente, pero a él no le hace gracia. Me acerco y vuelvo a intentar cargarlo, sin embargo, esta vez me saca los brazos.

“¿Qué haces?”, pregunta Alec confundido.

“¿Qué crees que hago? Te sacaré de aquí», respondo, determinada a encontrar una salida.

POV Alec

He dicho muchas veces que Madison es mi ángel de la guardia, pero esto ya se volvió un sentido demasiado literal.

No sé cuántas veces me ha salvado la vida, metafórica y literalmente. Esta debe ser de todas, la más grande hazaña que ha hecho por mí.

Tenemos varias horas caminando; o debería decir, ella tiene varias horas andando conmigo a su espalda, en medio de los árboles, sin dar con ningún tipo de civilización o algo que nos saque de aquí. La noche ya ha caído y en realidad casi no se ve nada.

“Madison, deberías detenerte. No vamos a conseguir salir de aquí con esta oscuridad, podríamos estar adentrándonos más en el bosque», le sugiero, preocupado.

Ella no me dice nada, pero se detiene. Me pone con cuidado en el suelo y una vez que me deja ahí, se arrodilla en la tierra.

“¿Estás bien?», pregunto con inquietud.

“No, solo necesito descansar un momento», murmura ella.

La sostengo para evitar que se golpee la cabeza mientras se desploma hacia atrás, quedando entre mis piernas.

Las gotas de sudor le recorren la frente, tiene el cabello pegado a la cara y se ve realmente agotada y mal.

“Madison, ¿Qué tienes?»

Insisto, preocupado por su estado.

“Mmm, solo, necesito descansar un momento», repite en voz baja.

La recuesto sobre mis piernas inmóviles con cuidado. Afortunadamente, no puedo sentir nada, o de otro modo, me pesaría su peso.

Su respiración va acompasada, a pesar de que está cansada, su pecho no sube y baja agitado.

Está deshidratada.

Lleva toda la tarde conmigo a cuestas, y por muy fuerte que sea, ha llegado a su límite.

Rompo un poco de tela de mi camisa blanca y limpio su sudor con delicadeza.

“Ya has cuidado bastante de mí, ahora es mi turno», le susurro mientras aparto los cabellos húmedos de su rostro.

Parece exhalar un suspiro y se queda dormida en mis piernas.

Su vestido está hecho jirones, llena de tierra y raspones, aún así, fue capaz de llevarme a cuestas varios kilómetros.

Madison es simplemente increíble.

«Sé que no puedes escucharme, y creo que es mejor, así puedo decirte lo que he querido decirte desde hace rato sin que me interrumpas o intentes detenerme. Madison, me gustas, incluso creo que va mucho más allá, no sé si lo que siento es solo atracción hacia ti o es amor, solo sé que ya no estoy seguro de poder controlar mis sentimientos, o siquiera de querer hacerlo», confieso en un susurro, esperando que no me escuche.

Hago una pausa cuando la veo removerse un poco. De verdad espero que no me esté escuchando, o sería muy incómodo.

“¡Alec!», murmura ella, pronunciando mi nombre.

No, Dios, por favor, dime que no escuchó toda la cursilería que he dicho.

“¿Qué pasa, Madison?», respondo, intentando ocultar mi nerviosismo.

“Aquí estoy, Alec. Tenemos que salir de aquí», dice, como si estuviera hablando en sueños.

Dejo escapar el aire que había estado conteniendo, aliviado. Por fortuna, parece que no me ha escuchado.

Me arrastro hasta un árbol cercano y recuesto mi espalda en él, deseando tener algo de analgésicos para el dolor que ha regresado con más fuerza.

Si pudiera caminar, la sacaría de aquí mientras sueña.

En algún momento de la noche, me quedo dormido. No me doy cuenta de cuándo, pero la madrugada se abre paso, y posteriormente, el día siguiente.

El canto de los pájaros es lo que me despierta, casi como un despertador natural. Arrugo la vista, y ahora que hay luz del sol, puedo ver más claramente dónde estamos.

Suelto una carcajada al ver algo a unos cuantos metros hacia adelante.

Madison se levanta de golpe al escucharme reír, ya se ve de mejor semblante.

“¡Alec! ¿Qué pasó?», pregunta con preocupación.

“Tranquila, mira hacia delante», le digo entre risas.

Ella voltea y también comienza a reírse.

Lo que vemos es la autopista.

No estábamos tan lejos como habíamos creído.

“¿Qué pasó anoche? Creo que me descompensé», dice ella, preocupada.

«Sí, caminabas como zombie, cuando te dije que te detuvieras, te desplomaste aquí mismo», le cuento con una sonrisa.

“Tu camisa…»

Empieza ella a decir.

“No fue nada, yo la rompí», le aseguro.

“Bueno, ya no falta nada, vamos, te llevaré hasta la autopista, alguien nos llevará», dice decidida.

“Es extraño que no nos estén buscando, ¿No crees?»

Cuestiono, preocupado.

«Ya debieron haberse dado cuenta hace varias horas de nuestra situación».

«Lo más seguro es que sí nos estén buscando», argumenta ella.

«Pero aquí no nos van a encontrar. Vamos a la autopista, allí encontraremos ayuda».

“Mejor ve tú, yo te espero aquí», propongo.

“No te abandoné allá atrás, no lo haré ahora, déjame llevarte», insiste.

Madison se agacha para estar a mi altura, así que aprovecho para tomarle la mano y acercarla a mí.

Las ganas de besarla me dominan, pero recuerdo la promesa que le hice anoche, así que no lo hago. En cambio, me limito a decirle:

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