La enfermera del CEO
Capítulo 111

Capítulo 111:

«Gracias».

“N-no, tienes que…»

Intenta decir ella, visiblemente emocionada.

“Lo digo en serio, eres mi ángel guardián», le aseguro con una sonrisa.

Ella sonríe y sus mejillas se ponen muy coloradas. Carraspea y me pone en posición para cargarme a sus espaldas.

“Vamos», me dice con determinación.

Caminamos a paso lento el tramo que falta hasta la autopista.

Allí, esperamos a que pase algún vehículo.

Dos de ellos nos ignoran, hasta que una camioneta tipo pick up se detiene luego de hacer el auto stop.

Madison les explica rápidamente nuestra situación, y el amable señor accede sin poner ninguna queja o pregunta.

Por el contrario, su rostro preocupado realmente parece demostrar angustia por nosotros.

Madison me sube a la parte de atrás y luego se sienta a mi lado.

“Espero que este hombre no sea un asesino serial encubierto, y terminemos peor», bromeo.

Ella me mira con los ojos en blanco.

“¡Cállate! No atraigas más mala suerte», responde entre risas.

Nos echamos a reír acto seguido.

Le tomo la mano y la entrelazo a la mía con fuerza. Madison no pone ninguna objeción, en cambio, parece estar a gusto con el tacto de nuestra piel.

Nos quedamos así un buen rato, hasta que el hombre hace una parada en una gasolinera para cargar su auto. Ninguno de los dos tiene dinero, sin embargo, el señor, que hasta el momento ha sido una bendición, nos trae agua y algo de comer.

“Muchas gracias, señor… ¿Kenneth Bailey?», le agradezco.

El hombre me sonríe, y no parece tomarse en serio mis palabras. Madison no le dijo quiénes éramos en realidad, imagino que por precaución.

Después de comer y beber agua, nos sentimos mucho mejor.

Nos lleva hasta un centro hospitalario, donde de inmediato atienden nuestras heridas, y me dan una silla de ruedas provisional.

«Deberíamos llamar a mi abuelo, debe estar muy preocupado», le digo a Madison después de recibir tratamiento en el hospital.

«O mejor vámonos de una vez a tu casa, todos deben estar preocupados, como dices», sugiere ella.

No sé por qué ella no quiere avisarles que estamos bien. Me sorprende que no haya llegado ya media tropa de rescatistas a comprobar nuestra identidad.

«No nos dejarán ir hasta dentro de un rato», explica Madison antes de salir de la habitación y dejarme a solas por un momento.

Toda esta experiencia ha sido muy surrealista.

De un momento a otro, mi vida se convirtió en un programa de esos de supervivencia, donde debemos superar los obstáculos de la naturaleza.

Me pregunto si Jennifer estará tan angustiada como imagino, o Mason, incluso la gente de la empresa.

Ahora que lo pienso, esta sería una oportunidad perfecta para descubrir cómo reaccionaría la gente si yo desaparezco.

Siempre he estado rodeado de personas hipócritas, que solo se acercan a mí por mi dinero.

Me pasó más de una vez, pero la que más recuerdo es cuando estaba más adolescente, y una chica fingió estar embarazada de mí, exigiendo una suma de dinero para abortar al bebé.

Por suerte, en esa época, mis padres me protegieron. Terminaron por descubrir que había sido todo un engaño. Esa chica nunca estuvo embarazada de mí, ni de nadie, en realidad.

Al poco rato, Madison vuelve con una sonrisa.

«Listo, ya podemos irnos. ¿Todavía quieres avisarle a tu abuelo?»

«No, vámonos así, deben estar en casa esperándonos», decido.

«¡Bien!», responde Madison, preparada para partir.

Antes de salir, firmo un papel de responsabilidad por la silla y me aseguro de devolverla lo antes posible.

Madison y yo nos aprovechamos un poco más de la hospitalidad de Kenneth, quien nos da algo de dinero para volver a Austin.

Le pido su número de teléfono anotado en un papel para cuando tenga que regresarle el favor.

Mientras vamos en el taxi, ya con mejor semblante, Madison voltea a mirarme.

“Alec, anoche, ¿me dijiste algo?»

Me quedo en blanco cuando lo pregunta.

¿Será que sí me escuchó?

“¿Anoche? No, ¿De qué hablas?»

“De nada, debió ser un sueño», dice ella, pero su tono de voz denota inseguridad.

«La que balbuceó algunas cosas has sido tú», revelo, notando su cambio de color en el rostro.

Ahora es ella la que se pone pálida.

“¿Qué? ¿Qué dije?»

“Nada, que teníamos que salir de aquí», miento, tratando de mantener la calma.

Sospecho que ella también dijo algunas cosas en sus sueños para mí.

Vamos en silencio el resto del camino, hasta que llegamos a la ciudad, y de ahí hasta mi casa. No voy a mentir, la sorpresa que me causó ver lo que vi hizo que me paralizara.

“Deténgase aquí», le pido al taxista, que se estaciona a una cuadra de mi casa.

“¿Qué está pasando?», pregunta Madison inclinándose hacia adelante para ver mejor, a través del parabrisas.

De mi casa entran y salen arreglos florales fúnebres.

Hay gente vestida de negro, algunos lloran y limpian sus lágrimas con pañuelos blancos, otros simplemente tienen gestos serios.

Lo primero que se me ocurre es que he matado a mi abuelo.

No hay otra explicación.

“¡No puede ser mi abuelo!», digo con una mano en el pecho.

“¿Qué? Alec, ¿De qué hablas? Tu abuelo está ahí»

Señala hacia el lado izquierdo de la entrada.

Es verdad, es mi abuelo quien está en la puerta, aunque él no me parece triste, más bien está molesto.

¿Qué es lo que está pasando?

¿Quién se murió?

“Ah… Alec, creo que esto es para ti»

Asegura Madison con una cara de perplejidad.

¿Para mí?

Pero… ¿Cómo puede ser?

No tengo ni veinticuatro horas desaparecido.

“Madison, bajemos del auto enseguida”.

Le pagamos al taxi de lo que nos dio el señor Kenneth y ambos bajamos.

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