La enfermera del CEO -
Capítulo 104
Capítulo 104:
“¿A dónde va señor Fairchild?”
Indaga Patrick cuando me ve salir de la habitación.
“Espera aquí”, le respondo.
Él asiente sin preguntar nada más. Me acerco por el pasillo hasta llegar a la puerta.
Voy a tocar cuando sin querer, la empujo con los reposapiés de la silla de ruedas. No sabía que estaba semi abierta.
Madison está de espaldas a mí, y se está cambiando de ropa.
Si tuviera una moneda por cada vez que he visto su espalda, tendría tres. Lo cual no es mucho, pero es curioso que ya me haya pasado tres veces.
Esta vez, ella se da cuenta.
Se gira con sorpresa; sospecho que no lo pensó bien, porque su busto se encuentra sin ninguna prenda que la cubra.
No puedo evitar abrir los ojos como platos. Madison ve mi reacción y entonces se cubre con sus brazos.
“¡Alec!”, grita.
Cubro mis ojos con las manos, mientras ella coge una camisa y se tapa el cuerpo.
“Lo siento, no sabía que estabas… así…”
Ella corre y cierra la puerta en mi cara.
Espero que termine de vestirse y recién abre la puerta, con las mejillas rojas como tomates.
“Lo siento”, vuelvo a decir.
Sin embargo, me es difícil sacar esa imagen de mi cabeza.
“¿Qué haces aquí?”
“Esta es mi casa.”
“Me refiero a aquí, en mi habitación.”
“Quería disculparme contigo por lo de hace rato, cuando estábamos comiendo.”
“Ah… bien, no te preocupes.”
Se peina el cabello detrás de la oreja y añade:
“¿Viste algo?”
“No”
Contesto negando con la cabeza.
“Así como tú no viste nada ese día que se me cayó la toalla».
POV Madison
Dos semanas han pasado desde ese infame momento en el que Alec me vio desnuda.
Se lo hubiese recriminado, pero en retrospectiva, yo también lo vi a él, así que podríamos decir que ahora estamos a mano.
Nuestra relación se ha vuelto demasiado al plano de lo personal, sin embargo, luego de ese momento, he tratado en la medida de lo posible, mantener la distancia entre los dos.
Sé que él ha notado mi reticencia.
He sido estrictamente profesional, y solo lo he ayudado con las cuestiones diarias que me corresponden, y por supuesto, lo de su TEPT junto al psicólogo que lo trata.
Yo lo ayudo con la terapia de acercamiento, mientras el psicólogo se encarga de lo demás.
Ha confiado en mí para seguir porque dice que he hecho un buen trabajo, y le ha visto bastante progreso.
Y es verdad, Alec se ríe más, está más dispuesto a salir, incluso no ha dicho una crítica más sobre las ideas de su abuelo para el cumpleaños.
El día finalmente llegó, y ahora mismo lo estoy alistando en el baño.
“No sé dónde tengo la cabeza, volví a llevar tu silla afuera”, le digo después de haberlo envuelto en la toalla.
“Creo que estás en la luna”, bromea.
“Ya vengo”.
Salgo del baño y me encuentro de frente con la esposa de Alec cerca de la silla.
Estaba poniéndose de pie cuando me ve.
Cada día que pasa la miro con peores ojos, no puedo soportar tener que pretender que no sé nada, cuando solo tengo ganas de recriminarle todo lo que está haciendo.
“¿Qué hace aquí?”, pregunto.
“¿Acaso debo darte explicaciones de lo que hago en la habitación de mi esposo?”, cuestiona con los brazos cruzados.
Respiro y trato de controlar mis emociones. No puedo explotar así como así, sin pruebas, y sin razones, en realidad.
“Tiene razón, lo siento. Necesito la silla”.
“Por supuesto”, dice haciéndose a un lado”.
“Cuando lo traigas, por favor déjanos a solas”.
“Pero tengo que cambiarlo”.
“Yo puedo hacer eso. Lo traes y te retiras”.
Aprieto los dientes con furia, le doy una sonrisa falsa y me devuelvo al baño con la silla de ruedas. Alec se da cuenta de mi cambio de actitud porque enarca una ceja antes de preguntar.
“¿Qué ocurre?”
“Tu esposa está afuera”.
Lo dejo sobre la silla y él mismo se encarga de avanzar hasta la salida.
“¿Qué quiere?”, me pregunta.
“No lo sé, quiere hablar contigo”.
Abro la puerta y lo paso de largo, al tiempo que salgo de la habitación por completo y cierro tras de mí.
En verdad odio a esa mujer, y odio más que él ni siquiera se dé cuenta de la clase de esposa que tiene. O tal vez si lo sabe y prefiere hacer de la vista gorda.
No se puede ser tan hipócrita en la vida sin consecuencias; todo lo que espero, es que algún día el karma se encargue de ella.
Me voy hasta mi propio cuarto a cambiarme para la fiesta, dado que el abuelo de Alec especificó que quería que yo fuese, incluso invitó a Patrick, por eso él se había ido temprano para poder ducharse y ponerse algo decente.
Me pongo un vestido sencillo y bonito de color azul, me servirá para poder atender a mi paciente y al mismo tiempo pasar desapercibida en la fiesta.
No sé qué tanta gente irá, ni quienes, pero por lo que comentó Alec, suena a que invitó a medio mundo.
Antes de salir, saco del cajón de la cómoda el collar de alas que me había regalado.
Me lo traje luego de volver de uno de mis viajes para ver cómo sigue Caleb, quien ya ha vuelto al colegio con normalidad.
Me debato entre si debería ponérmelo o no.
Quedaría bien con el vestido, así que al final, decido que me lo pondré.
Me miro en el espejo una última vez antes de salir, no suelo ser de las que se halaga a sí misma, pero me veo bien.
Al poco rato vuelvo, y ya está cambiado.
Ambos están afuera, la esposa conversa animadamente con él y le acaricia el cabello como si quisiera demostrarle cariño.
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