Capítulo 97:

Ese día, después de la contienda que a Frida le pareció injusta, fue al hospital para ver a Benjamín.

El hombre ya había despertado y cada cierto tiempo, cuando creía que no se toparía con Martina, lo visitaba. Esta vez acompañada de Emma.

“¡Ah! ¡Frida y mi encantadora Emma!”, exclamó el anciano desde la cama.

“Me llena de alegría verlas”.

Emma se acercó para abrazar a su abuelo con ternura mientras la mirada de Frida derrochaba preocupación.

“Amor, ¿puedes traerme un café?”, preguntó Frida con media sonrisa.

“Sí, mamá…”, respondió Emma sabiendo que su madre quería tiempo a solas con su abuelo. Se acercó a la bolsa de Frida para tomar algo de dinero, pero lo que saltó a la vista fue la tarjeta de Edward.

Salió casi corriendo de la habitación y frente a la máquina expendedora dudó en llamar. Inhaló profundamente, pensó en Román y presionó cada número.

“Licenciado Harper, ¿Quién llama?”, la voz sonaba desconfiada y molesta conforme el silencio de Emma se alargaba.

“¿Hay alguien ahí?”.

“Emma Gibrand… habla Emma Gibrand…”

La sonrisa del hombre al otro lado de la línea se hizo grande.

Benjamín no tardaría en salir del hospital, aunque Frida no fue capaz de decirle todo lo que pasaba, no pudo omitir detalles sobre el juicio de Román.

Cuando llegó a casa, notó que Emma estaba particularmente nerviosa. No hizo más que estirar su mano hacia ella, queriendo alcanzar su hombro, cuando Álvaro la atajó.

“Tenemos un problema…”, dijo el abogado llamando la atención también de Emma, quien se quedó al pie de las escaleras para escuchar.

”El Señor Raig y su hijo Gerard están muertos”.

“¿Cómo que están muertos?”.

Frida estaba desconcertada.

“¿Saben quién los mató?”.

“Los presos con los que compartían su celda los ejecutaron, pero se escuchan rumores de que fue Román quien les pagó para hacerlo…”.

El corazón de Frida dio un vuelco y retrocedió como si las palabras de Álvaro la hubieran herido.

“No… él… no…”.

“Lamentablemente su reputación le precede… Para el juez no sonará descabellado por los conflictos que había tenido el Señor Gibrand con Gerard dentro de la cárcel. Además, los presos van a confesarse durante el juicio…”

“¡¿Qué?!”, exclamó Frida horrorizada.

“¿Eso se puede?”.

“Si admiten que fueron enviados por Román, entonces su sentencia por asesinato se reducirá, pero la de Román aumentará…”.

Álvaro guardó silencio, temía que Frida colapsara.

“Tengo que hablar con Román…”

“Le han cancelado las visitas hasta terminar el juicio…”

“Entonces hablaré con Martina, es ella quién está orquestando todo esto, lo sé… Marco me lo dijo…”

“Martina te puede demandar por acoso y levantar falsos. Aunque ella está pagando a los abogados que defienden a la hermana de Jake, no significa que esté implicada en el caso… por lo menos no hay pruebas”.

“¿Qué propones que haga, Álvaro? ¡¿Quedarme quieta mientras veo como Román perece en la cárcel?!”.

“Lo siento tanto…”, contestó Álvaro cabizbajo.

“Yo lo siento más…”.

“¿Quién los habrá matado?”, preguntó la falsa hermana de Jake.

“Dicen que fueron presos pagados por el Señor Gibrand”.

“Mi primo no es tan estúpido como para hacer algo así…”, respondió Martina apagando la pantalla, estaba harta del noticiero.

De pronto Margaret, quien había sido la encantadora secretaria de Román, se asomó, viendo con recelo y frialdad a Martina detrás del escritorio.

“Señora Gibrand, tiene visitas…”, dijo apática y dejó entrar a los visitantes sin presentarlos.

Marianne entró con la frente en alto y de la mano de Johan.

“Marianne Raig… no eres bienvenida en este lugar“, dijo Martina con el ceño fruncido.

“¿No lo soy? Me ofende… mis viñedos son lo que evita que tu corporativo caiga a pedazos…”.

“Tu hermano mató a mi prima, ¿crees que un Raig tiene derecho a estar aquí?”.

“Él está muerto, así como mi padre…”

Marianne se sentó delante de ella y le sonrió.

“Los hombres que los mataron declararán haber sido contratados por Román”.

Martina frunció el ceño y la miró con desconfianza.

“¿Tú los mandaste a matar?”

“No diré nada más. Solo quiero que Román pague por todo lo que le hizo a mi familia… por haberme arrebatado a mi mejor amiga y ponerla en mi contra… ahora que soy libre de mi padre y de mi hermano, te deseo mucho éxito en tu contienda contra Román. Después de todo, ya te ayudé un poco para que termines de refundirlo en la cárcel por el resto de sus días”.

Lorena revisaba su celular nuevo una y otra vez, leyendo las noticias y preocupándose por el futuro del Señor Gibrand. Sabía que no era el mejor hombre del mundo, pero no se merecía lo que le estaba pasando.

De pronto un ruido le erizó el cabello de la nuca, cuando levantó la mirada vio la ventana de su cuarto abierta, el aire nocturno entraba moviendo las cortinas. Se levantó desconcertada y cerró la ventana después de echarle un vistazo al jardín.

Vio ese pequeño rosal plantado, lo último que quedaba de Johan en esa casa.

Suspiró apesadumbrada y cuando iba a dar media vuelta para regresar a su cama sintió el filo de una navaja contra su cuello y una mano cubriendo sus labios.

“Shhh… no intentes gritar…”, dijo el invasor justo en su oído.

Lorena levantó el rostro dándole más libertad al arma y evitar así cortarse con esta. Alzó las manos por instinto y la navaja desapareció, pero su portador aún seguía detrás de ella.

Se giró lentamente y entre la penumbra se encontró con los profundos ojos de Johan, que parecía divertido, como si lo anterior hubiera sido una broma muy graciosa.

“Johan…”.

Antes de que Lorena continuara, el asesino cubrió de nuevo su boca y la puso contra la pared, silenciándola, pero también dominándola, percibiéndola vulnerable y frágil, deleitándose con su mirada y la suavidad de sus labios presionados contra su palma.

“Lorena… de ti dependerá que no hundan más a tu querido jefe…”.

Sacó un pequeño papel que tenía algunas letras, ofreciéndoselo.

Lorena lo alcanzó en el momento que Johan la liberó. Había dos nombres y una serie de números.

“¿Qué es esto?”.

“Es el nombre de los presos que asesinaron a los Raig, esos son sus números de identificación…”.

“¿Los conoces?”, preguntó contrariada y entonces recordó quien era él.

“Claro… de seguro han de ser íntimos amigos”.

“Escúchame bien, Lorena… ellos testificarán contra Román, pero por el dinero suficiente dirán una versión más conveniente”, dijo Johan acercándose con una amplia sonrisa, viendo la esperanza crecer en los ojos de la chica.

”Dales el dinero que necesitan y ellos dirán al juez que fue Martina Gibrand quien les pagó”.

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