Capítulo 94:

“¿Hay algún asunto programado y no me avisaron?”, preguntó antes de bajar y acercarse con el rostro y el torso lleno de sudor.

“No lo sé, pero este grupo de abogados deseaban hablar con usted”.

El director volteó hacia los trajeados.

El más molesto era Edward que sentía que Martina había jugado con su tiempo.

“Sus abogados han apelado y no tarda en llegar nuestro siguiente encuentro ante el juez, espero que esté listo, Señor Gibrand…”, dijo el Licenciado Harper antes de dar media vuelta con su séquito.

Frida estaba en el despacho que alguna vez fue de su padre, esperando noticias de sus abogados, cuando su teléfono vibró. El número era desconocido y aunque solía ignorar esa clase de llamadas, algo dentro de ella le dijo que contestara.

“¿Frida? Soy yo, Marco…”.

“¡¿Marco?! ¡¿Cómo conseguiste mi número?!”.

“Hay una forma en la que puedo ayudarte a que Román salga de la cárcel, pero no puedo decirte todo por teléfono. Te enviaré por mensaje la dirección del lugar y la hora. Si quieres verlo libre, más te vale que no me dejes plantado.”

Colgó dejando a Frida desconcertada y mareada. ¿En verdad tenía la clave para liberar a Román? En caso de que así fuera, ¿cuál sería el precio? El teléfono volvió a vibrar, era el mensaje de Marco.

“Frida, ¿Todo bien?”, preguntó Lorena asomándose por la puerta, llevaba una taza de té para calmar los nervios de su amiga.

“Tenemos que salir”, dijo Frida poniéndose de pie.

“¿Qué? ¿A dónde?”, apenas pudo preguntar Lorena cuando Frida ya la había tomado del brazo y sacado del despacho.

Frida escuchaba con paciencia y la mirada perdida en su taza de café, mientras Marco explicaba lo que había hecho y como Martina logró su cometido.

Una lágrima solitaria resbaló de su mejilla, pero su gesto permaneció apacible.

“Nunca quise que esto te afectara tanto…”, dijo Marco apenado.

“Esto solo demuestra lo maldito que puedes ser, pero no me ayuda en nada”.

“Frida, te aprecio como persona y…”.

“¡¿Me aprecias?! ¡¿Crees que me he olvidado de lo que me hiciste y cómo terminé en ese maldito hotel contigo?!”, exclamó golpeando en la mesa, llena de odio.

“Ese día… No te toqué…”, dijo Marco.

“Estaba desnuda en la cama…”, dijo entre dientes Frida.

“Intenté follarte, no lo voy a negar… pero llamabas a Román con tanto anhelo que me provocaste náuseas y no pude continuar”, admitió Marco, sintiendo que se quitaba un peso de encima al confesarse

“Eso no evitaría que lograra lastimar a Román, pero… no miento al decir que no pasó nada entre nosotros…”, continuó.

Frida se quedó en silencio sin saber si creerle, cuando Marco deslizó una tarjeta por la mesa.

“Edward Harper, el director de la firma de abogados que está defendiendo a la supuesta hermana de Jake. Habla con él, lleguen a un trato y todo se resolverá… es lo más que puedo hacer por ti”.

“No tengo nada que ofrecer… no tengo dinero ni bienes que sean atractivos para un hombre como él…”, respondió Frida sintiéndose frustrada.

“Tú no, pero Román sí. Trata de seducir al hombre con todo lo que ganará una vez que Martina abandone el cargo en el corporativo. Es un poco misógino, así que podría asegurar que preferiría trabajar para Román que para la perra de mi prima”, dijo Marco.

Se levantó de la mesa y acomodó su elegante saco.

“Creí que eras feliz viendo a Román detrás de las rejas…”.

“Sí, me encanta verlo así, pero… creo que tienes razón, hacer todo esto por una mujer como July no vale la pena, si hubiera una que valiera la pena, serías tú, pero conociéndote, no permitirías que dos hermanos se distanciaran por tu culpa…”.

“Marco…”.

Frida no sabía qué hacer, si agradecer o simplemente dejarlo ir.

“Si hubieras llegado antes que July, si te hubiera conocido antes que conocieras a Román…”, dijo Marco con anhelo y le sonrió melancólico.

“Pero bien dicen que «él hubiera» no existe. Suerte con lo que tienes que hacer, eres muy inteligente, Frida, lo harás bien”.

Le guiñó un ojo y dio media vuelta, alejándose. Ese hombre brutal y lleno de odio había cambiado, ante los ojos de Frida no era el mismo y podía sentir una chispa de empatía creciendo por él, que era mejor sofocar, pues no olvidaba que también era un hombre sumamente conflictivo.

Lorena esperaba pacientemente fuera de la cafetería donde Frida se reunió con Marco. Los veía a través de la ventana y estaba lista para entrar corriendo si notaba algo extraño que pusiera en peligro a Frida, pero… ¿Quién era ella? Solo una criada.

En caso de que Frida tuviera un arma en la cabeza, ¿qué podría hacer para salvarla?

Resopló y desvió la mirada. Entre la gente del centro comercial, una mujer de ojos verdes se le hizo conocida, pero más conocido se le hizo el hombre que la acompañaba.

Era Marianne, quien veía tiendas con atención y jovialidad mientras se agarraba del brazo de Johan. Ella parecía muy cariñosa mientras él mantenía un gesto frío y molesto.

Lorena se escondió detrás de una jardinera y los siguió con la mirada hasta que entraron a una tienda de ropa.

Se debatía en ir o mejor quedarse, tal vez entrar y avisar a Frida, pero regresó a la banca en la que estaba y buscó entre los contactos de su celular a Álvaro.

Ahora sabía quién envió a Johan a matar a Frida y los niños, no podía seguir guardando el secreto, no podía seguir encubriendo a ese jardinero ni metiendo las manos al fuego por él.

Escribió un mensaje de texto sencillo, «Johan fue contratado por Marianne, los detalles se los daría después a su amigo en persona».

Su dedo se debatía en mandar el mensaje cuando el aparato desapareció de sus manos, escurriéndose como una barra de mantequilla fuera de ellas.

Levantó la mirada siguiendo la dirección del dispositivo y se aterró, era Johan quien estaba leyendo el mensaje con atención. El color de sus mejillas desapareció y tenía ganas de gritar, pero su voz no salió.

“Me desilusiona tanto encontrarte mandando esta clase de mensajes, Lorena…”, dijo Johan borrándolo y guardándose el teléfono en el bolsillo.

“Creí que nuestro reencuentro sería más dulce…”.

Lorena de inmediato se puso de pie y corrió hacia la cafetería, creyendo que sería un lugar seguro donde él no entraría, pero la tomó por el talle antes de que ella alcanzara la puerta y la llevó cargando hasta la jardinera, donde la atrapó entre sus brazos.

“Pensé que no me tenías miedo”.

Paseó su mirada por cada rasgo en el rostro de Lorena. Era una chica joven de ojos grandes y rasgos finos. Con la ropa indicada no parecería criada.

“No te tengo miedo… solo precaución”, respondió retorciéndose, queriendo zafarse.

“Dime, Lorena… ¿por qué no hay ningún acta contra mí por intento de homicidio en la casa Sorrentino? Ya ha pasado bastante tiempo y aún sigo esperando…”.

Johan quería escucharla decir que no se atrevió a delatarlo, que confesara aún conservar su agrado hacia él, pese a lo ocurrido. Quería ver de nuevo esa mirada piadosa.

“Suéltame y con gusto la voy a levantar ahora mismo”.

Lorena siguió forcejeando, desesperada.

“Lorena… mi tonta e inocente Lorena…”, dijo con ternura y acarició la mejilla de la chica con la punta de la nariz.

“Te gusta confiar en la gente equivocada”.

“Me gusta confiar en la gente, pero si esta se equivoca y no aprovecha la oportunidad… ya no es mi responsabilidad”, dijo con la frente en alto.

“¿Crees que no aproveché la oportunidad? ¡Claro que lo hice!”.

“¿Trabajando para Marianne?”.

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