Capítulo 93:

“Pero él ya se ha ido”.

“¿Se fue?”, preguntó Frida desconcertada.

“Sí, durante la noche… creo que al final hizo lo correcto y… se fue.”

El corazón de Lorena dio un vuelco. Se moría por decirles la verdad, pero no quería que las cosas se complicaran más de lo que ya estaba.

“¡¿Cómo que no mataste a Frida y a sus hijos?!”, exclamó Marianne iracunda.

Quería ver sufrir a quien alguna vez llamó amiga.

Antes de que Johan pudiera responder, su teléfono sonó. Era el número del celular desechable que usaba Gerard.

“¿Qué ocurre?”, preguntó sin despegar la mirada de Johan.

“Román no está…”, respondió Gerard sin rodeos.

“Lo he buscado toda la mañana, pero nada”.

“Imposible…”:

“Temo que haya ido a defender a su familia y cobrar venganza… dime que tu asesino hizo el trabajo”.

Marianne guardó silencio y le dedicó una mirada furiosa a Johan antes de colgar.

“¿Ahora qué le explicaré a mi hermano? ¡Tenías una buena oportunidad y la desperdiciaste! ¡¿Por qué?!”.

“Fue más complejo de lo que creí”, respondió Johan pensando en la mirada decepcionada de Lorena.

Aún la traía clavada en el corazón.

“Pero las cosas pasan por algo. Si no hubiera fallado en mi misión, no estaría aquí en este momento. ¿Crees que tú sola podrías enfrentar a alguien como Román si es que decide buscarte?”.

“¿Insinúas que te necesito?”, inquirió con burla.

“No eres capaz de matar a una mujer indefensa y a sus niños, ¿Crees que podrás contra Román?”.

“Por lo menos haré más de lo que tú sola podrías…”, respondió con la misma actitud burlona.

“Déjame protegerte, Marianne… te juro que no te pondrá ni un solo dedo encima”.

Se acercó lentamente, como un depredador hambriento. La vio directo a los ojos, hipnotizándola con su actitud dominante y esa belleza peligrosa que solo un hombre joven y de su calaña puede poseer. Acarició su mejilla con ternura, esperando una respuesta de ese rostro sonrojado.

“Bien…”, respondió Marianne y retrocedió, alejándose del tacto de ese truhán.

“Tenemos que salir de aquí, este viñedo será el primer lugar que visite si es que quiere encontrarme, pero antes… busca a la hermana de ese tal Jake, avísale que Román está libre. Sus días en prisión aumentarán por este descuido”.

“Así será, Señorita Raig”.

Aunque Marianne parecía satisfecha con el nivel de maldad que imprimía en sus acciones, para él no era más que una aprendiz.

“¿Señorita Gibrand?”, preguntó asomándose por la puerta la mujer que había interpretado a la hermana de Jake.

“¿Qué quieres?”.

Martina despegó su mirada de los papeles ante ella, estaba molesta por tomar las riendas de una empresa que no sabía cómo funcionaba y le estaba costando muchos errores adecuarse.

De pronto se asomó Johan, con aspecto desaliñado y viendo la oficina con arrogancia.

“Este hombre me dijo que el Señor Román escapó de la cárcel…”, dijo la mujer acercándose, llena de miedo

“Sí nos descubre…”.

“Cállate…”, amenazó Martina viendo con infinito odio y desaprobación a la chica.

“¿Descubrirlas?”, preguntó Johan divertido

“Déjenme adivinar… Esta no es la hermana del muerto… ¿cierto?”.

“¿Quién eres y cómo te atreves a entrar a mi oficina? ¿De dónde sacaste que Román huyó del reclusorio? Nadie me ha notificado… si estuviera libre, el director ya hubiera llamado…”.

“Soy el guardián de la Señorita Marianne, quien le dio la información fue su hermano desde prisión. ¿Qué más necesita? ¿No se supone que las personas como ustedes no pueden ser detenidas siempre y cuando tengan dinero para sobornos?”.

Su voz tenía un toque de molestia. Odiaba que la gente como ellos, tuvieran el poder de pasar por encima de la autoridad con tanta facilidad.

“Si es todo lo que tenías que decir, te puedes ir. No esperarás alguna clase de retribución ¿o sí?”.

La hostilidad de Martina iba en aumento. Johan, con una sonrisa arrogante, hizo una reverencia como si estuviera ante una reina y salió de ahí. De regreso con Marianne para completar sus planes personales.

“¿Qué haremos?”, preguntó la actriz tronándose los dedos.

“Yo me encargo de todo”, respondió Martina y levantó el teléfono.

“Entonces… Regresarás…”, dijo Frida cabizbaja, tomando la mano de Román entre las suyas.

“Esa fue la condición del director… regresar hoy mismo…”.

“¿Quién eres?”, preguntó con media sonrisa mientras aguantaba el llanto por tener que separarse de nuevo de él.

“¿Cómo es que el director del reclusorio te deja salir? ¿Cómo lograste hacerte del respeto de los presos e incluso el temor de los policías?”.

“Frida, sabes bien quien soy… tú me conociste cuando era un maldito bastardo egoísta, que ahora no me comporte de esa forma contigo, no significa que no siga siéndolo… solo me he vuelto más selectivo con mis malos tratos. Espero que nunca me tengas miedo”.

“Jamás te tendría miedo”, respondió rápidamente Frida y se abrazó a Román, sentándose en su regazo como una pequeña niña y escondiendo su rostro contra su cuello.

“Podríamos escapar…”.

“¿Escapar?”, preguntó Román con una sonrisa tierna mientras envolvía la cintura de Frida.

“Sí, irnos muy lejos, tú, yo, los niños…”.

“Dijiste que no hiciera nada que pusiera en riesgo el trabajo de Álvaro y Jimena… si escapo, me volveré un fugitivo y ustedes estarán en riesgo. Los perseguirán también. ¿Qué clase de vida podría ofrecerles a los niños si hago eso?”.

“Es que te extrañé tanto, Román, que me rehúso a volverte a perder”, dijo Frida con los ojos llorosos y levantó su rostro hacia su esposo.

“No quiero que te vayas, no quiero que me dejes de nuevo”.

El corazón de Román se estrujó, haciéndolo sentir miserable.

Sabía que Frida estaba sufriendo por él y por el conjunto de desgracias que los rodeaban, pero no podía ceder, tenía que hacer las cosas bien por primera vez en su vida.

“¿Señor? La patrulla está en la entrada…”, dijo Álvaro apenado por tener que interrumpir el momento.

“Frida, escucha bien, le pedí a algunos de mis hombres que vigilen la propiedad. No estarás sola en ningún momento y si hay problemas te sacarán de aquí junto con los niños. ¿Entendido?”.

Frida asintió secándose las lágrimas y permitió que Román se despidiera de los niños mientras prometía que volvería pronto.

Los abogados que habían llevado el juicio en contra de Román llegaron al reclusorio. El jefe de bufete, Edward Harper, un hombre entrado en años y cascarrabias, demandó hablar con el director.

Quería una audiencia con Román y de no concretarse y comprobar que el hombre estaba prófugo, no solo desataría su cólera contra la seguridad de las instalaciones, sino que aumentaría la sentencia, logrando así que Román se pudriera en esa cárcel el resto de su vida.

El director, sin poder ocultar su nerviosismo, encabezó la caravana hacia la celda de Román. Los abogados detrás de él parecían más feroces que los mismos policías.

Cuando se asomaron a la celda, Román se encontraba haciendo abdominales, colgando desde la cama. Se quedó por un momento con medio cuerpo suspendido en el aire, viendo a la gente trajeada detrás de la reja.

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