Capítulo 92:

Su recibimiento fue tan intenso y cálido que el corazón de Román le explotó en el pecho. Estrechó con fuerza el cuerpo de Frida, pues no podía contenerse, necesitaba sentirla cerca, poder rebasar el límite y que sus cuerpos estuvieran tan juntos que sus almas se mezclaran.

Respondió cada beso ansioso con la misma necesidad y dejó que fuera Frida quien marcara el ritmo de su reencuentro. Era la primera vez que ella tomaba la iniciativa de esa forma, con tanta hambre, más de la que alguna vez había tenido Román.

La depositó en la cama con suavidad mientras ella seguía aferrándose a él, entre lágrimas y sollozos que eran silenciados por besos.

Le arrancó la ropa con torpeza y sus uñas llegaron a rasguñar la piel curtida de Román, pero ninguno de los dos le dio importancia, el ardor de sus cuerpos y la intensidad del momento les nublaba el pensamiento.

Esa noche se entregaron como nunca, Román tuvo que cubrir la boca de Frida por largo tiempo pues sus gemidos profundos y roncos podían despertar al pequeño Mateo e incluso a todo aquel que dormía bajo el mismo techo, mientras que los gruñidos guturales de Román chocaban con la suave piel del cuello de Frida, erizándola y haciéndola arder.

Frida se aferró al cuerpo de Román con uñas y dientes mientras las fuertes embestidas arremetían contra su frágil cuerpo.

Él era una bestia sedienta, buscando consuelo entre las piernas de su hembra, y ella un alma herida que curaba su dolor con el calor del cuerpo de su amante.

Esa noche, el único testigo de su reencuentro fue la luna, que iluminó la piel de los amantes, dándole un color más misterioso y apetecible que los motivaba a continuar con el jugueteo, renovando sus fuerzas en cada temblor y espasmo, en cada explosión de placer que los torturaba y a la vez los llevaba a la locura.

Sus bocas susurraron incontables, ‘te amo’ y sus cuerpos lo demostraron.

Se fundieron incansablemente, entregándose entre pasión y lágrimas, entre caricias tiernas y miradas dulces que derretirían el corazón más frio.

Frida al despertar, acarició el colchón vacío, buscando el cuerpo de Román, temiendo que la noche anterior hubiera sido un sueño, pero el dolor en sus muslos y el calor en las sábanas no mentían.

Se cubrió antes de salir de la cama y escuchó el agua cayendo dentro del baño. No pudo evitar sonreír y su corazón se llenó de ilusión.

Al entrar vio la silueta de Román, estaba apoyado contra la pared, dejando que el agua cubriera su piel tatuada.

Se veía más musculoso que la última vez que lo vio y su piel había adoptado un color bronceado, aunque también eran perceptibles algunas heridas que comenzaban a sanar y moretones violáceos y verdosos producto de alguna pelea a puño.

El corazón de Frida se estremeció de tristeza, no le gustaba verlo así, deseaba tener de nuevo a ese CEO arrogante de traje y mirada feroz.

De pronto Román volteó hacia ella, sintiendo su presencia, y le ofreció una sonrisa tierna, extendió su mano invitándola a acompañarlo, no quería desperdiciar cada minuto valioso a su lado.

Frida dejó caer la sábana que cubría su cuerpo y tomó la mano de su esposo, acercándose sin miedo y llena de cariño, haciendo vibrar el corazón de Román.

Restregó su rostro contra el de ella, como un gato buscando mimos. La besaba con ternura y delineaba su cuerpo, siguiendo el agua que la recorría.

“Te amo…”, dijo una vez más.

Lo había repetido incansablemente toda la noche y no había sido suficiente. Tomó la delicada mano de Frida y besó el diamante negro que no se había separado de ella en ningún momento.

Frida respondió con un beso profundo y sincero, lleno de cariño que deleitó el exigente paladar de Román.

Se bañaron entre besos y caricias, entre palabras llenas de amor y miradas que derrochaban compromiso y anhelo.

“No quiero romper con esto…”, dijo Frida entre los brazos de Román, sentados en la cama mientras alimentaba al pequeño Mateo.

“Pero… ¿Qué hago aquí? ¿Cómo me escapé y por qué aún no ha venido la policía?”, preguntó Román depositando besos en la mejilla y cuello de Frida por cada palabra que pronunciaba.

“Tenía miedo”.

“¿Miedo?”, preguntó Frida desconcertada.

“Gerard… él dijo…”.

Román no quería preocuparla, pero sabía que debía estar al pendiente de su seguridad.

“Dijo que los niños y tú morirían al amanecer, que alguien los mataría…”

Frida palideció y tomó distancia para ver directo a los ojos a Román.

“No podía quedarme esperando encerrado en ese maldito lugar… no podía arriesgarme a que sus amenazas fueran reales. Dijo que Marianne no se quedaría quieta”.

“¿Marianne? Ella no…”.

“¿No sería capaz? ¿Estás segura?”.

“Ya no estoy segura de nada con esa familia”, respondió Frida cabizbaja y acomodó al pequeño Mateo en la cuna.

De pronto pensó en Johan.

“Hace una semana vino un hombre y se ofreció como jardinero, parecía inofensivo, pero Álvaro lo investigó y resultó ser un ex recluso, sospechoso de asesinato, ladrón, secuestrador…”

“¡¿Qué?!”, exclamó alarmado y el pequeño Mateo se revolvió en su cuna.

“Lorena lo defendió, me hizo ver que todos necesitan una segunda oportunidad…”.

“Mataré a Lorena”, dijo lleno de ira y caminó hacia la puerta, dispuesto a buscarla.

“Román, ella tiene un corazón muy noble y posiblemente tenga razón. En esta semana Johan se ha comportado dulce y cálido con las niñas, protector con Cari y se entiende bien con Lorena”.

“Tal vez ella tiene razón y solo quiere enmendar su camino…”.

“Un hombre como él no sale de la cárcel para ser buena persona, Frida…”.

La escena era conmovedora, Lorena estaba profundamente dormida, con la mano de la pequeña Cari sobre la frente y las piernas de Emma sobre el estómago. Las tres parecían muñecas de trapo que habían sido arrojadas sin cuidado sobre la cama.

Mientras Román las veía con el ceño fruncido y sin comprender cómo es que podían dormir tan torcidas, Frida aguantaba la risa, enternecida.

“¡Lorena!”, exclamó Román despertando a las tres y haciendo que la criada pegara un brinco y cayera de la cama.

“¡Sí, Señor Román!”, exclamó Lorena aún somnolienta y mareada, sin perder la costumbre.

“¿Papito?”, preguntó Cari con los ojos bien abiertos.

Las lágrimas cayeron de sus enormes ojos azules y con torpeza corrió sobre la cama, sacudiéndose las sábanas y, sin temor a caer, se lanzó a los brazos de su padre, aferrándose a él mientras lloraba de la emoción.

“Mis princesas…”, dijo Román extendiendo el brazo hacia Emma, motivándola a acercarse.

Con paso inseguro, la adolescente se acercó temiendo que fuera una ilusión, pero cuando sintió el calor de Román, lloró con tanta desesperación como lo había hecho su hermana.

Ambas niñas estaban llenas de gratitud y felicidad, aferrándose a su padre y llorando desconsoladas.

“Señor Román…”, dijo Lorena con una enorme sonrisa. Pese a los regaños y su carácter tan fuerte, ella le quería y respetaba.

“Lorena, es bueno verte de nuevo…”, contestó con media sonrisa y se plantó frente a ella.

“Señor, qué bueno que está de vuelta”.

La emoción le ganó y no pudo evitar abrazarse a Román, encajando el rostro en su pecho. Era una figura paterna para ella, aunque su relación no fuera tan cercana.

Román estrechó con gentileza a Lorena y sacudió su cabello, recordando cuando la acogió como una criada más. Siendo tan joven y torpe, toleró sus errores que a veces no parecían tener corrección.

Había días que no se sentía solo si podía pronunciar su nombre y la veía llegar corriendo para recibir su demanda.

“¡Ay, Lorena!… ¿Ahora qué hiciste?”, le preguntó como lo haría un padre a su pequeña hija y le dio un par de palmadas en el hombro cuando vio su mirada llena de angustia.

“Me equivoqué…”, respondió cabizbaja, no le agradaba la sensación de haberlo defraudado.

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