La divina obsesión del CEO -
Capítulo 91
Capítulo 91:
Román se precipitó hacia las rejas y trató de alcanzar a Gerard, pero este brincó hacia atrás alejándose de su fuerte mano.
“Grita todo lo que quieras, maldice y enójate, desde aquí no podrás hacer nada para detener su destino… buenas noches, Román…”
Gerard dio media vuelta, dejándolo solo y maldiciendo. Sus vociferaciones despertaron a todos los presos, pero ninguno se quejó.
Lorena salió corriendo de la habitación de Frida, estaba emocionada por compartir la noticia. Johan tenía derecho de quedarse, Frida había demostrado tener un corazón benevolente, como única condición pidió que sus hijos, principalmente Cari, no deambularan solos cerca de él mientras no sintiera la suficiente confianza.
Lorena se había comprometido a cuidar de los niños.
Tocó un par de veces la puerta de Johan, no podía esperar hasta mañana para darle la noticia. Tenía fe en que estaba cambiando la vida de un hombre y que sería para bien.
De pronto la incertidumbre la abordó, Johan no abrió la puerta y cuando decidió abrirla ella misma, la habitación estaba vacía.
“¿Johan?”, preguntó, pero nadie contestó.
Sintió un retortijón en el estómago y las palabras de Álvaro inundaron su mente. ¿Se había equivocado?
Johan tomó el pomo de la puerta con sus manos enfundadas en guantes de látex y comenzó a girarlo lentamente, no quería despertar a las niñas.
En su otra mano cargaba el arma con silenciador mientras que su rostro estaba oculto por el pasamontañas. La oscuridad de la casa le ayudaba, lo único que alumbraba era la luna que se asomaba por la ventana.
“No lo hagas…”, una voz débil lo detuvo, se trataba de Lorena, con los ojos llorosos y cargando un jarrón aún con flores, mismas que Johan había cortado el día anterior.
“¿Qué piensas hacer con ese florero? ¿Crees que podrás contra mi pistola? No seas tonta, da media vuelta y sal de aquí”.
“No… no permitiré que le hagas daño a las niñas”.
Dejó el jarrón en la pequeña mesa de al lado y se acercó un par de pasos.
“Metí las manos al fuego por ti y juré que eras inofensivo, que eras un hombre nuevo…”.
“No es nada personal, solo es trabajo. Si no lo hago yo, mandarán a alguien más y no te aseguro que esa persona te deje vivir”.
Lorena dejó que su mirada vagara en el vacío, recordando el día que él llegó a la casa.
“Por eso estás aquí… no querías cambiar tu vida, solo acercarte a tu objetivo…”.
Se sintió estúpida y humillada. Había traicionado su confianza. Siempre quería hacer el bien y ayudar a quien lo necesitara, pero nunca se habían burlado así de ella.
“¿Quién te mandó?”.
“Que te largues…”.
Johan levantó la pistola hacia Lorena y puso su dedo en el gatillo.
“No vale la pena que arriesgues tu vida”.
El cañón frente a sus ojos se veía enorme, pero la tristeza de su corazón no permitía que el miedo hiciera mella. Pegó su frente al arma y vio directamente a los ojos a Johan.
“Dispara… prometí que cuidaría de las niñas y lo haré. Mi madre siempre dice que el ladrón huye cuando ve sangre, así que vuélame la cabeza y vete…”.
“Se te olvida, que yo no soy un ladrón… sino un asesino…”, respondió Johan acercándose más a ella.
La mirada de Lorena no era de miedo, era de desilusión, sus lágrimas no suplicaban por su vida, solo derrochaban dolor y decepción. De nuevo el corazón de Johan se estrujó como hace muchos años no lo hacía.
Quiso jalar el gatillo, pero su dedo estaba paralizado, el arma le pesaba y se sentía incapaz de acabar con su trabajo. Lorena estaba complicando todo.
“Entonces hazlo, mátame antes que a las niñas, prefiero mil veces morir a despertar mañana con la culpabilidad en el corazón. ¡Mírame! No tengo nada para detenerte, no hay forma de que pueda evitarlo, pero tampoco me voy a quitar de tu camino, no me moveré, no lo haré… ¡Así que jala el gatillo!”.
“¡Arráncame la vida de una vez!”.
Cerró los ojos y apretó los dientes, esperando el sonido del disparo, aterrada por estar frente a la muerte y arrepentida por haber confiado en ese desconocido. Johan se quitó el pasamontañas con una mano y le dedicó una mirada larga e indecisa.
Tomó a Lorena por la nuca en el momento que bajó el arma, haciendo que ella abriera los ojos como platos.
“Tú no…”, dijo Johan con los dientes apretados e inconforme por la decisión que había tomado. La acercó y estrelló un beso brusco contra su boca, tomándola por sorpresa.
Fue un gesto que duró un par de segundos, pero se clavó en el corazón de Lorena como una aguja al rojo vivo. Cuando Johan la soltó, se volvió a cubrir el rostro y salió corriendo de la casa sin mirar atrás mientras Lorena no comprendía lo que había ocurrido.
Se tocó los labios con sus dedos, aún se sentían cálidos por la presión de la boca de Johan, y su corazón se estremeció. De pronto la puerta se abrió, era Emma adormilada.
“¿Lorena?”, preguntó arrastrando la voz.
Entre lágrimas, Lorena la abrazó con fuerza, acariciando sus cabellos castaños y agradeciendo al cielo que siguiera viva.
“¿Lorena? ¿Por qué lloras?”, preguntó Cari desde la cama
“¿Tuviste una pesadilla?”.
“Una muy fea, Cari… demasiado fea”, explicó limpiando sus lágrimas con el dorso de la mano.
“¡Ven! ¡Duerme con nosotras! No pasa nada”, dijo Cari estirando sus manos hacia ella, invitándole a acercarse.
El corazón de Lorena se fracturó al imaginarla víctima de ese asesino.
“Mamá dice que los sueños, sueños son, que no debes de temer”.
Lorena se recostó junto a Cari, quien la abrazó con ternura, mientras Emma le dedicaba una mirada confundida.
Ella no le creía que fuera una pesadilla lo que la había llevado alterada hasta la puerta de su habitación, pero guardó silencio y decidió que no era momento de preguntar.
Frida dormía profundamente, abrazando una almohada. El pequeño Mateo tenía una hora en específico en que siempre se despertaba, pero esa noche era diferente.
El silencio la perturbó y salió de la cama, somnolienta, pero ansiosa.
Vio hacia la cuna donde su pequeño descansaba y el corazón le dio un vuelco, la silueta de un hombre se interponía en su visión. Era alto y estaba encapuchado, mecía al pequeño Mateo entre sus brazos mientras la brisa entraba por la ventana abierta de la habitación.
Frida tomó su celular que descansaba sobre la mesita de noche y lo sujetó como si fuera un puñal, algo podría hacer si tenía que enfrentarse a ese espectro.
“No quise despertarte…”.
El alma se le escapó del cuerpo a Frida, sus piernas temblaron y soltó el teléfono que impactó contra el suelo.
La sombra giró hacia ella, mostrando el rostro demacrado, pero atractivo de Román. Frida cubrió su boca ahogando un sollozo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y su mirada se enturbiaba.
Román dejó en la cuna al pequeño Mateo que había encontrado ‘confort’ en los brazos de su padre y había podido conciliar el sueño; después se acercó lentamente hacia Frida sin intenciones de asustarla.
“¿Román?”.
La voz se le quebró y el corazón de Román dio un vuelco. Si algo no soportaba eran las lágrimas de su mujer; verla llorar lo hacía sentir miserable.
“Frida… tranquila…”, dijo en voz suave y acercó sus manos para tomar su rostro y acariciarlo con ternura mientras limpiaba sus lágrimas.
“Sé que esperas una explicación, pero…”.
Frida no le dio tiempo para hablar, le brincó encima, enredando sus piernas alrededor de su cintura y sus brazos alrededor de su cuello.
Román retrocedió un par de pasos, no se esperaba la respuesta de su mujer, que de inmediato lo llenó de besos ansiosos que escapaban entre lágrimas y sollozos.
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