La divina obsesión del CEO -
Capítulo 9
Capítulo 9:
Llegaron a una enorme residencia con miles de hectáreas de bosque y pastos verdes que comenzaban a teñirse de blanco. La mansión era mucho más grande de la que presumía Román y contaba con una caballeriza.
A Benjamín siempre le habían gustado los caballos y aunque ya no cabalgaba le gustaba ir a verlos pastar.
“¿Estás lista?”, preguntó Román acomodándose los guantes de piel.
“Recuerda cómo nos conocimos. Intenta comportarte como la novia ideal.”
“Descuida, desperdicié muchos años intentando ser la esposa ideal. Creo que puedo con el papel”, respondió Frida resoplando.
“Una cosa más”, dijo Román tomando el rostro de Frida con gentileza.
“Deja de ser tan irónica e insoportable”.
Besó la sonrisa torcida que ella le dedicó.
La actitud de Román cambió en cuanto salieron del auto.
La veía con ternura y la guiaba con caballerosidad, pero Frida sabía que todo era una mentira, pues asomados por las ventanas había ojos atentos a cada movimiento, así que decidió que también era momento para ella de comenzar a actuar.
Tomó de la mano a Román mientras la servidumbre llevaba al interior de la mansión las maletas con sus pertenencias. La estancia era amplia, llena de opulencia, alfombrada y tan blanca que Frida sentía que le hería los ojos.
“¡Primo! ¡Qué gusto verte!”, exclamó una mujer esbelta que lucía un abrigo rosa y unas orejeras del mismo color.
Abrazó a Román generándole desagrado y después volteó hacia Frida con sorpresa y una sonrisa rígida que parecía contener su asco.
“Y vienes bien acompañado. ¡Hola, querida!”
“Hola…”, respondió Frida con timidez y recibió ese abrazo hipócrita.
“Martina Gibrand. Mucho gusto”.
“Frida. El gusto es mío”.
“¿Dónde está el abuelo?”, preguntó Román demandante.
“¿Tan rápido te quieres deshacer de mí? Creí que podríamos platicar y ponernos al corriente con una taza de chocolate”, dijo Martina sin borrar su sonrisa.
De pronto Martina se cruzó por la mirada de Román, provocando que este ignorara por completo a su prima, llevando de la mano a Frida con él, persiguiendo a la enfermera de su abuelo.
“No eres muy popular entre tu familia, ¿cierto?”, dijo Frida viendo la cara torcida de Martina a la distancia.
“No les agrado, ni ellos a mí. ¿Otra pregunta?”
No estaba para nada sorprendida. Parecía que Román se había encargado de alejar a todas las personas que se le acercaban.
El pesar que cargaba su corazón era demasiado profundo y doloroso. De pronto Frida se preguntó si hubo algún momento en que fuera diferente, en que su sonrisa no se disolviera y el brillo de sus ojos fuera gentil.
Martina vio con atención como su primo iba de la mano con esa chica varios años más joven.
Estaba enterada de los cambios que había hecho su abuelo con respecto a la herencia y no le agradaban.
No estaba de acuerdo con que todo se fuera a actos de beneficencia, pero tampoco estaba dispuesta a permitir que ‘el nieto favorito’ se quedara con todo.
Si ella se quedaría sin un solo centavo, Román también tenía que sufrir el mismo castigo.
De pronto su hermano Tobías se acercó, fascinado por ver tanta rabia en los ojos de Martina. Sabía que su mente debía de ser un enjambre de avispas enardecidas.
“¿Lo viste?”, preguntó Martina.
“Viene acompañado por una mujer. Aparentemente su novia”.
Degustó la hiel que se apoderaba de su boca.
“Ese maldito no pierde el tiempo”.
“¿Insinúas que encontró con quién casarse?”.
“No me sorprendería que antes de que termine la semana le pida matrimonio enfrente de todos”.
Torció la boca y se cruzó de brazos, conteniendo a su niña interior de hacer berrinche.
“Algo no me convence en todo esto. Ella parece encantada a su lado lo cual es imposible. Román es insoportable”.
“Bueno, tal vez como nuestro primo lo sea, pero como pareja se vuelva todo un príncipe azul”, añadió Tobías divertido.
“¿Román? ¡Es un hijo de p%ta! ¡Esa relación debe de ser falsa!, exclamó Martina furiosa, volteando hacia su hermano.
“Lo pondré en evidencia frente al abuelo”.
“¿Y si te equivocas? ¿Qué pasa si esa relación es verdadera?”.
“Falsa o verdadera, no durará”, contestó Martina dándole una ligera palmada en la mejilla a su
…
Matilda dirigió a Román y Frida hacia donde estaba Benjamín admirando a sus animales, todos bien alimentados, fuertes y lustrosos. Escuchó los pasos detrás de él sobre la fina hierba y volteó. Le llamó la atención la joven mujer que acompañaba a Román.
Sus hermosos y grandes ojos celestes lo dejaron sorprendido y creyó haberlos visto con anterioridad, pero no sabía dónde.
“¡Román! ¡Qué gusto verte llegar con ese hermoso ángel!”, exclamó el anciano dedicándole una amplia sonrisa a Frida que de inmediato se sonrojó.
“Te presento a Frida, mi novia”, dijo Román con orgullo.
“¿Tu novia?”.
“Sí, llevamos un tiempo saliendo y creí conveniente traerla”.
“Entonces ya conoces lo encantador que puede ser mi nieto”, dijo Benjamín con una carcajada y se acercó a Frida, cautivado por su belleza.
“Sí, lo conozco lo suficiente”, respondió Frida y volteó hacia Román.
“Es orgulloso y testarudo, soberbio, solitario, malhumorado, sarcástico y a veces insoportable”.
“¡Vaya que lo conoce!”, exclamó Matilda quien había sido víctima del mal genio de Román en más de una ocasión”.
Román levantó una ceja, molesto, pues eso no era lo que esperaba.
Deseaba que Frida lo enalteciera como creía que lo haría una mujer enamorada, pero desconocía que un amor maduro, con años de añejamiento, ve más allá de las virtudes, conoce los defectos a la perfección y los tolera y ama por igual.
“Pero… también es un hombre trabajador, responsable, comprometido, fiel a su palabra y sensible…”, añadió Frida viéndolo fijamente a los ojos recordando la forma tan gentil en la que se comportó con Emma.
“Es caballeroso y detallista…Es un buen hombre”.
Le ofreció una sonrisa amplia y acarició su mejilla con ternura.
“¿Román?”, preguntó desconcertada Matilda, frunciendo el ceño y viendo como la pareja se desconectaba de su entorno, hipnotizados por la mirada del otro.
“Cuando amamos a alguien podemos ver tanto sus virtudes como sus defectos y tolerarlos y amarlos por igual”, respondió Benjamín orgulloso.
La noche era fría y la habitación muy grande.
Tenían una pequeña chimenea que brindaba calor, aun así, Frida sufría con ese ligero camisón de seda que dejaba sus piernas descubiertas y pendía de un par de tirantes delgados de sus hombros.
Se envolvió en la cobija y se quedó viendo la llama que bailaba en la chimenea. Mientras sus ojos permanecían hipnotizados por esos colores amarillos y naranjas, pensaba en su pequeña Emma, aún se sentía arrepentida de haberla dejado sola.
Román lucía tan fresco como si estuviera a mitad de primavera, solo con el pantalón de pijama que lo cubría de la cadera para abajo y presumiendo esos tatuajes rudos que Frida se hubiera esperado ver en algún motociclista y no en un CEO tan frío y amargado.
“Lo hiciste bien, creo que mi abuelo nos creyó”.
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