La divina obsesión del CEO -
Capítulo 8
Capítulo 8:
“Es una opción”, respondió con ironía y ofreciéndole una sonrisa insolente.
“Hablando de ese hijo que me debes. Espero que estés lista para cumplir con esa otra parte del trato, agregó antes de cerrar la puerta del vehículo, dejando a Frida congelada.
…
Frida caminaba de un lado a otro en la habitación, usando ese camisón de seda rojo que tanto le había gustado y tronándose los dedos. La vista se le nublaba y la piel se le erizaba.
Román había demostrado en esos días lo violento y dominante que podía ser y lo último que quería Frida era ser víctima de sus impulsos y terminar lastimada, pero comprendía que era algo a lo que había accedido en el momento que firmó.
De pronto las luces bajaron su intensidad, el cuarto se oscureció y ella se quedó petrificada, sabiendo perfectamente quién había entrado. Un par de manos varoniles y cálidas se posaron en sus hombros mientras su aliento mentolado chocaba con su cuello.
“Pórtate bien. Esto no debe de ser molesto para ninguno de los dos”, dijo en su oído mientras una de sus manos abrazaba el cuello de Frida, haciendo que levantara el rostro y recargara su cabeza sobre su hombro.
“Se una buena chica”.
Los labios de Román la recorrieron desde la sien, resbalando por su pómulo y deteniéndose en el ángulo de la mandíbula, saboreando con besos suaves y delicados. Entre más tiempo sentía a Frida vulnerable entre sus manos, más ardía su pasión.
Era una criatura hermosa y frágil que lo enloquecía.
Deslizó los tirantes haciendo caer el camisón, dejándola desnuda ante él por excepción de sus bragas de encaje. Estaba completamente avergonzada, cubriendo sus pechos, abrazándose a sí misma, volviéndose más apetecible para su depredador.
“Yo… Nunca he estado con otro hombre que no sea Gonzalo”.
Frida quería justificar su torpeza.
“No hables de ese imbécil cuando estés conmigo. Él no existe mientras estemos juntos”, dijo Román besando la mejilla de Frida y acercándose a esos labios carnosos, besándolos con gusto, mordiéndolos suavemente y haciéndola suspirar.
Dirigió las manos inexpertas de Frida hacia su boca para besar cada dedo con deleite y al mismo tiempo descubrir su cuerpo que se había vuelto una obsesión para él.
Con delicadeza la depositó en la cama y deslizó sus bragas por sus largas piernas para después besarla de pies a cabeza, degustando su dulce piel. Era como acariciar con los labios un durazno.
La temperatura comenzó a subir, la ropa de Román terminó en el suelo junto con la de Frida y cuando esta se dio cuenta, ya estaba sucumbiendo entre las caricias, deseándolo, enredando sus largas piernas en las caderas de su amante y sintiendo como esas cálidas manos la tomaban con firmeza.
El cuerpo de Román quemaba la piel de Frida y la lujuria nublaba su juicio. Se sentía deseada, venerada en cada beso y caricia. Se olvidó del miedo que ese hombre dominante y de mal genio le provocaba y aceptó bailar a su mismo ritmo.
Se sintió su dueña y al mismo tiempo su prisionera.
La luna acompañó su danza, iluminando sus cuerpos hasta caer rendidos y en medio de su sueño profundo, Román envolvió el delicado cuerpo de Frida entre sus brazos, apresándola contra su pecho, queriendo sentirla cerca, olfateando su aroma mientras que Frida escondía su rostro en ese hueco que se formaba en su cuello y se deleitaba con su loción.
Así fue como su primer encuentro no fue para nada lo que esperaban, había sido una cascada de sensaciones nuevas para la novata y para el veterano.
…
Frida despertó adolorida de las piernas, pero con un optimismo que era nuevo para ella. El cielo parecía despejado a través de la ventana y las aves cantaban tan felices como su corazón.
Cuando volteó se encontró con Román profundamente dormido. Lo observó con detenimiento, fascinada por su piel tersa y su brazo tatuado.
Tentada por lo prohibido, acercó sus dedos y delineó cada cráneo y rosa dibujados. No quería despertarlo, pero la tersura de su piel era adictiva, seguir cada trazo, acariciar sus venas que se realzaban como ríos surcando su brazo, su anatomía era fascinante.
“No te vayas a enamorar de mí. No está dentro del contrato”.
Román había despertado en cuanto los dedos de Frida cosquillearon en su piel, pero se mantuvo un momento en silencio, apreciando esos ojos azules y ese rostro angelical que parecía tan fascinado.
“¿Enamorarme de ti?”, preguntó Frida divertida.
“Descuida, creo poder controlarme”.
“No lo sé”.
Román se levantó de la cama y sin pudor caminó completamente desnudo, luciendo su anatomía frente a Frida que se sonrojó de inmediato.
“Puedo reconocer cuando una mujer se está enamorando de mí”.
“Que vanidoso”.
Frida se cubrió con la sábana y vio por el rabillo del ojo como Román se vestía, apreciando su piel desnuda por última vez.
“Créeme. Sé que no tengo que enamorarme de alguien como tú”.
“Lo dices como si fuera una maldición”.
“Eres insoportable. ¿Qué mujer podría aguantarte? Tu orgullo es insufrible”.
“Mira quien habla”.
Román giró hacia ella divertido. Ninguna mujer lo había juzgado por su forma de ser.
Todas se ponían a sus pies y elogiaban sus atributos mientras ella se la pasaba quejándose de sus defectos.
“Te enamorarás de mí. Lo veo en tus ojos”.
“Narcisista. No eres la gran cosa, ¿Sabes?”.
Frida se levantó buscando su ropa interior, encontrándola en manos de Román que la veía con atención y fascinación.
“¿Quieres apostar?”, preguntó acercando las bragas que colgaban de sus dedos.
“Es más fácil que tú te enamores de mí”, agregó Frida arrebatándole su ropa y provocando una carcajada. Era la primera vez que veía a Román tan divertido y parecía un hermoso demonio.
“¿Y el vanidoso soy yo?”, respondió entre risas.
“Lo que tú no sabes es que yo ya no tengo corazón ni tiempo para enamorarme”.
“¿Tú crees que yo sí tengo corazón? ¿Crees que queda algo después de lo que he pasado?”, preguntó Frida apretando los dientes y recordando a Gonzalo con dolor.
“¿Crees que me quedan ganas de enamorarme de un hombre poderoso que tarde o temprano me desechará?”.
La sonrisa de Román se disolvió al ver el dolor en Frida y comprendió que ese corazón estaba destruido.
“¿Y tú crees que eres la única con el corazón roto?”, preguntó Román con resentimiento.
“No te creas tan especial”.
Se colocó una playera negra que se adhirió a su torso y se acercó a la puerta, conteniendo sus propios demonios.
“Es una advertencia amistosa. No te enamores pues no me hago responsable de aplastar más tu corazón”.
Salió de la habitación dejando a Frida desconcertada y temerosa. Había algo que lo había lastimado lo suficiente para ser tan receloso y hostil, para mantener a las mujeres a raya y Frida lo comprendió: Era un animal herido lamiéndose las heridas.
Durante todo el camino, el silencio reinó dentro del auto. Román se rehusaba a llegar a su destino, la situación con el resto de su familia era complicada.
No toleraba sus pretensiones y vanidades. Siempre compitiendo por ver quién tenía el auto más nuevo o la casa más grande, cuando todo el dinero que despilfarraban salía de la empresa que él manejaba.
Cuando fuera el dueño las cosas cambiarían, compraría sus acciones y les arrancaría cada beneficio, los obligaría a trabajar o a sucumbir en la pobreza.
En cuanto a Frida, su mente solo se enfocaba en Emma y en cuanto la extrañaba. Necesitaba estar ahí, quería sostener la mano de su hija, velar su sueño y saber que estaba bien.
Le daba horror pensar que al regresar le pudieran dar malas noticias.
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