Capítulo 10:

“¿Por qué mentirle? Parece que se llevan muy bien”.

“Eso es algo que no te importa”.

“Disculpa, a veces se me olvida que solo soy una empleada y no tendría por qué intentar empatizar contigo”.

Torció los ojos.

“¿Sabes? Creo que las cosas fluirían mejor si fueras un poco más abierto. No es que quiera ser tu mejor amiga, pero si estamos juntos en esto…”.

“Es una pérdida de tiempo crear una amistad con alguien que en poco tiempo se irá de mi vida”.

La respuesta de Román le causó una punzada de dolor en el pecho a Frida y eso le preocupó.

Era difícil convivir con alguien, tener sexo y simplemente seguir como desconocidos.

Por lo menos para ella no era tan sencillo y le preocupaba que al final del camino Román tuviera razón y se estuviera enamorando de él.

‘No puedo creer que tenga una fijación por hombres conflictivos con tendencia a romperme el corazón’, pensó lamentándose de su pésimo gusto.

“Solo sabrás lo que necesitas saber”.

“Sí, como sea”, contestó Frida sin voltear hacia él.

“¿Por qué te cuesta tanto obedecerme?”, preguntó Román divertido y se acercó a la cama mientras Frida intentaba mantenerse concentrada en el fuego.

“Es como si te olvidaras que me perteneces”.

“¿Y por qué parece que al firmar ese contrato te vendí mi alma?”, inquirió indignada y lo vio de esa forma retadora que generaba ardor en las venas de Román.

“¿En qué parte del documento especifica que debo de ser dócil y sumisa ante ti? ¿Sabías que la esclavitud fue abolida y no puedes tratarme como a tu mascota?”.

“Ayer que te sometí en la cama no parecías muy molesta”, respondió con su sonrisa victoriosa.

“Eres insoportable”.

Frida quiso darle la espalda, pero la mano de Román la tomó por la nuca y la obligó a girar hacia él.

Su toque era firme, conservaba el equilibrio entre dominación y gentileza, pues su sujeción no la lastimaba, pero la invitaba a someterse.

Román acercó su rostro al de ella, olfateando su piel suavemente, acariciándola de contrabando con la punta de su nariz, elevando la temperatura entre sus piernas.

Las suaves manos de Frida se apoyaron en su pecho desnudo para no perder el apoyo y mantener a ese animal dominante a distancia, pero sus palmas ardían en contacto con la piel de Román que palpitaba en deseo.

Sus bocas se unieron por una presión delicada y conforme sus labios comenzaron a moverse, el fuego creció en sus cuerpos, la habitación cambió de temperatura y el frío se mantuvo afuera.

Román recostó a Frida con delicadeza sobre la mullida cama y una vez sobre ella comenzó a redescubrir su cuerpo, deslizando sus manos por su suave piel mientras su boca se apoderaba del delicado y fino cuello de ella, saboreándolo, disfrutando como el resto de su cuerpo se contorsionaba contra el de él, ansioso por unirse una noche más.

El corazón de Frida comenzó a saltar dentro de su pecho y su piel gritaba envuelta en fuego y ardor, anhelando estar en el poder absoluto de Román que era un cazador frío y calculador, sabía cómo tocarla y cómo hacerla sentir deseada.

Se dejó desnudar no solo el cuerpo, sino el alma, mientras enredaba sus dedos en las sábanas y sus piernas temblaban, pensando con horror que con cada caricia se enamoraba de él.

Una vocecita dentro de su cabeza le gritaba que nada era real, que no podía enamorarse de un hombre que la iba a desechar, pero las sensaciones nublaban su mente, las hormonas la mareaban y distraían a su cerebro mientras su corazón comenzaba a latir por Román.

Cuando las embestidas comenzaron a torturar su cuerpo que ya estaba ahogado en placer y deseo, la vocecita cesó y sus instintos se apoderaron de ella.

Quería sentirlo, quería sucumbir, quería dejarse llevar, quería dejar que todo fluyera sin remordimiento, aunque al final terminara con el corazón roto.

Besó a Román con pasión y entrega, saboreó su piel, así como él delineó con su lengua en la de ella, dibujando patrones que la quemaban como el infierno mismo.

Esa fría noche ambos se entregaron cegados por la lujuria y el deseo, acariciándose con deleite, perdiendo la memoria y olvidando que eran solo dos partes de un común acuerdo, esa noche se volvieron amantes en busca de calor, ardiendo con más fuerza que el fuego de la chimenea.

A la mañana siguiente el fuego de la chimenea se había apagado, humillado por el de los amantes que incendió toda la habitación mientras el frío exterior se condensaba en las ventanas.

El primero en despertar fue Román que estaba satisfecho de lo ocurrido durante la noche. Con la mirada clavada en el techo se dio cuenta que Frida era la primera mujer con la que disfrutaba tanto.

Conforme su corazón se había comenzado a enfriar, se había buscado amantes pasajeras y vacías de las cuales a muchas había olvidado.

No recordaba haber disfrutado tanto una noche con ellas, pero en caso de Frida, su fuerza y su orgullo convertido en docilidad en la cama, eran un deleite. No solo disfrutaba apoderándose de su cuerpo, sino que lo volvía loco verla sucumbir de placer.

Ahora que la veía a un lado de él, profundamente dormida, con ese aspecto tan tranquilo y celestial, se moría por llenarla de besos.

Quería recorrer cada centímetro con sus labios, saborear su piel sin morbo, como quien se deleita con un vino solo por su sabor sin querer embriagarse.

Eso era Frida, un vino delicado, afrutado, dulce y a veces seco, pero al final delicioso y dejando la sensación de querer beber más.

Sin poder evitarlo, traicionando sus intenciones de mantenerse frío ante ella, se inclinó hacia su rostro y besó con ternura sus dulces labios, saboreándolos con delicadeza, despertándolos e involucrándolos en su juego. Frida abrió sus ojos somnolienta, sin saber si ya había despertado o seguía sumergida en el sueño.

Esta vez Román no intentaba someterla, no quería verla vulnerable, esta vez quería amarla, venerarla como a su diosa personal y hacer arder la habitación una vez más, quemando las sábanas y por primera vez uniendo sus almas.

La familia del CEO había recibido con gusto a Frida y esta había logrado que el noviazgo pareciera sincero, pero al regresar del festejo del abuelo, su vida en la mansión de Román se volvió solitaria.

Él trabajaba todo el día y llegaba por las noches solo para llevarla a la cama y desatar esa pasión que latía en sus pantalones.

Durante un mes, Román no perdonó ninguna noche.

A veces las caricias y besos eran tan intensos, que Frida se imaginaba que ese hombre frío y sin sentimientos empezaba a sentir algo por ella, pero en cuanto salía el sol se daba cuenta que seguían siendo solo un par de desconocidos.

“¿Román?”, preguntó Frida en cuanto lo vio llegar temprano del trabajo.

“lremos al hospital. Ha pasado un mes y necesito saber si estás embarazada”.

Hasta ese momento Frida no había sentido nada de mareos o antojos como había pasado cuando estaba embarazada de Emma.

Sin decir más, tomó su abrigo antes de dirigirse juntos al hospital.

La doctora que los atendió realizó innumerables pruebas que se le hicieron una exageración a Frida, pero al final se formó un veredicto y tanto Román como ella estaban listos para escucharlo.

“La Señora Frida es completamente estéril”, dijo la doctora revisando una vez más los estudios.

La noticia los dejó congelados y para Frida fue como si el mundo se le cayera encima. Si no había bebé, tampoco dinero para el costoso tratamiento de Emma y su salud se deterioraría, además de que tendría que sacarla de ese costoso hospital.

“¿Habla en serio?”, preguntó Román molesto con los resultados.

“Eso es imposible, ella ya tuvo una hija”.

“Señor Gibrand, eso no significa que posteriormente no pudiera perder su fertilidad”, respondió la doctora indignada. No le gustaba que dudaran de sus capacidades para dar un diagnóstico.

“Imposible…”, respondió Frida cubriendo su boca y controlando su desesperación lo mejor que podía.

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