Capítulo 11:

“¿Hay algún tratamiento? ¿Alguna forma de que pueda quedar embarazada?”, insistió Román.

“No, lo siento. Es imposible”, añadió la doctora viendo con lástima a Frida y guardó los documentos en un folder.

Deberían de agradecer que por lo menos tienen una hija”.

“Eso no es consuelo para mí”, respondió Román iracundo, levantándose de la silla y dispuesto a salir del consultorio.

No sabía que le molestaba más, saber que no tendría un hijo con Frida o comprender que tendría que dejarla ir.

Frida lo siguió en silencio hasta el auto y todo el camino se mantuvo así, esperando que Román la despidiera.

Una vez en casa, Román parecía melancólico, su molestia se había quedado en el consultorio y prefería mantener la mente en blanco, era la mejor forma de encontrar una solución, aunque ya sabía cuál era la salida más fácil.

“Román… yo…”, Frida quería platicar lo sucedido y cuando los negros ojos de su amante se clavaron en ella le robaron el aliento.

“Frida… necesito ese niño, necesito una familia antes de que mi abuelo fallezca. Lo sabes…”

Antes de continuar, la puerta se abrió, mostrando al abogado que había validado el contrato. Este notó la tensión del ambiente y sin levantar la mirada hacia su jefe, tomó asiento y sacó sus papeles.

“Por favor, Frida”, dijo Román señalando el asiento junto al abogado.

Frida se acercó en silencio, con las manos frías y la cabeza hecha un caos. No quería seguir ahí, no quería escuchar lo que ya sabía que ocurriría.

“El contrato especifica que la Señora Frida Moretti tenía la obligación de…”

“De darle un hijo a Román, un hijo con su propia sangre y genética, casarme y mostrarle al mundo una familia feliz. Es claro que eso ya no se podrá hacer.

Frida interrumpió al abogado perdiendo la paciencia, con las manos vueltas puños sobre su regazo y el corazón latiéndole en la cabeza.

“¿Ahora, qué?”

“Dado que los estudios señalaron que es estéril”, continuó el abogado.

“El contrato se vuelve inválido. Las obligaciones del Señor Román Gibrand quedan anuladas, la cuenta de donde el hospital cobraba los gastos para Emma será cancelada y el dinero que ya se ha utilizado tendrá que ser repuesto”.

El corazón de Frida se fracturó. Cubrió su rostro con ambas manos mientras sentía que todo el aire se le escapaba de los pulmones y comenzaba a asfixiarse.

La desgracia que había caído sobre ella la consumía de manera dolorosa.

“Lo siento, Frida, pero necesito a ese hijo”, añadió Román viéndola con lástima.

“Tendrá que abandonar la casa de inmediato y…”.

“Detente”, pidió Román a su abogado.

“Yo me encargo a partir de este momento. Ya te puedes retirar”.

El abogado asintió y, con torpeza, volvió a guardar los documentos antes de levantarse y salir del comedor. El silencio duró un par de segundos hasta que Román se inclinó hacia Frida, comprendiendo su tristeza, pero sin poder hacer mucho por remediarla.

“Frida…”.

“Ya sé… yo… saldré en este momento y…”.

“Frida, por favor. Guarda silencio y escúchame”, intervino Román presionando su índice contra los labios de ella.

“Olvidaré el dinero que he invertido en Emma, tómalo como un regalo para ella, además, te daré una indemnización por el tiempo que estuviste aquí. No será mucho, pero tal vez te alcance para conseguir dónde rentar. Solo te pido un último favor”.

“¿Cuál?”, preguntó Frida con miedo.

“Dame una última noche. Una despedida digna. Quiero comer y beber a tu lado. Quiero que me dejes poseer tu cuerpo una última vez antes de que te vayas”.

Después de pensarlo por unos segundos, Frida asintió en silencio y Román tomó su rostro con gentileza antes de depositar un dulce beso en sus labios.

Al principio los problemas no dejaban de atormentar a Frida, impidiendo que pudiera disfrutar de la comida, pero después de la tercera copa de vino, se sintió más relajada y pudo bailar y bromear con Román, que estaba cada vez más sorprendido con su forma de ser.

Se había enfocado tanto en verla como una empleada e ignorarla durante el día que ahora se arrepentía de haberlo hecho.

Como habían acordado esa noche, la habitación se volvió testigo de ese fuego que incendiaba la cama. Román besó cada centímetro de su piel con dedicación, saboreándola por última vez.

Grabó en su mente el sonido de su voz al sucumbir de placer y la tersura de su piel al recorrerla con las yemas de sus dedos.

Disfrutó cada segundo que pasó entre las piernas de Frida, sintiendo su delicado cuerpo retorciéndose debajo del suyo. Sabiendo que extrañaría su calor y el sabor de su saliva.

El transcurso de la noche se volvió intermitente, momentos ligeros de sueño precedidos por intensa lujuria y placer que al culminar volvía a envolverlos el sueño.

Cuando el sol entró por la ventana, a Román le costó abrir los ojos. Estaba cansado, pero lleno de vida. De pronto las posibilidades se habían multiplicado, podrían buscar la forma de tener a ese hijo o incluso adoptar. Todo era posible si Frida se quedaba a su lado.

Para su mala suerte, ella ya no estaba en la cama. Lo único que quedaba era una nota en la mesa de noche. La tomó, desdoblando el papel con cuidado, sintiendo como el odio comenzaba a bullir en su interior.

‘Román, discúlpame por lo que voy a hacer. Solo soy una madre desesperada por curar a su hija. Lamento no haberte dado el hijo que tanto necesitabas. Prometo que te regresaré cada centavo algún día, sabes que soy una mujer de palabra’.

Se quedó por un momento con el papel en la mano, repasando cada palabra mientras el odio intoxicaba su corazón. Frida lo había traicionado y entendía por la nota que también le había robado.

Todo lo que creía de ella, esa imagen de mujer buena y honesta se había caído por la borda, ahora ante sus ojos solo era una maldita estafadora y mentirosa, una manipuladora.

“¡Señor!”.

El fiel abogado llegó corriendo hasta la habitación.

“La cuenta bancaria está vacía. Sacaron todo hace un par de horas”.

Los dientes de Román rechinaron mientras que arrugaba la nota en su mano al hacerla puño.

Un grito de furia se formaba en su garganta y el abogado no pudo más que retroceder, impresionado por la cólera contenida de su jefe.

“¡Fue Frida! ¡Búsquenla! ¡Quiero que la traigan ante mí, cuanto antes!”, exclamó furioso y arrojó el papel al piso antes de ponerse la ropa.

El escape de la ciudad había sido vertiginoso, pero lo que más le había costado a Frida era dejar a Román en la cama, con ese aspecto tan sereno.

Acarició sus cabellos y besó sus labios como despedida antes de dejar la nota en la mesa de noche. A escondidas y cuidando que la servidumbre no la viera, logró salir de la mansión y su primera parada fue el banco.

Por suerte la cuenta era compartida y Frida podía disponer de ese dinero a voluntad, así que lo sacó todo y bien guardado en una mochila, terminó en el hospital.

Emma se veía bastante recuperada, pero Frida sabía que no era suficiente con los medicamentos que hasta el momento le habían administrado. Necesitaba la operación y llevaba con ella el dinero necesario.

“¿Mami? ¿Qué pasa?”, preguntó asustada Emma mientras veía como Frida comenzaba a desconectarla de todos los aparatos.

“Tenemos que irnos”.

“A dónde? ¿Iremos con Román? Me agrada Román”, dijo emocionada, causando estragos en el corazón de Frida.

“Amor, no puedo darte explicaciones todavía, pero necesito que hagas todo lo que te pida. ¿Entendido?”.

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