La divina obsesión del CEO -
Capítulo 88
Capítulo 88:
“Creo que lo entendieron bien”, dijo Jimena con media sonrisa.
“Tanto Álvaro como yo no cobraremos por nuestros servicios. Tal vez necesitemos dinero para algunas cosas, pero esperamos que sea el mínimo”.
“¡¿Qué?! ¿Ustedes también?”, preguntó Frida.
“Señora, desde que llegó a la vida del Señor Román, este se volvió bondadoso. Vale la pena hacer un sacrificio para recuperar lo que teníamos, no solo usted, sino todos nosotros”, agregó Álvaro con una sonrisa amplia.
“Vaya… vaya… nos volvemos a ver…”.
Gerard se acercó a Román, que permanecía sentado ante su mesa, con la charola llena de comida poco apetecible.
“Qué trágico que te hayan encerrado aquí conmigo. Ahora podré hacer de tu vida un infierno tal y como tú hiciste conmigo”.
“Tú solo hiciste de tu vida un infierno, no me quieras echar la culpa…”, respondió Román tranquilamente.
“Aquí ya no eres nadie… “.
Lleno de coraje, levantó su puño dispuesto a machacar a Román y demostrar ante los ojos de los demás presos quien mandaba.
A Gerard le había costado esfuerzo y dinero ganarse un lugar digno dentro de la prisión. No quería ser un eslabón débil y ahora que estaba Román en su territorio estaba dispuesto a usar el poder que había adquirido ahí.
Antes de que su puño tocara a Román, este giró y golpeó a Gerard con la charola de metal, tirando la comida. No dio tiempo a que su adversario respondiera y lo golpeó un par de veces más con la charola, hasta que esta se dobló.
Después tomó a Gerard por el cuello y lo puso contra la mesa.
“Eres un niño tonto… ¿Crees que esta es la primera vez que piso un lugar como este?”, dijo Román divertido y arrojó a Gerard al piso.
“¿Crees que es la primera vez que mato?”.
Caminó prepotente y divertido hacia el cuerpo de Gerard. Ni los presos ni los policías hacían algo para detenerlo, incluso desviaban la mirada, algunos con respeto y otros con temor.
Por imposible que pareciera, Román ya había pisado esa cárcel y había dejado una reputación que conservó.
“¿Crees que estoy encerrado contigo? No, Gerard…”.
Lo tomó por el cuello de la casaca y lo levantó, manteniéndolo frente a él.
“Tú estás encerrado conmigo”.
Lo arrojó contra la pared, sacándole el aire, antes de dar media vuelta y dirigirse a su celda. No tenía ganas de perder el tiempo con ese hombre insignificante.
“¿Quién eres Román Gibrand?”, preguntó Gerard en voz baja.
“No lo querrás saber…”, dijo uno de los policías y lo tomó por el brazo.
“Anda, acompáñame, el director se enterará de tu falta”.
“¡¿Qué hay de Román?!”, exclamó Gerard sabiendo que la situación era injusta.
“¿Román? Da gracias que no te dejó en coma”, contestó el uniformado y lo empujó para que caminara.
“Ya te dije que no es bueno que vengas…”, dijo Román viendo con tristeza a Frida delante de él.
“Y yo ya te dije que no voy a dejarte solo en esto”, respondió Frida viendo a su alrededor.
Había asistido a la primera visita conyugal. Jimena le había advertido que, aunque podría besar y acariciar a Román, otras parejas harían lo mismo con sus respectivos prisioneros, pero para sorpresa de Frida, les estaban dando la espalda, en un esfuerzo por darles privacidad.
“Ah… ¿Esto es normal?”, preguntó Frida desconcertada.
El rostro de Román estaba impecable, su ceja se había curado, pero sus nudillos estaban enrojecidos.
“¿Te han hecho daño?”.
“No, todo está bien…”respondió Román acariciando la mejilla de Frida con ternura.
“Las niñas te extrañan…”, agregó Frida pegando su frente al mentón de su esposo.
“El pequeño Mateo te llora por las noches, tengo que ponerle una prenda tuya para consolarlo…”.
‘La última vez que estuve aquí no tenía nada que perder… Ahora me mata estar lejos de mis hijos y de mi mujer. Una familia es un regalo, pero un suplicio cuando puedes perderla’, pensó Román con tristeza, abrazó a Frida y depositó un beso tierno en sus labios.
“¿Tú me extrañas?”, preguntó en voz baja, buscando la respuesta en sus ojos.
“Cada segundo…”, respondió Frida con inmensa tristeza.
“Pronto estaré de regreso… te lo prometo”.
Con un beso selló su palabra y se alimentó de su esencia, pues pasaría mucho tiempo hasta que tuviera oportunidad de volverla a ver y quería quedarse con su olor impregnado en su cuerpo y el sabor de su saliva grabado en su memoria, así como la calidez de sus suaves labios.
“¡¿Cómo que no fue la primera vez que cayó en la cárcel?!”, exclamó Jimena viendo documentos viejos.
“¡¿Me estás diciendo que trabajamos para un maldito asesino?!”
“No… como tal”, respondió Álvaro sin saber cómo defender a Román.
“Cuando era joven, fue imprudente y en una pelea de borrachos mató a un hombre… se alegó que fue en defensa propia, aun así, fue juzgado y cayó en la cárcel hasta que logramos defender su inocencia”.
“Un segundo cargo de homicidio hace dudar que sea inocente”, respondió Jimena contrariada.
Quería ayudar a Frida, pero no defender a un asesino.
“Era joven e impulsivo, su carácter nunca lo ayudó. No seas tan dura.
“¡Te diré lo que es! ¡Un hombre ebrio de poder que cree que puede saltarse la justicia y que usa hombres de dudosa procedencia para hacer todas las ilegalidades que él no puede cometer directamente! ¡Es un maldito ‘gánster’!”.
“¿Quién con poder no lo es?”, preguntó Álvaro levantando los hombros.
“Ahora es diferente, no seas tan ruda con él”.
“Que haya cambiado su presente no significa que sea digno de que perdonen su pasado…”.
“¿Me ayudarás a sacarlo de la cárcel o no?”.
Jimena torció los ojos y se cruzó de brazos. En verdad quería mantener distancia, pero recordaba a Frida llorando desconsolada, y se arrepentía.
“Lo haré…”.
Se sentó frente al escritorio lleno de papeles.
“Pero no de buena gana”, continuó.
“¿Frida?”, preguntó Lorena asomándose en la habitación, encontrándola con papeles en la mano y haciendo cuentas.
“Necesitamos un jardinero, hemos hecho lo que hemos podido, pero nos rebasa por mucho”.
Mostró sus manos heridas por las espinas y ramas secas.
“No sé qué tan fácil sea sin una paga buena…”.
Frida torció la boca y suspiró.
“¿Por qué no pones a Hugo a hacerlo?”.
“Terminó más herido que nosotras”, contestó Lorena apenada.
“Bien, lo dejo en tus manos, Lorena. Si conoces a alguien que pueda venir a podarlo de vez en cuando, tal vez podría apartar un poco de dinero para ese servicio”.
“¡Gracias, Frida!”, respondió Lorena gustosa.
Salió corriendo de la habitación, bajó las escaleras a toda prisa y abrió la puerta principal. Ahí se encontraba recargado un hombre alto de cabello largo amarrado en una coleta. Su mirada feroz se suavizó en cuanto vio a la joven criada con una amplia sonrisa.
“Dijo que sí, pero tendrás que hablar con ella para formalizar todo…”, agregó Lorena y lo tomó de la mano para hacerlo entrar.
Apenas y pudo tomar la maleta del suelo cuando ya había rebasado la puerta.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar