La divina obsesión del CEO -
Capítulo 87
Capítulo 87:
“Te odio, me das asco. ¿Quieres ser un hijo de p%ta? Selo siempre y no solo cuando estés de contentillo”.
Lo dejó atrás, sorprendido por su arranque de ira, y se subió al auto que conducía James. Estaba ansiosa por llegar al hospital, necesitaba saber que el viejo Benjamín estaría bien.
“Ha estado muy estresado por lo ocurrido con Román…”, dijo Matilda con los ojos llorosos al lado de la cama de Benjamín.
El hombre había sufrido de un infarto que casi lo mató, su presión estaba por los cielos y lo mejor que pudieron hacer de momento fue someterlo a un coma inducido, pues de no controlar su presión podría terminar con un derrame cerebral o peor, la muerte.
“Lo correcto sería no tocar el tema mientras él se recupera… ¿Cuánto tiempo lo tendrán así?”, preguntó Frida limpiándose las lágrimas.
“Un par de días…”.
“Vendré a cuidarlo, podemos turnarnos y…”.
“Frida, tienes hijos que cuidar, un recién nacido que te necesita. Además, yo soy su enfermera, yo me haré cargo”, dijo Matilda viéndola con ternura.
Esa chica que no compartía la sangre de Benjamín era más atenta y se preocupaba más que su propia familia.
“Por favor, Matilda, si necesitas algo…”.
“Lo sé, Frida… Serás a la primera que llame”.
Posó su mano sobre el hombro de Frida y le ofreció una sonrisa tierna.
“¡Error! A quien llamarás será a mí. Frida no tiene nada que ver con esto”, dijo Martina entrando al cuarto, altanera y arrogante, viendo con rencor a Frida.
“Tú no deberías de estar aquí. ¿No tienes un esposo en la cárcel al cual ver?”.
“Martina… no es el lugar para que…”
“¡Cállate, enfermera de quinta!”, exclamó Martina con los dientes apretados.
“Sin Román en el corporativo y con mi abuelo en cama, ahora soy yo quien tiene las riendas de la empresa y de todos los ingresos que genere. ¡Gracias Frida! La nueva adquisición de vinos está generando ganancias exorbitantes. Es bueno saber que serviste de algo y por eso, te pediré con gentileza que te salgas de la habitación de mi abuelo y no se te ocurra volver a entrar”.
Señaló la puerta y esperó paciente mientras Frida salía con la frente en alto, pero los ojos llorosos. En cuanto rebasó el umbral, se encontró con Marco que parecía desconocer lo que estaba ocurriendo.
“La residencia de Román seguirá en manos de la policía y dejaré que tengan el lugar en su poder todo el tiempo necesario”, dijo Martina detrás de Frida.
“Además, tus tarjetas han sido congeladas, no vas a seguir sacando dinero de las arcas de la familia. Tengo entendido que tu querido padre te dejó una propiedad y algo de dinero, deberías de agradecer en su tumba, pues gracias a eso no te morirás de hambre tan pronto”.
“Martina…”.
Marco quería poner alto a su arranque de prepotencia y recordarle el trato al que habían llegado, pero no era capaz de admitir frente a Frida haberse asociado con ella.
“Frida, lo único que te queda de la familia Gibrand es el apellido que adorna el nombre de tus bastardos, pero nada más. Así que hazme un favor y no vuelvas a pararte frente a mí.”
Martina se pavoneaba con gusto, viendo a Frida insignificante y vulnerable.
De pronto sintió los nudillos de su víctima encajándose en su pómulo y tirándola al suelo. Todo se movía y no entendía lo que había ocurrido hasta que recibió el siguiente golpe en su nariz.
Marco tuvo que tomar a Frida por el talle y alejarla de Martina que parecía desconcertada y adolorida, en el suelo.
“¡Me vale que seas la nueva dueña del corporativo! ¡No me importa tu estúpido apellido de m*erda, pero vuelve a decirles bastardos a mis hijos y te arranco la lengua!”, exclamó Frida llena de rabia, retorciéndose entre los brazos de Marco”.
Recuerda que el dinero no te hace indestructible, Martina, y más te vale que no vuelvas a plantarte frente a mí si no quieres terminar con esa hermosa carita desfigurada.
“¡Maldita loca!”, exclamó Martina cuando su manos se llenaron de sangre al tocarse el rostro.
“¡Te meteré a la cárcel! ¡Compartirás celda con tu esposo! ¡Lo juro! ¡Esto no se quedará así!”.
En cuanto se acercó dispuesta a golpear a Frida, Marco giró, protegiéndola con su cuerpo mientras le dedicaba una mirada de desaprobación a su prima.
“Vete de aquí Frida, tienes muchas cosas que arreglar y mucho que prever”, dijo Marco entre dientes.
Frida salió del hospital llena de rabia y sedienta de venganza, pero principalmente, consumida en dolor e incertidumbre. Tenía tres hijos de los cuales hacerse cargo mientras el mundo le caía encima.
“Te dije que a ella no la metieras en problemas”, dijo Marco recordando el trato que habían hecho.
“¡No debías quitarle nada! ¡Me diste tu palabra!”.
“¿Mi palabra? ¿En qué año crees que estamos?”, preguntó Martina divertida mientras se cruzaba de brazos.
Aunque el rostro le dolía, se sentía plena y orgullosa de lo que estaba logrando”
“Quítate de mi camino, Marco… si no quieres que tu empresa se vuelva también mía”.
“No me amenaces, Martina.”
Marco sonrió con malicia. Su mirada era un conjunto de orgullo e ira.
“¿Crees que Román era una pieza fuerte? Te recuerdo que me necesitaste para derrocarlo. Así que la que tiene que quitarse de mi camino, eres tú, pequeña perra engreída”.
Marco dio media vuelta y se alejó con la frente en alto y la ira bullendo en su corazón. Le había quitado su poder a Román y se lo había otorgado a Martina, ahora se daba cuenta que había sido una mala decisión. Comprendió que Frida tenía razón, ¿pelear de esa forma con su hermano por July?
‘Hubiera tenido más sentido pelear por una mujer como Frida… ¿En qué momento perdimos el camino, Román? ¿Por qué terminamos de esta forma?’, pensó.
Habían sido víctimas de una cadena de venganzas por un motivo vacío.
“No puedo ofrecerles mucho, puesto que ya no tengo dinero para pagarles”, dijo Frida ante las escaleras de la residencia Sorrentino. Estaba afligida y apenada.
“Sé que las cosas pasaron muy rápido y de un día a otro lo teníamos todo y de pronto ya no había nada, pero si necesitan donde quedarse mientras encuentran un mejor lugar, pueden ocupar las habitaciones de esta casa. No pienso cobrarles ni un centavo. En verdad me apena mucho tener que despedirme de ustedes, pero… no puedo ofrecerles nada”.
Ante ella, toda la servidumbre que la había cuidado en la residencia Gibrand la escuchaba con los corazones abiertos, entre ellos Álvaro y Jimena, quienes no se querían dar por vencidos aún.
De pronto todos se vieron las caras, compartiendo una idea y un sentir. Coincidían en que la llegada de Frida a la casa había mejorado su trato, Román se había vuelto considerado y benevolente, y no solo se veía en su buen humor, sino también en los sueldos.
“¡Ya escucharon! ¡La casa ha estado abandonada por un buen rato!”, exclamó Lorena.
“¡Ustedes revisen y limpien la cocina! ¡Ustedes las habitaciones y ustedes el despacho y la biblioteca!”.
Todos se movilizaron conforme las órdenes salían de su boca.
“¿Qué están haciendo? ¿No escuchaste lo que dije, Lorena?”, preguntó Frida temiendo que su discurso no hubiera sido claro.
“El sol no ha salido para nosotros, pero no significa que no lo volverá a hacer. La apoyaremos y cuando las cosas se arreglen, bueno… sabemos que el Señor Román compensará nuestra solidaridad y fidelidad”, respondió Lorena y le dio una sonrisa amplia.
“Pero no tengo dinero para pagarles y no sé por cuánto tiempo Román permanezca en prisión…”, dijo Frida preocupada.
“Hay algo de dinero, el que dejó nuestro padre de herencia”, intervino Hugo haciendo cuentas dentro de su cabeza.
“Usaremos ese dinero para comida y materiales que necesitemos. Tendremos que revisar todo lo que quedó en esta casa”, agregó Lorena pensativa.
“Bien, hagan una lista de lo que hay que comprar mientras yo reviso el dinero con el que contamos”, propuso Hugo.
“¡¿Qué?! ¡No están entendiendo nada!”, exclamó Frida.
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