Capítulo 86:

“¡Mi amor! ¡¿Cómo estás?!”, preguntó mientras veía que la ceja derecha de Román estaba rota.

“¿Quién te hizo eso?”.

“Frida, le dije a Álvaro que evitara que vinieras…

Este no es un lugar para ti.

“Ni tampoco para ti.”

Cubrió su boca silenciando un sollozo y las lágrimas cayeron por sus mejillas.

“Que sea la última vez que me dices qué hacer. Vendré a verte, te guste o no. Quedamos en que estaríamos en el piso o de pie, pero juntos”.

“Frida…”.

“Te amo…”, agregó con una mirada rota y el anhelo de volver a probar los labios de Román.

“Te amo mi hermosa mujer”, respondió Román con el corazón roto y apoyó su mano contra el cristal.

Durante el juicio, Álvaro y Jimena hacían su mejor esfuerzo, mostrando pruebas y cuestionando testigos, pero era difícil cuando sabían perfectamente que Román era culpable. Los abogados rodeaban a una mujer que lloraba desconsolada en la mesa de los demandantes, se había presentado como la hermana de la víctima.

Después de tantos años parecía sorprendente que aparecieran familiares de Jake en busca de venganza.

Las horas se volvían eternas y cada derrota ante el jurado se volvía una carga en el corazón. El juez no tardó en tener una sentencia lista y Frida temía lo peor. Cerró los ojos e intentó respirar para evitar llorar.

“El Señor Román Gibrand es declarado culpable por el cargo de homicidio en segundo grado del Señor Jake Hughes… la pena que deberá cumplir será de 50 años de prisión”.

Las lágrimas corrieron por las mejillas de Frida y no pudo con el dolor de su corazón, las piernas le temblaban y estuvo a punto de caer al suelo si no fuera por Benjamín que la sostuvo del brazo.

En cuanto el martillo del juez golpeó dando por finalizado el juicio, Frida salió corriendo hacia Román, los guardias comenzaban a esposarlo para llevarlo a prisión. Ella se saltó el barandal de madera y abrazó a Román con fuerza.

“Tranquila… Todo estará bien”, dijo con serenidad, escondiendo su dolor y desesperación.

“Te amo, Román, te amo con todo mi corazón y te prometo que no me detendré, veré la forma de sacarte de ahí, lo juro…”, dijo Frida entre sollozos y con los ojos llenos de lágrimas mientras acariciaba el rostro de su esposo.

“Te amo, Frida… eres lo más hermoso que me ha pasado en la vida… lo sabes, ¿verdad?”.

Pegó su frente a la de ella e inhaló su aroma, grabándoselo muy profundo en su memoria, pues no sabía cuándo la volvería a ver.

“Bendito el día que te conocí… y bendito el día que decidiste quedarte a mi lado”.

De un jalón, los policías lo alejaron de Frida, dispuestos a llevarlo a la cárcel donde cumpliría su larga sentencia.

Frida lo vio partir, ahogándose con su dolor, sintiendo que escupía pedazos de su corazón en cada sollozo. Estaba perdiendo el control de sus emociones, de pronto quiso desaparecer, consumirse en su miseria y morir asfixiada, pues el aire era tan denso que se rehusaba a entrar en sus pulmones.

Jimena, la sostuvo abrazándola por la cintura y aunque se había prometido a ella misma que ayudaría a Frida y apelaría ante la corte, comprendía que sería una misión complicada.

Marco recibía la noticia desde la comodidad de su despacho en el enorme edificio de su empresa. Por sorprendente que pareciera, no estaba gustoso al enterarse. Quien acaparaba sus pensamientos era Frida y el dolor que debería estar sintiendo al perder a Román. Apretó los dientes y tiró el periódico a la basura, no quería saber más.

La puerta se abrió y una mujer con el alma destrozada y de semblante mortecino la rebasó, acompañada de dos hombres de seguridad que amenazaban con sacarla del edificio por la fuerza.

“¡Marco!”, exclamó Frida apretando los dientes y viéndolo con intenso odio.

“¡Fuiste tú y ni siquiera tuviste el maldito valor de ir al juicio!”.

Los guardias la tomaron de los brazos e intentaron sacarla del despacho, pero Marco, con un solo movimiento de mano, los detuvo.

“No quieras culparme de lo que tú ‘esposo’ hizo. Yo no maté a ese hombre de manera deliberada. Tarde o temprano la justicia se iba a cobrar sus faltas”, contestó Marco con arrogancia, pero sintiendo lástima por la mujer consumida en dolor delante de él.

“¡Regrésamelo!”, exclamó Frida cayendo al suelo.

“¡Te lo suplico! ¡Me hinco si es necesario! ¡¿Qué es lo que quieres?! ¡¿Quieres que me divorcie de él?! ¡¿Quieres que me aleje?! ¡Lo haré! ¡Lo que sea!…”.

Frida se cubrió el rostro con ambas manos mientras lloraba, desgarrando su garganta.

“Haré lo que sea… lo que tú me pidas… pero… ayúdalo, por piedad…”.

Marco se quedó congelado, el llanto tan lastimoso le caló en el corazón. Se sentía miserable por verla reducida de esa forma. La mujer fuerte y arrogante se estaba arrastrando ante él, haciendo a un lado su orgullo y su dignidad, todo por amor.

“Frida…”.

“Por favor, Marco… lo que sea… te juro que lo haré. Solo quiero verlo libre. Tengo mucho miedo de lo que le pueda pasar adentro”.

“Se lo merece, Frida… Román no ha sido un buen hombre”.

“Tú tampoco y aquí estás. ¿Por qué él y tú no?”.

Limpió sus lágrimas con el dorso de la mano y vio con odio a Marco.

“Cuando Román se accidentó, creí que había algo bueno dentro de ti, algo rescatable… me llevaste al hospital, estabas preocupado por él, lo sé… me recordaste el poder que tenía al ser su esposa. Yo pensé…”.

“Pues pensaste mal…”, interrumpió Marco.

“Se merece estar en la cárcel y no me arrepiento de nada. Preocúpate por tus hijos, no tiene sentido que pierdas el tiempo en Román. Ahora que sé que es completamente infeliz, no hay nada que me puedas ofrecer. Largo de mi oficina y de mi edificio”.

Frida se levantó sola, evitando que los guardias la tocaran y se acercó con mirada escéptica hacia

Marco, cuando estuvo lo suficientemente cerca, acarició su mejilla buscando en el fondo de sus pupilas algo que rescatar, pero solo había rencor y envidia. Apretó los dientes y lo abofeteó con fuerza.

“Es tu hermano y dudo que la rivalidad entre ambos por July fuera suficiente para orillarte a esto. Si fuera algo más profundo y doloroso, lo comprendería, pero si esto lo haces por una mujer que los usó a ambos… entonces estás estúpido y enfermo”.

Retrocedió sorprendida de lo que una simpleza podía causar. Cuando estaba a punto de rebasar la puerta del despacho, su celular sonó. Era Lorena quien llamaba.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Frida en el umbral.

“Señora… el Señor Benjamín está en el hospital…”

“¿Qué fue lo que pasó?”.

“Bien dicen que las desgracias no llegan solas y en ese momento Frida entendía el sentido de esa frase”.

“De pronto se desmayó, Matilda lo auxilió, pero tuvo que acudir al hospital en ambulancia”.

“Bien… iré de inmediato”.

Colgó y por un momento dudó.

“Si te interesa saberlo… Tu abuelo está en el hospital. Ruégale al cielo que no le pase nada y que su problema no sea por la impresión de ver a su nieto en la cárcel”, agregó llena de resentimiento.

“Porque si su salud es lo que tendrás que pagar por ver a Román sufriendo, creo que no lo vale y terminarás siendo tú el miserable”.

Dio media vuelta dispuesta a salir de ahí, pero esta vez Marco le pisaba los talones, contrariado por la noticia.

“Vamos en el Bugatti, llegaremos más rápido…”, dijo queriendo tomarla del brazo.

“¡Vete a la m!erda en tu estúpido Bugatti! ¡Yo no me subo a ese maldito carro!”, exclamó furiosa sacudiéndose del agarre de Marco y viéndolo con resentimiento.

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