Capítulo 83:

“Tú te alejaste de la familia por Gonzalo y yo me divorcié de tu padre. No tuvimos oportunidad de seguirnos la pista, pero estoy segura de que no estuviste por quince años en coma”.

Frida apretó su cabeza entre las manos y comenzó a llorar, se sentía impotente por no saber qué creer.

“Vamos… te llevaré al hotel donde me estoy alojando para que descanses…”

“Necesito ir a un lugar… hay una dirección que viene a mi mente como una fotografía.”

Frida tomó un bolígrafo del tocador y comenzó a escribir sobre una servilleta tal cual veía al cerrar los ojos.

Cuando se lo mostró a su madre, esta se sorprendió.

“Cariño, esto está muy lejos, pero se puede llegar en poco tiempo en avión. Mañana temprano nos movilizamos… ¿Está bien?”.

“No puedo esperar a mañana, ¿qué tal si para entonces los Raig tienen guardias en el aeropuerto o nos encuentran?”, preguntó Frida angustiada.

“Tranquila, le pediré a un par de guardias que nos cuiden durante la noche y nos escolten mañana temprano. Todo estará bien, mamá ya está aquí para solucionarlo”, agregó Bianca con una sonrisa y acarició el rostro de su hija.

“Anda, vayamos a descansar”.

El camino hacia el hotel fue en el carro de la compañía de ballet. Frida se recostó sobre el regazo de su madre, adormeciéndose mientras sentía las caricias en su cabeza. El hotel al que llegaron era imponente y bastante elegante, fueron de inmediato a la habitación de Bianca y esta le dio un camisón para que pudiera dormir más cómoda.

Tomó una larga ducha y pensó que, aunque estaba llena de dudas, se sentía protegida y tranquila. Su madre la hacía sentir que ya no estaba tan sola.

Salió secándose el cabello cuando escuchó a Bianca hablando con alguien. Eran dos hombres de negro, altos y con gesto serio.

“Gracias por venir, nos mantendremos aquí”, dijo Bianca con una sonrisa gentil y los hombres salieron de la habitación.

Frida sintió escalofríos y retrocedió mareada. Más imágenes llegaron a su mente, estaba saliendo del aeropuerto cuando vio un grupo de hombres de la misma calaña, recordó haber sentido miedo, recordó haber estado huyendo con una pequeña niña con los ojos tan azules como los suyos.

De nuevo la cabeza le dolió con fuerza, tanto que terminó en el piso, presionándola entre sus manos, evitando gritar.

“¡Frida!”, exclamó Bianca y la ayudó a levantarse.

“¿Quiénes eran?”, preguntó entre dientes.

“Guardias del evento, le pedí a mi jefe que enviara un par para protegernos. Siempre acompañan al equipo para evitar el acoso de algunos fans. Son de confianza, tranquila, estarán afuera de la habitación para auxiliarnos”.

La explicación de su madre la tranquilizó y las punzadas en su cabeza comenzaron a ceder.

“Te daré un poco de té para que te relajes y puedas dormir. Siempre cargo con uno de flores de Bach, esta clase de eventos me ponen muy histérica”, dijo Bianca con una risa nerviosa mientras rebuscaba en su bolso.

“Gracias, mamá… no sé qué hubiera hecho si no te hubiera encontrado”.

“Mi niña, lamento tanto que nos veamos en estas circunstancias”, respondió Bianca con tristeza.

“Nunca fui la mejor madre, permití muchos abusos por parte de tu padre hacia ti, pero ahora haré lo mejor que pueda. Todo saldrá bien, ese maldito hombre no te volverá a tocar”.

Frida asintió y dejó que su madre le sirviera algo de té de su termo. Era dulce y con ese toque herbal. En verdad la relajó y cuando menos se dio cuenta ya estaba profundamente dormida.

“Sí, Señor. Aquí estamos… aunque la drogué con el té, no sé cuánto tiempo permanezca dormida, así que la até…”.

La voz de Bianca despertó a Frida. En cuanto abrió los ojos la habitación comenzó a dar vueltas, sentía que se iba a caer. Quiso mover las manos, pero las tenía atadas detrás de la espalda y sus tobillos juntos, con la sábana sirviendo como soga.

“Qué demonios…”, dijo con voz tenue y arrastrada, no tenía el control de su lengua.

“Tranquila cariño, todo estará bien”, dijo Bianca al escuchar a Frida removerse.

“¿Mamá? ¿Qué está pasando?”, preguntó angustiada y desilusionada.

“¿Qué estás haciendo?”.

“Frida, me tienes que disculpar. A mi edad ya no me dan papeles protagónicos, ni siquiera secundarios. Tengo que sobrevivir como maestra de baile. A esto se ha reducido mi entrega y dedicación al ballet. Apenas y consigo lo suficiente para la renta y la comida, pero… yo estaba acostumbrada a una vida muy diferente, entenderás que tengo que hacer lo que sea necesario para mantener un ‘estatus’…”.

“¿De qué estás hablando?”.

Frida quiso arrastrarse por la cama, pero estaba tan mareada que prefirió quedarse quieta.

“Mi amor, te están buscando y no solo eso, están ofreciendo una cantidad exorbitante de dinero por ti… apenas ayer en la noche me enteré.”

Se sentó en el borde de la cama y acarició la cabellera de su hija.

“En verdad lo lamento tanto”.

“¿Quién lo hace? ¿Quién me está buscando? ¿Son los Raig? Mamá por favor, déjame ir…”.

“No mi amor, no puedo hacerlo, me depositarán el dinero una vez que te entregue…”.

“¡¿Cómo eres capaz de hacerme esto?! ¡Soy tu hija!”.

“Me apena, en serio… te juro que ya me estoy arrepintiendo desde antes de que te lleven, pero un trato es un trato. Ya les llamé y si no cumplo, la que se meterá en problemas soy yo”.

De pronto alguien tocó a la puerta con insistencia y Bianca se levantó de la cama para ir a atender.

“¡No! ¡Mamá! ¡Por favor!”.

Frida se sacudió en la cama con insistencia, giró sobre las sábanas y terminó cayendo por un costado. No tenía a donde huir y se refugió en la esquina del cuarto, retorciendo sus manos en un intento inútil por liberarse.

“Señor, por aquí, ella está en la cama”, dijo Bianca con excesiva cordialidad.

Los pasos se hacían cada vez más cercanos y el corazón de Frida se aceleraba, sentía que sufriría un infarto. Cerró los ojos y apretó los dientes como si fuera a recibir un golpe.

“Mi amor, ¿qué haces ahí?”, preguntó Bianca sorprendida.

Frida abrió los ojos y lo primero que vio fueron los zapatos lustrosos del hombre, continuando por ese pantalón de vestir y saco negro a juego. Un pecho amplió y fuerte que no se ocultaba con la camisa y corbata roja.

“Cuando estaba a punto de ver su habilidades de convencimiento, ya vi que mi hermana no tiene fuerza de voluntad para ignorar sus hormonas”, respondió Hugo haciendo una dramática reverencia.

“¿Perdón?”, preguntó Frida indignada y cruzada de brazos.

“Nada… nada… quise decir que me alegra que las cosas entre ustedes dos estén bien”, agregó lanzando la cuerda por la puerta, golpeando a Álvaro en el proceso.

“¡Bienvenida de vuelta, hermanita!”.

La estrechó con cariño y la levantó, dando una vuelta con ella. No la veía desde que estaban en el hospital y no estaba consciente de cuánto la había extrañado hasta que la tuvo entre sus brazos.

“Hugo, no seas brusco con Frida”, dijo Román acercándose, no podía ocultar su preocupación.

“¿Por qué? ¿Estás bien?”, preguntó Hugo asustado.

“¿Por qué lo dices, Román?”.

Frida entrecerró los ojos con sospecha y compartió una sonrisa con él.

“¿Cómo lo supiste?”.

“¿Saber qué?”.

Hugo estaba cada vez más histérico.

“Me lo dijo Bennet…”.

“¿Qué te dijo Bennet? ¡¿De qué están hablando?!”.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar