La divina obsesión del CEO -
Capítulo 82
Capítulo 82:
Gerard se puso frente a ella, con el ceño fruncido y la desconfianza latiendo en su piel. Frida podría haber perdido la memoria, pero no la inteligencia y eso lo sabía muy bien. Se inclinó hacia ella y besó con suavidad sus labios. Ella correspondió el beso con timidez y acarició su mejilla.
“Bien… si eso es lo que quieres, iremos a ver el ballet”, respondió no muy convencido.
“¡Gracias!”, agregó Frida abrazándose al torso de Gerard y escondiendo su nerviosismo.
Gerard no solo había comprado los boletos para la función, sino que le consiguió un vestido hermoso a Frida, que resaltaba su belleza. Ese día, ella se comportó dulce y cariñosa, atenta y curiosa por su futuro, haciendo que Gerard poco a poco bajara la guardia.
Al llegar al evento, mientras esperaban al acomodador, Frida se sujetaba del brazo de Gerard con gentileza y le dedicaba sonrisas tiernas.
“¿Has pensado en cuántos hijos tendremos?”, preguntó Frida con inocencia, pero tomando por sorpresa a Gerard.
“¿Hablas en serio?”.
“¿No quieres tener hijos?”.
“¡Claro que quiero! Frida… contigo deseo tener una hermosa familia”, agregó Gerard abrazándola y pegándola a su pecho, deleitándose con sus hermosos ojos y anhelando con deseo sus labios.
Se inclinó lentamente y Frida recibió su boca con ternura, siguiendo su jugueteo dulce, dejando que su lengua entrara tímidamente entre sus labios.
‘Quiero una familia grande’, escuchó esa voz profunda en su cabeza, sonaba como un suave ronroneo.
“¿A qué le llamas grande?”, preguntó Frida confundida. Entre más lo pensaba, más se daba cuenta de que no había sido Gerard quien lo había dicho.
“¿Cómo?”.
Gerard la vio desconcertado.
“Ah… pensé en… tener una familia grande…”.
Frida se puso nerviosa y no sabía cómo explicar lo que ni siquiera ella comprendía.
“¿Una familia grande?”.
Gerard estaba encantado.
“Sería lindo”.
“¿Por lo menos cuatro?”, preguntó, pero era algo que había brotado de su inconsciente, de sus recuerdos suprimidos.
“Entonces serán cuatro”, respondió besando tiernamente su mejilla.
“Tendremos que comenzar lo antes posible. Tal vez esta noche sería buena idea”.
Acarició con la punta de su nariz la mejilla de Frida antes de inclinarse más y besar tiernamente su cuello.
“Después del espectáculo”, respondió Frida con una sonrisa pícara.
“Un par de velas aromáticas y algo de vino…”.
“Suena tentador”.
Entraron tomados de la mano y disfrutaron la puesta en escena, las bailarinas se movían con gracia y Frida recordaba su infancia con desagrado, aun así mantenía una enorme sonrisa. Durante el intermedio Frida se sintió más nerviosa, buscaba con la mirada a su madre entre la gente de producción, pero lo más seguro es que se encontrara detrás de bambalinas.
“¿Crees que podamos ir por algunos dulces?”, preguntó Frida apenada.
“¿Dulces?”.
“Sí, es que… se me antojaron los chocolates de esa chica”, dijo Frida agachando la mirada.
Gerard se inclinó hacia ella y besó su mejilla. Estaba encantado con esa Frida adorable y consecuente, con esa actitud infantil y vulnerable.
“Espérame aquí, no tardo. ¿Está bien?”.
“¿Seguro que no quieres que te acompañe?”, preguntó Frida arriesgándose a que Gerard cambiara de idea.
“Confío en ti, Frida…”, dijo con media sonrisa.
Aunque su corazón sufría incertidumbre, en verdad quería confiar en ella.
“Te amo”.
“Te amo, Gerard”, contestó Frida y le dedicó una sonrisa dulce.
‘¿Quién dijo que no se puede decir un: te amo, sin sentirlo?’, pensó Frida con tristeza y suspiró.
Agarró valor, respiró profundamente un par de veces y corrió hacia el escenario. Al levantar el telón un par de hombres intentaron detenerla, pero ella los esquivó y comenzó a gritar el nombre de su madre.
“¡Bianca! ¡Bianca! ¡Ayúdame!”, exclamó desesperada en cuanto uno de los de seguridad la tomó por la cintura y la levantó.
“¡Suéltenme! ¡Bianca es mi mamá! ¡Déjenme verla!”.
“¿Frida?”.
“¡Mamá!”, exclamó Frida eufórica, con los ojos llenos de lágrimas. Por fin algo de esperanza.
“¿Frida? ¿Qué haces aquí? ¡Suéltenla!”, exclamó Bianca llenando de manazos a los de seguridad.
“Es mi hija, no la toquen”.
“¡Mamá!”.
Frida la abrazó con desesperación y comenzó a llorar.
“Ya mi pequeña… Todo está bien, estás con mamá”, dijo Bianca preocupada, llenándola de besos y cariño.
“Vayamos al área de camerinos a hablar”.
Gerard regresaba con la caja de chocolates queFrida había pedido, pero en cuanto vio la butaca vacía sintió que su estómago se retorció.
Inspeccionó la sala, buscando en cada rostro a Frida, pero no estaba. La desesperación y el coraje se apoderó de él, ¿cómo se había burlado de esa forma? Arrojó los chocolates al piso mientras rechinaba los dientes. Cuando estaba a punto de llamar a seguridad, su celular sonó.
“¿Qué ocurre?”, contestó a su padre.
“Tienen que venir. El viñedo Raizor está en llamas…”.
“¡¿Qué?! ¡¿Cómo que está en llamas?!”.
“Algunos trabajadores dicen que llegaron hombres encapuchados y mientras destrozaban el interior de la hacienda, regaron galones de petróleo y le prendieron fuego. Los bomberos no han podido controlar el incendio”.
“Román…”, dijo entre dientes.
“Lo más seguro…”.
El Señor Raig resopló mientras presionaba el puente de su nariz con dos dedos.
“Regresen a Francia”.
“Perdí a Frida”.
“¡¿Cómo que la perdiste?!”.
“No la encuentro… escapó”.
“¡Carajo, Gerard! ¡Tenías solo un trabajo! ¡¿Cómo se te pudo escapar?!”
“La buscaré e iré a Francia en cuanto la encuentre”.
“No… déjala. Me interesa que mis hijos estén a salvo”.
“No me iré sin ella”.
“¡Déjala! Comenzaré a poner precio para que la traigan a nosotros, tranquilo”.
Gerard colgó y salió de la sala, pisando la caja de chocolates y empujando a cualquiera que se interpusiera en su camino.
“Mi amor, lamento por lo que has pasado… suena horrible”, dijo Bianca con tristeza.
“Pero lamento decirte que te mintieron. Escapaste con Gonzalo, te casaste con él y tuviste a tu pequeña Emma”.
“Emma…”, pronunció Frida y puso sus manos en su v!entre, no podía creer que ya hubiera sido mamá.
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