Capítulo 79:

“¿Por qué mi padre haría eso? ¿Por qué mi padre me casaría con un hombre así? ¡No tiene sentido!”.

“Lo hizo por miedo, Frida… Román Gibrand es un hombre peligroso y muy poderoso… Por eso huimos a Francia, para que su avaricia no nos alcance. Aquí te puedo defender… siempre y cuando no sigas casada con él”, dijo Gerard acercando el papel hacia ella.

“¿No confías en mí? ¿No he demostrado ser tu amigo?”.

“Siempre lo has sido, Gerard…”, dijo Frida limpiándose las lágrimas.

“Te voy a proteger de lo que sea, Frida, confía en mí…”.

Acarició su mejilla con ternura y pegó su frente a la de ella, ansiando alcanzar sus labios, pero conteniéndose. Frida posó la punta de la pluma en el acta y firmó de una sola intención, imaginándose con temor cómo podría ser ese hombre que había traicionado a su padre.

Si Tiziano era malo, Román Gibrand debía ser peor.

Sarah llegó con andar presuroso a la casa de Román, en cuanto se enteró del rapto de Frida supo que su primo debería de estar destrozado por completo. Sin tocar, entró a su despacho, encontrándolo con la mirada perdida por la ventana. Sobre el escritorio la notificación del registro civil que recién había llegado.

“Solicitó el divorcio… desde donde sea que esté…“, dijo Román con el corazón roto.

“¡¿Qué?!”, exclamó Sarah con sorpresa y revisó el papel.

“Pero… ¿Cómo?”.

“Álvaro investigó… fueron los abogados de la familia Raig”.

El apellido le era conocido a Sarah.

“¿Está con ellos?”:

“¡Ellos se la llevaron! ¡Ellos me la arrancaron!”.

“¿No puedes demandarlos por secuestro o algo así?”.

“Frida ya no me pertenece… ¿Con qué derecho podría exigirle a la justicia que los investiguen? Temo cómo la estén manipulando, poniéndola en mi contra…”.

Román se veía cansado y con el alma hecha pedazos, agónico por estar tan lejos de la mujer que ama.

“Hace un par de meses hablé con Marianne… me dijo que estaba en Francia, tal vez podríamos ir e investigar en qué viñedo está…”.

“Ni se te ocurra”, dijo Román de manera seca.

“Mandaré a mis hombres…”

“¡Yo puedo entrar a su casa! ¡Marianne me puede invitar y podría buscar a Frida!”

“Marianne sabe que eres mi prima y sabe que me dirás si encuentras a Frida… si entras a esa casa no saldrás de ahí, el Señor Raig es conocido por sus métodos poco ortodoxos para resolver sus problemas…”.

“Pero… Román… es menos probable que tus hombres puedan dar con Frida si la mantienen bien oculta dentro de algún viñedo… déjame intentarlo”.

“¡Dije que no! ¡Es muy peligroso!”, exclamó Román golpeando el escritorio y viendo con rabia a su prima.

“¡¿Frida no lo vale?!”, respondió Sarah.

“Quiero hacer las cosas bien. La última vez que la vi, la arrollé con un auto, quiero compensar mi falta”.

“Si supiera que tu expedición podría rendir frutos, incluso te obligaría a que lo hicieras, pero si Gerard o su padre te atrapan, entonces no solo habré perdido a Frida, sino también a ti”.

“Hablas como si fueran más peligrosos que tú…”.

“Solo… hazme caso y no te expongas, yo lo arreglaré, enviaré hombres a Francia. No te metas. Sarah agachó la mirada, se sentía subestimada”.

Creía que Román exageraba con respecto a los Raig, conocía a Marianne y sabía que incluso podría convencerla de que se arrepintiera de lo que hicieron.

En silencio dio media vuelta y salió del despacho mientras mandaba un mensaje a su mayordomo; ‘Cómprame un boleto para el siguiente vuelo a París’.

Todos los viñedos de los Raig en ese país estaban a la periferia de la hermosa capital, no sería difícil dar con ellos.

Marianne deambulaba por las calles de Paris, revisando con apatía los aparadores de las boutiques. Desde que habían regresado con Frida, no le permitían verla y su padre y hermano desconfiaban de ella como si fuera una enemiga. En unos días Frida y Gerard viajarían a Italia, para que tuvieran su ‘final feliz’.

“¿Qué hubieras hecho tú, Frida?”, se preguntó y una lágrima cayó por su mejilla.

“Me hubieras ayudado pese a todo”.

Se limpió el rostro y siguió comprando ropa para su amiga por mandato de su padre, pues quería que la nueva Señora Raig se viera a la altura de las damas más elegantes de Francia. Llegó a un café donde se tomó un descanso y justo ahí una voz conocida la tomó por sorpresa.

“¡Marianne!”, exclamó Sarah levantando su mano, saludándola con una enorme sonrisa.

“¿Sarah?”, preguntó Marianne desconfiada y echó un vistazo a su alrededor, temiendo que Román estuviera escondido entre las sombras y saliera para ahorcarla hasta matarla, pero solo era invento de su imaginación.

“¿Te puedo acompañar?”, preguntó Sarah tomando asiento sin esperar una respuesta”.

Las cosas han estado muy tensas en casa desde que Frida desapareció. Román está vuelto loco y buscando incansablemente. Pobre de aquel que se haya atrevido a llevársela.

“¿Cómo saben que no se fue por iniciativa propia? Román está loco y es peligroso, no me sorprendería que huyera como la última vez”, respondió Marianne con recelo.

“Pero Román ama a Frida, la adora y nunca le pondría una mano encima. Además, Frida lo amaba de igual forma, no había otro hombre capaz de ganarse su corazón”.

“¿Qué haces aquí si están tan preocupados por buscar a Frida?”, preguntó Marianne con desconfianza.

“Necesitaba un descanso. Tanto alboroto y estrés me estaban consumiendo así que me vine a tomar unas vacaciones. ¡Qué bueno que te encontré!”, exclamó Sarah restándole importancia a la plática

“¿Me darías un ‘tour’ por tus viñedos?”.

Podríamos tomarnos un par de copas para festejar mi estancia en este bello país. Marianne la vio con desconfianza y sonrió. De nueva cuenta, alguien más la creía demasiado estúpida.

“¿Crees que está aquí? ¿Qué la tenemos nosotros?”.

“¿De qué hablas?”.

Sarah fingió desconcierto.

“¿Creen que tenemos a Frida? ¿Verdad?”.

“Yo jamás dije…”.

“Está en el viñedo de champagne…”, Marianne confesó con lágrimas en los ojos y ocultando su rostro con sus manos antes de comenzar a sollozar

“Se casará con Gerard… ella no recuerda nada, le han metido la idea de que Román es un monstruo que mató a su padre y solo la quiere por la herencia de Sorrentino”.

“¡¿Qué?!”, exclamó asustada Sarah.

Era más información de la que planeaba obtener.

“No sé qué hacer… no sé cómo ayudar a Frida, mi padre no confía en mí y Gerard me mantiene lejos de ella…”

“Llévame… déjame entrar al viñedo y sacar de ahí a Frida…”, dijo Sarah aprovechando el momento de vulnerabilidad de Marianne.

“No lo sé, es demasiado peligroso…”.

“Prométeme que no le dirás nada a Román, que te llevarás a Frida de vuelta y que todos fingiremos que nada ocurrió. No quiero que mi padre o mi hermano terminen en prisión. Por favor, Sarah… prométemelo”, agregó, después de un momento de silencio.

Suplicó tomando las manos de su amiga y dedicándole una mirada cargada de angustia.

“Ayúdame y prometo que no le diré nada a Román… ¿Está bien? Nadie sabrá lo que pasó”, prometió Sarah, aunque por dentro sabía que la realidad sería diferente.

No descansaría hasta ver a los Raig pagando por la falta que hicieron.

“Entonces vayamos…”, dijo Marianne revisando su reloj de pulso.

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