Capítulo 78:

Frida comenzó a hiperventilar mientras sus manos se retorcían en las sábanas.

“No… no puede ser cierto… ¡¿Quince años?!”.

“Cuando escapaste con Gonzalo, se accidentaron. Tú caíste en coma y él hizo su vida”, dijo Gerard con seguridad, ganándose la mirada de desaprobación de Marianne.

“¡¿Qué?! ¿De qué hablas?”, Frida comenzó a llorar con desesperación.

“Gerard… creo que Frida tiene que descansar… necesitamos hablarle a un doctor”, dijo Marianne aterrada por lo que hacía su hermano.

“Frida, tenemos que sacarte de aquí… No querrás que tu padre vuelva a encerrarte”, dijo Gerard extendiendo su mano hacia Frida.

“¿Qué se supone que estás haciendo?”, preguntó Marianne.

“Quiero protegerla como siempre tuve que hacerlo…”.

Estaba decidido a sacar a Frida con ayuda de su hermana o sin ella.

“Todo estará bien, Frida… te lo prometo”, dijo ofreciéndole una amplia sonrisa y tomándola en brazos.

Durante la junta, Román permaneció distraído y cansado, su mente solo se concentraba en Frida y en la necesidad de regresar con ella. De pronto las puertas de la sala se abrieron, era Álvaro quien avanzó con paso rápido hacia él.

“Si no lo has notado, estoy en junta…”, dijo con molestia, pero la mirada aterrada de su abogado lo desconcertó.

“La Señora Gibrand ha desaparecido”.

“¡¿Cómo es posible que haya desaparecido?!”, exclamó Román golpeando el escritorio del doctor Bennet.

“¡Prometiste cuidar de ella mientras yo no estaba!”.

“Las enfermeras estaban cuidándola, pero debes de entender que no podían estar pegadas a ella”, dijo Bennet angustiado por su paciente, pero temeroso de Román, sus ojos guardaban un odio profundo.

“Ella sola no pudo salir de aquí…”, dijo Hugo asomándose por la puerta, apoyándose en una muleta mientras su cuerpo estaba lleno de vendajes.

“Seguridad no hubiera dejado salir a una paciente en bata. Alguien la sacó”.

“Álvaro…”dijo Román con los ojos llenos de odio y miedo.

“Contrata a los hombres necesarios para vigilar cada central de autobuses y aeropuerto…”.

Mientras Román se disponía a peinar toda la ciudad, dispuesto a encontrar a Frida, esta se veía ante el espejo del reducido baño del avión privado de la familia Raig, notando su rostro demacrado. Efectivamente ya no era el de la jovencita que se había fugado con Gonzalo.

Con una mano acariciaba el anillo en su dedo.

‘Es tan hermoso como verte a los ojos’, decía una voz varonil y profunda dentro de su cabeza. Nunca la había escuchado antes o eso creía.

Sus piernas estaban débiles y temblorosas, tenía que agarrarse de los asientos pues sentía que caería en cualquier momento. Se dejó caer sobre uno y se pegó a la ventana.

“No tienes nada de qué preocuparte, Frida”, dijo Gerard sentándose a su lado.

“Han pasado muchas cosas en todo este tiempo, pero de algo debes de estar segura, puedes confiar plenamente en mí y en la familia Raig, te protegeremos y ayudaremos. Nadie volverá a hacerte daño”.

A Frida se le llenaron los ojos de lágrimas y se abrazó a Gerard, quien la recibió con gusto y acarició su cabello mientras sollozaba contra su pecho. Besó su frente y sonrió mientras Marianne lo veía desde el asiento delantero con angustia.

Cada mentira era una deuda con la vida y tarde o temprano tendrían que pagarla, de eso estaba segura.

Llegaron a Francia, el viñedo de champagne de la familia Raig estaba en los límites de París.

Durante el camino del aeropuerto, Frida estaba profundamente dormida, tanto que no se dio cuenta en el momento que llegaron. Gerard la sacó en brazos del auto y al entrar a la casa se dirigió directamente hacia la habitación que había encargado para ella. Estaba comprometido a cuidarla y ganarse su amor sincero.

“¿Crees en la suerte, Gerard?”, preguntó el Señor Raig viendo la enternecedora escena ante él.

“No existe la suerte, tampoco las coincidencias, son solo una ilusión del destino. Frida siempre tuvo que ser mía, lo supe desde el momento que posé mis ojos en ella”, respondió Gerard y se retiró de la habitación.

Aunque Frida estaba profundamente dormida no quería arriesgarse a que escuchara la conversación con su padre.

“Hablé con los abogados…”, dijo el Señor Raig caminando al lado de su hijo con las manos detrás de la espalda.

“Solo necesitamos un par de firmas por parte de Frida y podrán validar el divorcio, seremos libres de Román”.

“Bien… pero tendremos que ser prudentes después de eso. Román podría llegar a nosotros más fácil”.

“Cuando le llegue la notificación del divorcio, te irás a Italia con Frida, se casarán y le diremos a nuestro médico de confianza que haga una carta donde aclare la incapacidad de Frida para tomar decisiones por su condición, te volverás su tutor y reclamarás su parte de la herencia que le dejó Sorrentino”.

“¿Qué hay de Hugo?”.

“No le permitiremos que se acerque a ella. Como tutor puedes decir lo que le conviene o no a tu futura esposa. Si un enfrentamiento directo con su pasado la puede lastimar y empeorar su situación, entonces podemos escuchar el testamento a puerta cerrada”.

“¿Cómo le explicaré a Frida que su padre ha muerto?”.

“Ya nos inventaremos algo…”.

“¿Cómo le pediré que se divorcie de un hombre que ella no conoce? Cree que estuvo quince años en coma, ¿en ese tiempo se casó?”.

“Gerry… encontrarás la forma, lo sé… eres un hombre muy inteligente y astuto, así como la sacaste del hospital y la trajiste aquí, encontrarás la forma de que ella firme el papel. ¿No era lo que querías? ¿Tenerla a tu lado como tu mujer? Ahora tienes la oportunidad de hacer la vida que siempre esperaste tener”.

“¿Qué hay de Frida? ¿Qué ocurrirá si recupera la memoria?”, preguntó Marianne que los había seguido en silencio, horrorizándose de cada palabra.

“Eso no pasará… no recibirá ningún tratamiento y su pasado quedará enterrado”, contestó el Señor Raig frunciendo el ceño.

“¿Qué hay de sus hijas?”, inquirió Marianne con mirada suplicante.

“Sus hijas tienen a su padre, ¿qué más pueden querer? Román les dará todo e incluso una madre nueva”:

El Señor Raig comenzó a reír divertido.

“Eso es cruel, nosotros no hacemos eso…”, dijo Marianne buscando en los ojos de Gerry algo de piedad.

“Frida no tiene la culpa de nada… no podemos hacerle algo así”.

“Marianne… ¿estás con nosotros o en nuestra contra?”.

El Señor Raig la tomó por los hombros y le dedicó una mirada furiosa.

“Si no estás dispuesta a ayudarnos y a servir de apoyo emocional a tu amiga, entonces te mandaré de regreso al viñedo que dejaste morir”.

“Pero… Papá…”.

“Así será, papá, Marianne nos ayudará. Lo que ocurre es que está muy nerviosa”, dijo Gerard queriendo ayudar a su hermana.

“Bien… ¡Esta noche festejaremos el regreso de Frida a nuestra familia! ¡Hagámosla sentir en casa con nuestra hospitalidad!”.

“Frida… mientras estabas en coma, tu padre te casó con un hombre malo y cruel, Román Gibrand, pero las cosas salieron mal. La petrolera Tizo ya es parte del corporativo Gibrand y… ahora que Tiziano ha muerto, quiere apoderarse de tu herencia…”, decía Gerard improvisando una historia, memorizándola para él mismo.

“¿Cómo murió?”, preguntó Frida con los ojos llorosos.

“Sufrió un accidente automovilístico”, dijo Gerard mostrándole el reportaje en el periódico.

“Todos creemos que fue Román quién orquestó su muerte, después de todo ese era su auto”.

Señaló en el periódico la imagen. La noticia estaba recortada y los nombres de Frida y Hugo no aparecían. Fue suficiente para que Frida comenzara a llorar desconsolada.

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