Capítulo 77:

Las niñas visitaron a Frida cuando su rostro se había desinflamado, pero fue una tortura para ambas. Nunca habían visto a su madre de esa forma y fue impactante. Las dos lloraron abrazando el cuerpo inerte de su madre que parecía insensible a las voces suplicantes de sus pequeñas.

“Lo siento tanto…”, dijo Celia al rebasar la puerta de la habitación.

El hombre delante de ella no era ni la sombra del arrogante e imponente CEO que conocía y admiraba.

“¿Qué haces aquí?”, preguntó Román mientras seguía tecleando en su computadora.

“Traje los papeles que solicitaste. Pensé en dejarlos en tu oficina, pero quise venir a verte. ¿Cómo estás?”.

“Si no te has dado cuenta, yo no soy quien está en cama”, dijo Román levantando la mirada de la pantalla y viéndola con rencor.

“Es una lástima lo que le pasó. Era una mujer tan joven y hermosa”.

“¿Por qué hablas como si estuviera muerta?”.

Román se puso de pie y avanzó hacia Celia con ganas de torcerle el cuello.

“Ella está ahí, ella escucha… vuelve a decir otra idiotez y te juro que…”.

“Román… eres el hombre más calculador y realista que conozco. ¡Mírala! Si despierta, no sabes en qué circunstancias lo hará… Puede quedar en silla de ruedas, cuadripléjica o peor… como un vegetal. Aún tienes una vida por delante como para cargar con una discapacitada”.

Aunque las palabras de Celia fueron cuchillos directo al corazón de Román, este no temía hacerse cargo de Frida. Tomó a Celia por el cuello antes de arrancarle los papeles que le había llevado y la empujó haciéndola caer al piso.

“Ella es mi mujer y haré hasta lo imposible para que esté bien. Invertiré cada centavo que tenga en mi bolsillo y si tengo que llevarla en mis brazos hasta el final de mis días, entonces lo haré”, respondió con voz neutra y se sentó en el borde de la cama, tomando la mano de Frida y acariciando su frente con ternura.

“Si no tienes nada más que decir o hacer, lárgate de aquí”.

Celia se levantó sorprendida de escucharlo. Se acomodó el traje sastre y salió de la habitación con la frente en alto, pero el corazón roto. Incluso Frida estando así, tenía más poder sobre Román de lo que se imaginaba.

“No, Señor Gibrand… nada de eso puede pasar. Los estudios dicen que los huesos y los nervios están bien. El golpe solo lastimó tejido blando y un poco la cabeza”, dijo Bennet mientras Román caminaba de un lado para otro en la oficina, angustiado por las palabras de Celia.

“Entonces… ¿No necesitará silla de ruedas o respirador? ¿Ella podrá caminar? ¿Podrá tener una vida normal?”.

“Tal vez los primeros días necesite reposo y una silla mientras sus músculos vuelven a tonificarse, pero… no temo que pierda la movilidad o quede en estado vegetativo”.

“¿Qué teme, doctor Bennet?

“Ah…”

Bennet se sacudió el cabello y se dejó caer en su asiento detrás del escritorio.

“El golpe que recibió en la cabeza fue muy fuerte, tiene una lesión cerebral traumática a nivel del lóbulo temporal y eso puede provocar pérdida de memoria de forma temporal o permanente”, explicó.

“¿Pérdida de memoria? ¿A qué se refiere? ¿Puede olvidar… quién es o quién soy?”, preguntó Román con miedo.

“Puede que olvide el día del accidente o la semana previa, puede que olvide ese mes… o que olvide años completos.”

Bennet suspiró y torció la boca con desagrado.

“Nos daremos cuenta si perdió la memoria y cuántos recuerdos desaparecieron de su mente, hasta que despierte”.

Román permaneció en silencio, tenía miedo de desaparecer de la memoria de su esposa, de perder su amor. ¿Qué haría si cuando ella abriera los ojos no lo reconocía?

“¿Cuándo podré llevarla a casa?”, preguntó en voz baja.

“Haremos unos cuantos estudios más y podrá llevársela…”

Román mantenía la mirada fija en Frida, viéndola con completa atención mientras besaba su mano.

Tenía miedo de lo que pudiera pasar, pero sí tuvo la determinación de buscarla hasta en el fin del mundo y la encontró, también lo haría dentro de su cabeza.

“Te amo, Frida…”.

Besó el anillo que le dio hacía tanto tiempo.

“Cuando te entregué esta argolla, también te entregué mi amor incondicional y ese día acepté que no había nada en este mundo que me alejara de ti. Si es necesario volver a enamorarte cada día, así lo haré. No me importa si pierdes la memoria, me esforzaré porque recuerdes cuanto te amo y si no puedo, entonces crearé recuerdos nuevos y mejores”.

“¿Señor Román?”, preguntó James en la puerta.

Ese día había una junta importante en el corporativo y necesitaba atenderla en persona. Era la primera vez que se alejaría de esa habitación de hospital y se sentía incómodo por tener que dejar a Frida, aunque Bennet se aseguró de que tendría asistencia en todo momento, tenía miedo de soltar su mano y al regresar recibir malas noticias.

Aun así, después de besar tiernamente sus párpados cerrados y sus labios inanimados, salió de la habitación y James lo llevó para atender sus negocios.

Cuando Román ponía el primer pie fuera del hospital, alguien más daba el primer paso dentro de la habitación. Gerard, con semblante mortecino y ojos llorosos, vio a Frida en la cama, estaba destrozado.

Cuando supo del accidente quiso ir de inmediato, pero sabía que no sería bien recibido y que no le permitirían ver a Frida. Tuvo que ingeniárselas y poner gente que vigilara la habitación por él. En cuanto supo que Román saldría, no pudo desaprovechar la oportunidad.

“Frida… ¿Qué te hizo el maldito de tu padre?”, dijo Gerard y tomó la mano de su amada con tristeza, pegando su frente.

“Siempre supe que ese hombre te terminaría lastimando de forma irreversible…”.

Siempre fue un monstruo. Besó la palma de su mano con ternura y acarició sus cabellos.

“Gerry, no deberíamos de estar aquí”, intervino Marianne, pero en cuanto sus ojos se posaron en Frida su corazón se hizo pedazos.

“¿Cómo pudo hacerle algo así a su propia hija?”.

“¿Te sorprende? Sorrentino siempre fue un monstruo con ella, pero eso se acabó. En su pecado llevó su penitencia”.

De pronto los ojos de Frida se abrieron con sorpresa. En sus oídos las palabras de amor que había dicho Román generaban eco hasta taladrar en su cerebro.

Gerard, sorprendido, retrocedió, como si viera a un muerto salir de su tumba.

“¿Frida?”, preguntó Marianne y una sonrisa se plasmó en su rostro.

“¡Despertaste!”.

“¿Mary? ¿Qué pasó?”, preguntó Frida, la cabeza le daba vueltas y sentía la boca pastosa.

“¿Dónde estoy? ¿Dónde está Gonzalo? ¡¿Qué ocurrió?!”.

“¿Gonzalo?”, preguntó Gerard confundido.

“¡Sí! ¡Gonzalo! ¡Mi novio! ¿Dónde está? ¿Qué ocurrió?”.

Frida parecía un animal asustado, se retorcía en las sábanas y veía en todas direcciones.

Los hermanos Raig se vieron a los ojos, comenzando a comprender lo que ocurría.

“¿Qué es lo último que recuerdas, Frida?”, preguntó Gerard acercándose a ella.

“No sé… yo… estaba saliendo a hurtadillas por la ventana de mi habitación…”.

Apretó los ojos y una punzada en su cabeza la sacudió

“Huiría con Gonzalo, él me estaba esperando fuera de la propiedad, en su auto…”

Puso ambas manos en su cabeza, pues entre más se esforzaba por recordar, más le dolía.

“Tranquila, no te esfuerces”, dijo Marianne acercándose a su amiga de manera protectora.

“Me duele mucho”, dijo Frida con los dientes apretados.

“No recuerdo más… ¿Qué ocurrió después?”.

“Te escapaste con Gonzalo hace quince años… ¿Estás segura de que no recuerdas nada más?”, preguntó Gerry inclinándose hacia Frida, perdiéndose en sus ojos azules.

“¡¿Quince años?!”.

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