La divina obsesión del CEO -
Capítulo 80
Capítulo 80:
“Mi padre no está en la casa y Gerard ha de estar trabajando aún”.
“Bien, en marcha”, contestó Sarah ocultando una sonrisa.
Frida leía tranquilamente en la silla de mimbre, tenía una vista espectacular del viñedo y el cielo comenzaba a pintarse de colores violetas y rosas con el anochecer. Por un momento vio su anillo, acarició el zafiro y se sintió triste. «Es tan hermoso como verte a los ojos» de nuevo esa voz en su cabeza causaba eco.
No sabía quién se lo había dado, pero tan solo verlo agitaba su corazón y se sentía melancólica. Gerard intentó quitárselo, pero ella se rehusó, comenzó a gritar y a llorar.
‘No te atrevas a quitarte ese anillo’, de nuevo esa voz exigente sonó dentro de su cabeza, como su mismísima conciencia advirtiéndole. Tanto Marianne como Gerard se habían dado por vencidos.
“¿Frida?”.
Una voz femenina sonó en un susurro. Frida giró lentamente y vio a Sarah.
“No tengo mucho tiempo para explicar lo que ocurre, pero tienes que venir conmigo…”, dijo Sarah ofreciéndole la mano.
“¿Perdón? ¿Por qué? ¿A dónde? ¿Quién eres?”, preguntó Frida levantándose del asiento y viéndola con desconfianza.
“Este no es tu hogar, tienes que venir conmigo, por favor… prometo que fuera de este maldito lugar te explicaré todo…”.
“¿Crees que voy a confiar en una completa desconocida?”, dijo Frida divertida y retrocedió un par de pasos.
“Sal de este viñedo antes de que le hable a alguien para que te saque”.
“Frida, por favor… no estuviste en coma por quince años, viviste demasiadas cosas, tienes dos encantadoras hijas y estás casada con Román Gibrand, es el amor de tu vida…”
“¿Qué? ¿Estás loca?”, preguntó confundida y retrocedió.
La cabeza comenzaba a punzar.
Sarah quiso acercarse, pero de pronto sintió un cañón encajándose en sus costillas. Gerard, detrás de ella, la veía con odio y asco. No comprendía cómo había entrado, pero no permitiría que saliera.
De pronto un golpe la silenció, Gerard la había herido con la cacha de la pistola, rompiéndole el labio y haciéndola caer al piso. Frida se cubrió la boca con horror cuando vio la sangre en el rostro de Sarah. Quiso acercarse, pero Gerard le dedicó una mirada asesina que la congeló.
“Román es un monstruo y mantendré a Frida segura, lejos de él”, dijo Gerard apuntando su cañón hacia Sarah.
“Frida! ¡No creas en nada de lo que te dice este hijo de p%ta! ¡Solo te quiere manipular!”, exclamó Sarah antes de que Gerard la pateara.
“¡No! ¡Déjala!”, exclamó Frida y cuando se acercó, Gerard la tomó del brazo y la vio con frialdad.
“Ve a tu habitación y enciérrate… Esta mujer es peligrosa, yo me encargaré…
“¿Qué?”.
Frida frunció el ceño, estaba aterrada por el hombre en el que se había convertido Gerard.
“¡¿No me escuchaste?! ¡Vete a tu habitación!”.
La empujó hacia el pasillo que llevaba hacia el interior de la hacienda.
De pronto Marianne tomó a Frida por los hombros y al ver los ojos iracundos de su hermano, decidió llevarla hacia la habitación.
“¡No confies en ellos!”, exclamó Sarah viendo con horror como Frida se alejaba.
Imágenes llegaron a sus ojos como ‘flashes’ que la dejaban ciega.
‘Te ves apenada y he escuchado que buscas empleo’, había dicho Sarah en el hospital al verla llorar.
‘Ve a esta dirección. Es una casa enorme, de seguro tendrán algo para ti. Al ser de gente adinerada, la paga será buena’.
Frida comenzó a llorar, las lágrimas escurrían por sus mejillas sin poder sollozar. Cada recuerdo dolía y le generaba confusión. ¿Por qué estaba en el hospital? ¿A dónde la llevó esa dirección? Las preguntas se amontonaban en su cabeza cuando de pronto perdió de vista a Sarah.
Marianne y Frida subieron las escaleras y un disparo perturbó el ambiente, las aves volaron asustadas y el corazón de Frida dio un vuelco, ¿en verdad Gerard había jalado el gatillo?
“Tranquila… de seguro… fue un disparo de aviso, solamente…”, dijo Marianne con los ojos llorosos y las manos temblorosas.
Había dejado que Sarah entrara al viñedo, pero no tuvo el valor de ayudarla.
Cuando la puerta de la habitación se cerró, ambas comenzaron a llorar, llenas de miedo y con el corazón encogido. Frida tomó su cabeza en sus manos, exprimiéndola, queriendo sacar esos recuerdos que la perturbaban y solo le generaban preguntas. De pronto la puerta se abrió con violencia y entró Gerard, asustándolas aún más.
“¡Largo de aquí, Marianne!”, gritó con fuerza, haciendo que su hermana saliera corriendo.
“¿Qué le hiciste a esa mujer?”, preguntó Frida con los ojos llorosos, pero Gerard la ignoró y la tomó con fuerza de la muñeca.
“¡¿Qué le hiciste?!”.
Comenzó a revolverse, intentando zafarse del agarre de Gerard, manoteaba y golpeaba su pecho con la mano libre, pero parecía que ninguna blasfemia era capaz de cambiar el estado molesto del hombre.
“Dame ese maldito anillo”, dijo Gerard sacándole el anillo por la fuerza.
“¡No! ¡Es mío! ¡No me lo quites!”, exclamó horrorizada, como si le fuera a arrancar el dedo por completo.
“¡No! ¡Por favor, Gerard!”.
Desesperado por no poder contener a Frida y lleno de furia por lo que había ocurrido, la abofeteó haciéndola caer sobre la cama. Gerard tomó el anillo por la fuerza, aprovechando que estaba aturdida.
“¿Quién eres?”, preguntó Frida con el corazón roto.
El hombre frío y cruel delante de ella no empataba con la imagen de ese niño encantador que tanto la cuidaba.
“¿Qué le hiciste a esa mujer?”, preguntó.
“No le hice nada…”, respondió Gerard y, después de meterse el anillo en el bolsillo, se acercó a Frida.
Esta quiso retroceder, mantener la distancia, pues ahora le temía.
“Admito que fui un poco agresivo, pero ella está bien, regresará a casa y le dará un mensaje a Román para que nos deje en paz”.
Tomó el rostro de Frida entre sus manos y besó su frente con ternura.
“¿Y el disparo?”, preguntó Frida con los ojos llenos de lágrimas.
“Solo fue de advertencia, para que se rindiera. Todo estará bien”, dijo Gerard queriendo tranquilizar el corazón de Frida.
“Perdóname por haberte pegado, no tenía derecho a lastimarte”.
Besó su mejilla inflamada con ternura.
“Regrésame mi anillo…”, pidió Frida con voz temblorosa.
“Lo siento, Frida… pero no te lo daré”, respondió con la voz cargada de ternura antes de salir del cuarto y cerrar la puerta con fuerza.
El proceso de reconocer el cuerpo y la subsiguiente investigación fue tedioso. Román tuvo que hacerse cargo, pues no quería que Benjamín viera a Sarah de esa forma. La habían encontrado en el río Sena y el agua deformó su hermoso rostro, su mano guardaba el anillo que alguna vez fue de Frida.
Román se encargó de que el cuerpo regresara a su ciudad natal y se realizara un velorio adecuado. Ese día todos los Gibrand estaban reunidos para poder despedir a una de las más jóvenes e incluso la más querida.
“Creí que… algún día Frida y tú podrían ser grandes amigas… ahora es una esperanza que se irá contigo a la tumba. ¡Dios! ¡Me hubiera encantado verte tomando el té con ella o jugando con las niñas!”, dijo Román apretando los dientes mientras algunas lágrimas pendían de sus pestañas
“¡Te dije que no fueras! ¡Te dije que yo me encargaría! ¡Maldita necia!”.
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