Capítulo 75:

“Preferiría que mejor montara un pony”.

“El abuelo no tiene ponys… además, los caballos de este lugar son dóciles, igual que yo contigo, así que no debes preocuparte”, dijo Román viéndola con ternura.

“No lo sé… no me convences del todo”, respondió Frida con una sonrisa.

Desde que Frida había regresado a su vida y volvían a ser una hermosa familia, había momentos donde la veía con incredulidad, pensando que tal vez era un sueño del que no estaba dispuesto a despertar.

Tal vez había caído en coma después del accidente o muerto, en ese caso prefería quedarse así.

“¿No te da miedo?”, preguntó Román y su mirada se opacó.

“¿Miedo?”.

“Miedo de perder todo de nuevo”, dijo Román y apretó los dientes. Él estaba aterrado.

“Eso no volverá a pasar… prometimos hablar de todo antes de tomar una decisión, no cometeremos los mismos errores… ahora somos un equipo”, contestó Frida y se puso de puntitas para alcanzar los labios de Román, quien de inmediato la estrechó entre sus brazos.

“Me alegra mucho verlos juntos, pero tengo entendido que querían hablar conmigo, ¿Cierto?”, dijo Benjamín orgulloso de verlos derrochar tanta dulzura y sin miedo a las consecuencias de sus actos.

“Lamento mucho haberlos engañado a los dos de esa forma…”, dijo Benjamín viendo por la ventana de su despacho.

“Pero creí que no habría mejor mujer para Román que tú, Frida, con ese carácter fuerte, que no te dejas diezmar por el temperamento de mi nieto, además de inteligente, talentosa y de gran corazón”.

“Claro… sin hablar de que mi padre era su principal competencia en el mercado, ¿cierto?”, dijo Frida sin dejar que los halagos endulzaran sus oídos.

“Me faltó mencionar ‘astuta’“, agregó Benjamín divertido.

“No hay mejor mujer en el mundo para domar a la bestia de mi nieto, que tú”.

“¿Hay algo más de lo que debamos estar enterados?”, preguntó Román al lado de Frida, viendo con desconfianza a su abuelo.

Benjamín sonrió y agachó la mirada.

“Déjeme adivinar…”, Frida resopló.

“No está enfermo, ¿verdad?”.

El anciano comenzó a reír a carcajadas mientras palmeaba en el aire.

“¡Esta niña es tan aguda de pensamiento! ¡Parece un sabueso!”, exclamó divertido y rodeó el escritorio directo hacia Frida, para presionar sus mejillas con las palmas de sus manos y besar su frente.

“Nunca tuve cáncer… ¡Soy más fuerte que un elefante!”.

“¡Abuelo!”, exclamó furioso Román, acercándose imponente.

Frida apoyó ambas manos en el pecho de su esposo, deteniéndolo y dedicándole una mirada cargada de ternura, queriendo tranquilizarlo.

“¡Con eso no se juega!”, exclamó Román entre dientes.

Los días pasaron, volviéndose semanas y transformándose en meses.

Frida se había vuelto voluntaria en el hospital y asistía al pabellón infantil de oncología mientras que Román se había vuelto un hombre benevolente, aunque la seriedad aún adornaba su rostro cuando no estaba su esposa cerca, era más paciente con sus trabajadores y no dudaba en hacer donaciones a cualquier acto caritativo que Frida escogiera.

De vez en cuando Frida solía visitar la oficina y con mayor motivo si al comunicarse con la secretaría de Román, se enteraba que este no había comido aún.

“¿Señor Gibrand?”, preguntó la Señora regordeta y agradable al asomarse por la puerta.

“¿Qué ocurre, Margaret?”.

“Su esposa está de visita”, dijo la Señora metiéndose un bizcocho a la boca y dejando pasara Frida a la oficina.

“Está delicioso, siempre es un gusto que nos visite, Señora Gibrand”.

“Qué bueno que te gustó, Margaret”, dijo Frida con una sonrisa amplia, dejando fascinado al hombre de negocios en el escritorio.

“A este paso terminarás engordando a todos en la oficina”, dijo Román recargándose en el respaldo de su asiento. Su rostro reflejaba cansancio.

“No has comido…”, contestó Frida mostrándole una pequeña maleta que olía delicioso.

“¿Lo hiciste tú?”, preguntó tomándola por la muñeca y acercándola a él, sentándola sobre sus piernas mientras se abrazaba a su cintura.

“Sí, hice algunos bocadillos…”, contestó Frida y escondió el rostro en la maleta.

Después de tanto tiempo se seguía poniendo nerviosa cada vez que Román la sentaba en su regazo y eso le encantaba a él.

Verla vulnerable y con las mejillas encendidas avivaba ese fuego lujurioso que lo hacía perder la cabeza. Comenzó a besar su hombro, saboreando la piel que la blusa descubría, mordiéndola suavemente.

“Ah… ¿Román?”, preguntó Frida tragando saliva.

“¿No tienes hambre?”.

“De ti”, respondió al mismo tiempo que tiró todos los papeles del escritorio y la puso arriba de este.

“¡Román! ¡Estamos en tu oficina!”, exclamó Frida nerviosa mientras se mordía los labios intentando ocultar una sonrisa.

“No está bien”.

“Estás aquí para alimentarme… ¿no?”, dijo Román en su oído mientras se colocaba entre sus piernas y sus manos acariciaban con necesidad sus muslos por debajo de la falda.

“Entonces, hazlo… muero de hambre, Frida”.

La boca de Román se apoderó del cuello de Frida y su cuerpo vibró entre sus manos. El calor se volvía insoportable y su respiración se agitaba.

De pronto el pudor sobró en la oficina y Frida abrió la camisa de Román, ansiosa por acariciar su torso y delinear cada músculo tenso. Sus bocas se devoraron con desesperación mientras sus manos se recorrían por completo.

El temor de que alguien fuera entrar y descubrirlos se disolvió con la lujuria, mientras Frida se aferraba al cuerpo de su esposo, temiendo caer del escritorio por las embestidas con las que arremetía, Román cubría la boca de Frida, evitando que sus gemidos escaparan de la oficina y todo el piso escuchara lo que el CEO estaba haciendo con su esposa mientras todos creían que trabajaba.

Román le hizo el amor en cada rincón, cada pared ayudó a sostener el cuerpo de Frida mientras esta sucumbía de placer entre los brazos de su esposo.

Su boca no paró de besarlo con desesperación, mordiendo suavemente su piel, haciendo que Román perdiera de nuevo los estribos. Era un amante vigoroso y dominante, haciendo que la intimidad fuera el único momento en el que Frida aceptaba volverse dócil y sumisa.

Cuando la contienda había terminado y estaban abrazados y sudorosos sobre el sillón de la pequeña sala, la puerta sonó tres veces, preocupando a Frida que de inmediato buscó algo con qué cubrirse, pero terminó escondida detrás de Román, con la frente pegada a su espalda, mientras que él solo portaba sus pantalones aún desabrochados.

“¿Señor Gibrand? El contrato para la compra de maquinaria está listo, solo falta que usted lo… ¿Firme?”.

Margaret se quedó con los ojos bien abiertos, viendo a su jefe con el torso descubierto y a su joven esposa escondida detrás de él. No pudo evitar mostrar una sonrisa.

“¡Señor Gibrand! ¡No esperaba que llegara el día en que lo encontrara haciendo travesuras con una Señorita!”.

“Así pasa cuando llega la indicada, Margaret…”, dijo Román con una sonrisa divertida y tomó el contrato de manos de su secretaria mientras Frida seguía escondida detrás de él.

La secretaria salió de la oficina con una enorme sonrisa mientras Frida no podía con la vergüenza. Román volteó hacia ella y la vio con una ternura infinita antes de besar sus labios.

“No sé por qué te sigues cubriendo, conozco cada centímetro de tu cuerpo a la perfección”, dijo contra su boca, mientras Frida se escondía detrás de sus manos.

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