La divina obsesión del CEO -
Capítulo 74
Capítulo 74:
La mirada de Román se iluminó y no pudo evitar extender los brazos hacia su pequeña mientras le sonreía con gusto. Detrás de ella, Emma andaba con paso presuroso, también quería abrazarlo.
Estrechó a las dos niñas, pero el dolor hizo que, en vez de alzarlas, terminara en el suelo, abrazándolas con cariño y gusto. Ambas criaturas le habían hecho descubrir su instinto paternal y ese amor tan puro que solo se puede sentir por los hijos.
“Asustaste a la enfermera y a Lorena…”la voz de Frida llegó a sus oídos como el primer trinar de las aves al inicio de la primavera.
Aceleró el corazón de Román, quien de inmediato levantó la mirada para verla. Su piel aún estaba dorada por el sol, pero sus hermosos ojos azules lo cautivaron como la primera vez.
“Lorena ya está acostumbrada”, respondió sin dejar de abrazar a sus hijas y fascinado por la hermosa aparición que tenía enfrente.
“¿Esto es un sueño?”.
“Niñas… dejen a papá ponerse de pie…”, dijo Frida y le ofreció una mano para ayudarlo a levantarse.
“Si fuera un sueño no te dolería hasta la conciencia”.
Con dificultad, ayudó a Román a ponerse de pie, pero no pudo liberar su mano de su agarre, por el contrario, este la jaló hacia él, estrechándola con fuerza, inhalando su dulce aroma, disfrutando de tenerla de nuevo entre sus brazos.
“Román…”
Frida tenía las mejillas enrojecidas y la respiración irregular. Apoyó sus manos en su pecho para tomar distancia, pero Román la estrechó con más fuerza.
“Te vas a lastimar”.
“No me importa… casi muero por creer que te perdía una vez más…”.
“Espero que hayas aprendido que no debes de ir tras las mujeres que solo saben huir”, dijo Frida y recargó su mejilla sobre el cálido pecho de Román.
“Nunca dejaré de buscarte… aunque me cueste la vida”.
Frida cerró sus ojos y comenzó a llorar, apretando los dientes y hundiendo más su rostro contra el pecho de Román. Había recordado ese miedo que la atenazó cuando supo del accidente.
“Niñas… ¿Nos pueden dar un momento a solas?”, preguntó Frida escabulléndose del abrazo y recibiendo la mirada dulce de Emma que estaba encantada de ver a sus padres juntos de nuevo.
“¡Vamos al jardín a jugar, Cari!”, dijo Emma con una amplia sonrisa y llevó a la niña de la mano entre risas y brincoteos.
Cuando Frida se sintió por fin a solas con Román, su cuerpo se estremeció. Las manos varoniles y firmes de él se posaron en sus hombros y con el pulgar comenzaron a hacer pequeños círculos cerca de su cuello, mientras su mentón reposaba en el cabello de ella.
“¿Me puedes explicar cómo es que dices cosas tan dulces, pero también te comportas como un desgraciado? Nunca he entendido cómo puedo obtener toda tu benevolencia y también todo tu odio”, dijo Frida dejando que las lágrimas calientes cayeran por sus mejillas.
“Frida, yo no te odio…”, dijo Román y la hizo girar hacia él.
“Nunca había amado a una mujer con la intensidad que te amo a ti, pero… tu constante rechazo me ha lastimado tan profundamente, que me ha hecho perder la cabeza…”.
Tomó el rostro de Frida entre sus manos y pegó su frente a la de ella. Recordar todo ese tiempo que la tuvo lejos, lo torturaba.
“No sabes el odio que sentí cuando vi que Gerard te estaba besando en el viñedo… quería hacer arder el mundo, quería que sintieras un poco de lo que yo sentí, nadie juega conmigo sin sufrir las consecuencias, pero… me arrepiento”.
Frida levantó la mirada hacia Román y vio dolor. No era el hombre imponente y feroz, tenía delante de ella a un niño con mirada rota.
“Hacerte daño y verte llorar por mi culpa no me causó orgullo… pero no sabía cómo pedir perdón, las palabras no salían. Incluso en este momento me está costando demasiado admitir que me equivoqué… pero si algo aprendí de mi accidente es que no vale la pena este juego tonto en el que solo te pierdo”.
Abrazó a Frida con fuerza y encajó su rostro en su cabello, las lágrimas cayeron de sus mejillas, era un hombre arrepentido.
“Lo último que vi antes de caer en la inconsciencia fue a ti, mi último pensamiento fuiste tú. Me reproché por no ser un mejor esposo, por no ser el compañero que te mereces”.
Frida acarició sus mejillas con ternura y una sonrisa rota.
“A veces me das miedo, Román… pero, aun así, por mucho que me aleje, mi corazón siempre te llama. No sabes el dolor que se apoderó de mí cuando supe que estabas en el hospital, mi mundo se vino abajo. Nunca había sentido tanto miedo de perder a alguien”.
“De saber que acabar con mi vida te traería de vuelta a mí, lo hubiera intentado desde un principio“, dijo Román acariciando su cabello y viéndola con infinita ternura.
“¡Salvaje! ¡No digas eso!”, exclamó molesta y le golpeó el pecho antes de tomar su rostro con ternura y besarlo, mezclando sus lágrimas saladas con el dulce sabor de sus labios.
Mientras Román dormía plácidamente, Frida se zafó de su agarre, parecía un niño pequeño que no quería soltar su oso de peluche. Cuando logró salir de la habitación, en silencio, llamó a Álvaro.
“¿Hola?”, dijo en un susurro cuando el abogado descolgó.
“Disculpa por llamarte tan noche”.
“Señora Gibrand, su esposo me llama de madrugada y a gritos, créame… no tiene nada de qué disculparse”, dijo Álvaro divertido y escuchó la leve risita de Frida.
“¿Sabes algo del accidente?”, preguntó angustiada.
“El reporte del seguro dice que la manguera que lleva el líquido de frenos estaba trozada. No parecía alguna picadura o efecto del deterioro… alguien la cortó”.
Frida mantuvo silencio y su corazón se heló.
“Quien lo hizo… quería ver muerto a Román, pero… ¿Quién fue?”, preguntó.
“¿Quién no? Incluso yo lo he pensado Señora”, dijo Álvaro apenado y carraspeó antes de retomar la seriedad.
“No tengo pruebas, pero… tanto Lorena como yo vimos al Señor Gerard Raig cerca del auto del Señor Gibrand. Cuando nos vio se fue molesto, incluso nos reímos de su comportamiento. Eso fue antes de que el Señor Román saliera a buscarla”.
“¿Gerard?”.
Su corazón se llenó de rencor.
Le decepcionaba, pero no le sorprendió.
“¿Dónde está la familia Raig?”.
“Después del incidente, salieron del país…”.
“Creo que eso lo confirma”, dijo Frida con odio.
“Reúne todas las pruebas que puedas y mantente atento por si regresan. No permitiré que esto se quede así”.
“Sí, Señora”.
Un hermoso Rolls-Royce Phantom se estacionó fuera de la casa de campo de Benjamín Gibrand.
Mientras Román sacaba el equipaje de la cajuela, Frida ayudaba a bajar a las niñas y acomodaba sus vestidos y cabello.
“Mamá… mi peinado está bien”, dijo Emma viendo como las manos de Frida revoloteaban por su cabeza.
“¡Abuelito!”, exclamó Cari corriendo hacia Benjamín que había salido a recibirlos.
“¡Mi hermosa Carina! ¡Estás más alta!”.
Benjamín la abrazó con cariño.
“¡¿Podemos ir con los caballos?! ¡Quiero montar uno!”, dijo la niña con emoción.
“Carina, es muy peligroso y…”, empezó a decir Frida con temor hasta que Román la interrumpió.
“Yo cabalgaré con ella, no te preocupes”.
Besó la mejilla de Frida mientras pasaba por un lado con las maletas.
“Aun así, es muy peligroso”, contestó Frida tomando la última maleta al lado del auto.
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