Capítulo 73:

“¡Quiero que pienses! Odio decir esto, pero… legalmente, tú eres su esposa. Quien debe de estar ahí adentro, eres tú, no ellos y con la mano en la cintura puedes sacarlos de ahí”.

“Claro… aún soy su esposa”, dijo Frida dando un profundo respiro y sonrió.

“Hugo… quiero a Álvaro aquí. Dile que la Señora Gibrand le exige que venga”.

Marianne veía con profunda tristeza a Román sobre la cama, acariciaba su cabello y jugaba con el anillo de Frida, tentada a volver a ponérselo. En ese momento entró Gerard con el ceño fruncido y lleno de molestia.

“Frida vino a verlo, pero ya hice que se fuera…”, dijo Gerard dejándose caer con pesadez sobre el sillón.

“Bien hecho… hay que deshacernos de esos Sorrentino cuanto antes”, agregó el Señor Raig con desagrado, como si solo nombrarlos le retorciera el estómago.

“Pero… ella es mi amiga y… Román es su esposo“, dijo Marianne con tristeza, acariciando su brazo enyesado.

“Román Gibrand será tu esposo… entre más lejos esté Frida, será mejor para los dos”.

“Román no me quiere, papá… me odia, solo me usó para acercarse a Frida, eso es todo”, dijo Marianne con los ojos llenos de lágrimas.

“Eso cambiará…”, dijo el Señor Raig con una amplia sonrisa.

“Si no quiere casarse contigo, puedo tolerarlo, pero tendrá que darnos una gran suma de dinero por lo que te hizo, además… lo acusaremos de adultero por haberte buscado cuando aún estaba casado con Frida, claro que, si se casa contigo, podemos evitarnos todos esos tragos amargos y festejar la unión de ambas familias”.

“Papá… pero…”.

Marianne no estaba muy segura de querer pasar su vida al lado de Román. Después de ver lo cruel que podía llegar a ser, no quería seguir siendo su víctima.

“Marianne, es lo mejor para la familia…”.

De pronto la puerta se abrió abruptamente y Frida entró con la frente en alto y flanqueada por Álvaro y Hugo.

“¿Frida? ¿Por qué no te detuvieron? Creí que había quedado claro que…”.

Gerard se acercó a ella con intenciones de sacarla de la habitación.

“¡Ni siquiera te atrevas a tocarme!”, exclamó con furia y apretó los dientes, dejando sorprendido a Gerard.

“Largo de la habitación, les doy cinco minutos antes de que llame a seguridad”.

“¡¿Cómo te atreves?!”, exclamó el Señor Raig con la cara completamente roja del coraje.

“Román Gibrand es el esposo de la Señora Frida, ella es la única que puede tomar decisiones sobre él cuando se encuentre en un estado de salud comprometedor o inconsciente, que es el caso”, dijo Álvaro con voz firme.

“Ustedes, al no tener ninguna relación con el Señor Román, tendrán que salir de aquí de inmediato”.

“¡Es el novio de mi hermana!”, exclamó Gerard viendo con dureza al abogado.

“Ah… amenos que tenga un acta que la acredite como cónyuge del Señor Gibrand, no tiene mayor peso que la esposa. Lo siento”, agregó Álvaro fingiendo estar apenado.

“Tienen cinco minutos para salir de aquí y ya llevan tres…”,dijo Frida con los brazos cruzados y levantando una ceja con arrogancia.

“Así que… ¡Rápido!”.

“Esto no se quedará así, Frida”, dijo el Señor Raig trabado de coraje.

“Te arrepentirás de este arrebato de soberbia”.

“Sí, como sea… ¿ya se van?”.

Tanto Gerard como su padre salieron furiosos, echando humo por las orejas. Cuando Marianne iba pasando al lado de Frida, con la mirada clavada en el piso y los ojos llenos de lágrimas, Frida la detuvo posando la mano sobre su hombro.

“Eso es mío”, dijo con tristeza y extendió su mano esperando que Marianne dejara el anillo.

Marianne asintió y después de soltar la joya, salió apurada de la habitación, queriendo encontrar consuelo en los brazos de su hermano.

Cuando por fin se sintieron solos, Frida suspiró con pesadez y corrió hacia Román que permanecía profundamente dormido, con heridas en su hermoso rostro. Acarició su cabello y besó su frente con cariño.

“¿Dónde están las niñas?”, preguntó a Álvaro.

“De camino a casa, Señora… James no tardó en pasar por ellas, van a medio camino según el GPS”, respondió el abogado.

Frida se mantuvo al tanto de Román el resto del día, el golpe había sido tan fuerte que el auto estaba destrozado, había chocado contra el muro de contención. Era un milagro que Román estuviera vivo y sin huesos rotos, solo golpes superficiales que en cuestión de días sanarían.

“Román conduce muy bien… no puedo creer que esto haya pasado”, dijo Frida acariciando el rostro de su esposo con cariño.

“Crees que…”

Hugo no se animó a terminar su frase.

“Pídele a Álvaro que investigue el accidente, quiero saberlo todo…”.

“De inmediato…”.

“También quiero saber cuándo podré movilizar a Román, no quiero seguir en este maldito pueblo más tiempo…”.

“¿Hablas de regresar a casa?”, preguntó.

“Sí”.

Frida sonrió con malicia.

“Le daré una cucharada de su propia medicina a este CEO bravucón”.

Román abrió los ojos con pesar, se sentía mareado y no recordaba muy bien lo ocurrido, su mente solo le daba vueltas a ese momento donde quiso frenar, pero el auto parecía no responder. Se sentó sobre la cama y notó que estaba en el cuarto de su casa, estaba adaptado para cubrir todas sus necesidades.

“Señor Sorrentino, por fin despertó…”dijo la enfermera acercándose a él con alegría.

Era la misma que había contratado cuando Frida fue atropellada.

“¡¿Perdón?! ¡¿Cómo qué Señor Sorrentino?!”, exclamó indignado y quiso levantarse de la cama, pero la enfermera se precipitó hacia él para detenerlo.

“Es el esposo de la Señora Sorrentino, ¿cómo lo debería de llamar? Además, debe de descansar, aún está lesionado…”.

De pronto se abrió la puerta y Lorena sonrió con sorpresa.

“¡Señor Román! ¡Despertó!”.

“¿Lorena? ¡¿Qué ocurre?! ¡¿Dónde están…?!”.

“Sus hijas están con su madre…”.

Lorena se sentía fascinada por ver a su jefe desconcertado, como si hubiera despertado en una dimensión alterna.

“La Señora Sorrentino lo trajo de inmediato después del accidente… nos pidió que lo retuviéramos en la habitación para su seguridad”.

“¿En verdad lo vas a intentar?”, preguntó Román poniéndose de pie.

Aunque Lorena estaba fascinada por la broma de Frida, no podía intentar retener a su jefe, temía acabar rodando por las escaleras.

“Vuelvan a decirme ‘Señor Sorrentino’ y se arrepentirán el resto de sus días”, agregó Román satisfecho de ver el miedo en el rostro de ambas mujeres.

“Largo de mi habitación… y cuidado con decirle algo a Frida”.

Las dos salieron corriendo antes de que Román entrara al baño, necesitaba terminar de despertar y salir en busca de sus mujeres. ¿Era posible que las cosas se hubieran solucionado mientras él estaba inconsciente?

Estaba ansioso por descubrirlo. Román bajó las escaleras, adolorido, sus articulaciones crujían y la cabeza le daba vueltas.

“¡Papá!”, exclamó Carina corriendo hacia él.

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