La divina obsesión del CEO -
Capítulo 71
Capítulo 71:
“Te vi tan enamorada que no sabía cómo decirlo, tenía miedo de romperte el corazón”, agregó Frida agachando la mirada.
“Hubiera sido benevolente que me lo dijeras cuando apenas conocía a Román y no averiguarlo por mi cuenta cuando ya estoy perdidamente enamorada de él”
“Lo siento tanto”, dijo Frida acercando su mano al hombro de Marianne, pero esta se levantó de un brinco, con el corazón herido.
“Siempre creí que tu esposo era el culpable de todo, pero tú también eres una mujer muy egoísta… ¡Yo era tu amiga! ¡Sabías que esto dolería y decidiste dejarme en la ignorancia! ¡Te di todo lo que pude, te apoyé, te quise y… me lastimaste!”, dijo dolida.
“Marianne, perdóname, no sabía qué hacer…”.
“El tiempo nos ha cambiado, Frida… a ti te hizo egoísta y me di cuenta muy tarde”.
Agachó la mirada y trató de tragar saliva, pero el nudo en la garganta se lo impedía.
“Amo a Román, es el hombre con el que toda la vida soñé…”.
“Mary, no es como tú crees… él…”.
“Lo amo y sé que él me ama… si quieres hacer algo por mí, entonces no te metas en nuestras vidas… no estoy aquí para rogarte que aceptes a Gerard en tu vida, pero si para pedirte que no te metas en mi relación con Román…”
“Mantén tu distancia y déjanos ser felices. Yo curaré el corazón de Román y te prometo que lo haré un hombre feliz, también prometo que tus hijas serán tratadas con cariño y respeto, pero no me pidas que renuncie a él, porque mientras él me quiera a su lado, ahí estaré”.
Salió de la habitación dando un portazo, dejando a Frida sin aire y con los pulmones colapsados. Las lágrimas escurrieron por sus mejillas, pero ningún sollozo salió de su boca.
Marianne tocó un par de veces a la puerta, pero Román no abrió. Giró el pomo y escuchó el ruido de la ducha. Cuando estaba decidida a abandonar el cuarto, el brillo intenso de un zafiro llamó su atención. Se trataba de un anillo de compromiso en una cadena plateada. Lo tomó con curiosidad y su sonrisa se hizo grande al pensar que Román le pediría matrimonio.
Se lo probó con gusto y consideró que le quedaba bien. La tristeza que había atenazado su corazón se disolvía al llenarse de ilusión.
“¿Marianne?, preguntó Román al salir del baño, estaba claramente molesto al verla invadiendo su privacidad.
“¡Román!”.
Escondió sus manos detrás de la espalda mientras intentaba quitarse el anillo, pero este se había atorado.
“¿Qué estás haciendo? ¿Qué quieres?”
El torso descubierto de Román y sus pantalones desabrochados le nublaban el pensamiento a Marianne.
“Yo… quería hablar contigo de algo muy importante”, contestó apenada y desvió la mirada
“Sé que Frida es tu exesposa…”.
Esperaba ver un cambio en su rostro, tal vez arrepentimiento o vergüenza, pero Román mantenía el ceño fruncido y ese semblante hostil.
“Aún es mi esposa… Frida es mi mujer y la madre de mis hijas”.
“Yo… creí que…”.
“Invalidé el divorcio”.
“¿Por qué?”.
Marianne no comprendía. Seguía con la mirada a Román mientras se secaba el cabello.
“Porque es mía. ¿No quedó claro?”
“¿Aún la amas?”.
Su corazón comenzó a arder con fuerza, mientras la mirada hiriente de Román se burlaba de ella.
“Sí es así, ¿por qué invitarme a salir? ¿Por qué negaste conocerla?”.
“Para acercarme a ella sin que saliera huyendo. Además… ¿Crees que me dio mucha gracia verla en brazos de tu hermano? Creí, erróneamente, que acercarme a ti sería la mejor venganza”.
“Los besos… las rosas… cada abrazo…”.
“Una asquerosa y desagradable mentira…”, dijo Román torciendo la cara con asco, recordando cómo se obligó a sí mismo a tolerar todo eso.
“Ahora que lo sabes, podemos dejarlo a un lado”.
“Yo creí que…”.
Román la quitó de su camino después de ponerse una playera, buscaba su collar en la mesa de noche, pero no lo vio. De inmediato volteó hacia Marianne que comenzaba a llorar.
“¿Qué estaba enamorado de ti?”, preguntó con una amplia sonrisa y extendió su mano hacia ella.
“Dame mi collar”, espetó.
Marianne vio el anillo que aún estaba engarzado a la cadena y lo comprendió.
“Es el anillo de Frida”, su voz se quebró.
“Se lo di cuando le confesé mi amor, cuando nuestras vidas parecían brillar y nuestro futuro era prometedor…”
Tomó la mano de Marianne y vio el anillo en su dedo con desagrado, como si lo estuviera ensuciando con su piel. Con un poco de fuerza, logró sacarlo y volver a colgarlo alrededor de su cuello.
“Vine a recuperarla. Regresaré a casa con mis mujeres para tener la vida que deseo”.
Salió de la habitación, dispuesto a ir por Frida y llevársela, aunque fuera contra su voluntad, no estaba dispuesto a seguir con esa farsa. Detrás de él, Marianne caminaba apresurada queriendo alcanzarlo.
Román abrió la puerta de la habitación de Frida y se dio cuenta de que estaba vacía. La cama desordenada y sus cosas aún en los cajones, pero ella no estaba.
“¿Dónde está Frida?”, preguntó casi para él mismo, sin esperar respuesta de Marianne, aun así, la obtuvo.
“Acabo de hablar con ella… ¡Creo que todo es mi culpa!”, exclamó cubriendo su boca con horror.
“Le dije que se alejara de nosotros, que no se metiera en nuestro amor”.
“¡¿Qué?!”
Román le dedicó una mirada cargada de odio y la tomó por los hombros.
“¿A dónde se fue?”.
“¡No lo sé!”, dijo Marianne con miedo.
Román la arrojó a la cama, apartándola de la puerta y salió dispuesto a buscarla. Marianne de inmediato corrió detrás de él. No sabía qué hacer, deseaba retenerlo y convencerlo de que ella sería una mejor esposa y amante que Frida, que ella no huiría de él ni lo lastimaría de ninguna forma, pero al mismo tiempo le daba miedo su cambio de humor y su hostilidad.
Al bajar las escaleras, ella tropezó; cada escalón se encajó en su cuerpo y el crujir de sus articulaciones la alarmó. Al tocar el piso, su cuerpo palpitaba, levantó la mirada hacia Román quien estaba cerca de la puerta, pero este le daba la espalda.
“¡Román! ¡Espera! ¡Ayúdame!”, exclamó adolorida y extendió su mano esperando su auxilio, pero recibió una mirada fría y llena de rabia.
“No voy a perder más tiempo en ti”, dijo Román abriendo la puerta y desapareciendo de la vista de Marianne.
Su rechazo dolía y se dio cuenta que defendió a un hombre que solo la usó y la dejó, mientras que su verdadera amiga, quien no hubiera dudado en auxiliarla, estaba vagando sola y con el corazón roto por su culpa. Marianne decidió quedarse sobre el frío piso, llorando no solo por el dolor de su cuerpo, sino también de arrepentimiento.
“Perdóname, Frida”, dijo rompiendo en llanto.
Román salió de la casa con el firme propósito de encontrar a Frida. Al llegar al Bentley negro, se encontró con Lorena y Álvaro que parecían estar bromeando, pero en cuanto lo vieron, la seriedad y el miedo los dominó.
“Busquen a las niñas y regresen a casa. No pierdan el tiempo haciendo sus maletas, ¿entendido?”.
“¡Sí, Señor!”, dijeron al unísono antes de que Román entrara al auto.
Antes de que saliera de ahí, bajó la ventana y con los dientes apretados volvió a dirigirse a sus empleados.
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