Capítulo 70:

Román no pudo evitar ver la escena con gusto, Frida veía con adoración a Emma y su atención estaba enteramente en ella, como sí no hubiera más personas a su alrededor más que su hija, de igual forma, Emma solo se movía alrededor de Frida y la veía con adoración.

“Creo que Emma se lleva muy bien con Frida”, dijo Marianne viendo la imagen con curiosidad y una ligera punzada de celos.

“Tienes razón, Frida es muy agradable…”, dijo Román con media sonrisa.

Marianne observó con atención a madre e hija, sin saber que lo eran, pero encontrando tantas coincidencias entre ellas que su corazón dio un vuelco mientras las intrigas y sospechas atenazaban su alma.

Emma, aunque le había prometido a Frida que no le diría nada a Román, en cuanto la fiesta terminó y se cepillaba su cabello frente al espejo, no tardó en platicar cada palabra que escuchó de la discusión entre su madre y Gerard.

“Ella no quiere casarse con él… pero… él parece muy insistente”, dijo Emma preocupada y volteó hacia Román que permanecía sentado en el borde de la cama con el rostro serio y las manos entrelazadas.

“No quiero que mamá se case con Gerard”.

“No se casará con él… eso tenlo por seguro”, dijo Román conteniendo su rabia.

“¿Puedo ir al cuarto de mamá? Quisiera ver a Cari”, agregó Emma apenada.

“Ve, pero regresa mañana lo más temprano posible”.

Román acarició los cabellos de Emma y le sonrió con ternura. Antes de que la niña abriera la puerta, tomó una de las rosas rojas que descansaban en el florero y se la entregó.

“Ya sabes a quién dársela”.

Emma sonrió emocionada y le guiñó un ojo antes de salir corriendo de la habitación.

Mientras las niñas platicaban animadamente sobre la cama, Frida sostenía la rosa con recelo, su corazón se retorcía dolorosamente en su pecho, pues el detalle era lindo, pero quería seguir rehusándose a caer en los encantos de Román.

‘¡Si cree que con una tonta flor va a arreglar todo lo que ha hecho en estos días…! ¡Tal vez tenga razón!’, pensó decepcionada de sí misma y se dejó caer sobre el taburete del tocador, mientras acariciaba con ternura los pétalos de la rosa, gesto que no pasó desapercibido para Emma y que sería lo primero que le dijera a Román a la mañana siguiente.

Durante el desayuno la tensión era palpable.

Mientras Emma fingía muy bien sentir solo agrado por Frida, Cari no paraba de dedicarle miradas de complicidad a Román, que estaba sentado frente a ella, sonriéndole como si compartieran un secreto divertido que nadie más sabía.

Román no era ajeno a la euforia contenida de la niña y le sonreía con la misma actitud traviesa.

“Tengo algo muy importante que decir y quiero aprovechar que todos estamos reunidos”, dijo Gerard poniéndose de pie, ante los ojos orgullosos de su padre quien ocupaba la cabeza del comedor.

“Frida…”

Escuchar su nombre saliendo de los labios de Gerard le generó horror y su rostro se descompuso.

“Te conozco desde que éramos niños y ahora, como el hombre que soy, quiero pedirte algo muy importante”, extendió su mano invitándole a acercarse a él.

“Ah… Gerard… ¿Qué crees que estás haciendo?”, preguntó Frida con ganas de vomitar.

“¡Qué emoción!”, exclamó Marianne jalando de la manga a Román, quien tenía los ojos cada vez más oscuros.

“Frida Sorrentino… ¿Quieres casarte conmigo?”, preguntó Gerard y se hincó ante ella, exponiendo el anillo de compromiso.

“¡¿Qué?!”, Emma exclamó furiosa y vio la escena con reproche, esperaba que su padre interviniera.

“¡Qué alegría! ¡Tendremos una boda próximamente!”, dijo el Señor Raig levantando su copa con gusto.

Frida sentía que la mandíbula se le desencajaba mientras el aire se rehusaba a llenar sus pulmones.

No quería molestar al Señor Raig, mucho menos a Marianne, pero tampoco quería aceptar. De pronto Román se levantó lleno de furia y rodeó la mesa directo hacia Gerard, sus puños estaban tan apretados que los nudillos blanqueaban.

Antes de que la tragedia tuviera lugar, el ruido del cristal rompiéndose llamó la atención de todos. En la entrada de la cocina, Hugo había dejado caer un par de botellas de vino al suelo, haciendo un desastre.

“¡Lo siento! ¡Qué torpe soy!”, exclamó con una sonrisa nerviosa.

“Frida, ¿me ayudas con esto?”

“¡Claro! ¡De inmediato!”, respondió.

Frida salió corriendo hacia su hermano, dispuesta a evadir la situación.

“Tenemos que huir de aquí”, dijo Hugo mientras lavaba el trapo empapado de vino en la tarja.

“Toma a Cari, secuestremos a Emma y vámonos cuanto antes”.

“Hugo, ya me cansé de huir… Llevo años haciéndolo y…”

“¿Y? ¿Qué quieres hacer? Román y Gerard no parecen querer dejarte en paz…”

“¡No lo sé!”, exclamó desesperada.

“No lo sé… a donde sea que vaya, Román siempre me encuentra. No hay forma de escapar de él”.

“Creo que aquí el punto es; ¿En verdad deseas escapar de él?”, preguntó Hugo resoplando y viendo hacia el viñedo mientras Frida estaba petrificada.

“No te juzgaré si deseas quedarte a su lado. Su monstruosidad tiene cierto encanto y como hombre no me cuesta admitir que el Señor es atractivo”.

“Marianne moriría de dolor…”.

“Deja de pensar en los demás… ¿Tú qué quieres?”.

Frida agachó la mirada y escuchó los gritos dentro de su pecho; ‘¡Regresemos con Román! ¡Intentemos tener esa hermosa familia’.

“¡Carajo!”, maldijo con coraje.

Frida se mantenía encerrada en su habitación, se sentía mareada y confundida. ¿Huir o quedarse? ¿Román o Gerard? Esa última pregunta era fácil de responder. De pronto alguien tocó la puerta suavemente.

“¿Frida? Soy yo, Marianne…”.

Aunque se le estrujó el corazón, no dudó en abrirle a su amiga que se veía pálida y deprimida.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Frida ante su silencio.

“No quieres a Gerry, ¿cierto?”, dijo Marianne sentándose en la cama”

“Después de todo lo que ha hecho por ti no ha logrado tocar tu corazón”.

“Marianne… Gerry es un gran hombre, pero…”.

“No lo amas…”.

“Lo siento”, contestó Frida sentándose al lado de su amiga.

“Aún amas a tu exesposo, ¿verdad?”.

“Es complicado…”.

“Volverlo a ver te afectó”.

Frida abrió sus ojos como platos y volteó hacia Marianne, perdiendo el color de sus mejillas.

“Sé que es Román…”.

“¿Cómo…?”.

“No soy tan estúpida como todos creen”, dijo Marianne con tristeza.

Odiaba que la subestimaran tanto, pero había aprendido a sobrevivir de esa forma.

“Tu forma de reaccionar ante él, el parecido que hay con Cari… Emma es la hija de Gonzalo, ¿cierto? Aún la recuerdo de bebé y por un momento no la reconocí, pero cuando la vi a tu lado, supe que era ella…”

“Marianne…”.

“¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué pensaste que iba a pasar?”.

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