La divina obsesión del CEO -
Capítulo 69
Capítulo 69:
“Entiendo… si preguntan les diré que te fuiste a dormir”, dijo Hugo de brazos cruzados y el ceño fruncido.
Frida salió del salón creyendo que nadie notaría su ausencia, pero Emma fue la primera en verla partir y sus ojos se llenaron de lágrimas.
“Se fue… me volvió a dejar”, dijo apretando los dientes con resentimiento.
“Así o más claro que no le intereso”.
Román buscó a Frida con la mirada.
“Entiendo que tu transición a la adolescencia te haga insoportable, pero debes de aprender a controlarte”, dijo Román furioso.
“Ella no te abandonó…”
“¡¿No me abandonó?! ¡¿La defiendes después de lo que nos hizo?!”.
“¿Qué quieres? ¿Qué me quede con Marianne? ¿Quieres que ella sea tu madre? Parece que te llevas muy bien con ella”.
“Papá…”.
“¿Se te olvida quien acudió a mí para que su pequeña hija moribunda se curara?”.
“Frida se vendió y se volvió una prófuga por ti”.
“¡Me robó por ti!”, exclamó furioso al recordar.
“Ella no te abandonó, tú querías quedarte conmigo y ella accedió”.
“¡Tuvo que regresar! ¡¿Por qué no le costó dejarme?!”.
“Emma… ahora me doy cuenta de que ambos tenemos un serio problema”, dijo Román con ironía, sintiéndose patético.
“Ambos esperamos que Frida nos suplique por regresar a nosotros, mientras la tratamos con indiferencia. ¿Cómo eso puede funcionar? No llevas mi sangre, pero parece que has aprendido a ser tan orgullosa y soberbia como yo”.
La adolescente agachó la mirada y comenzó a llorar como una niña. Román la estrechó con cariño y besó su cabello, comprendiendo su dolor.
“Quiero a mi mamá… quiero abrazarla… quiero que me quiera…”, dijo Emma entre sollozos mientras empapaba la camisa de su padre.
“Yo quiero lo mismo que tú, Emma… pero hemos estado haciendo las cosas mal…”.
“Ahora ella me odia…”.
“Nos odia, pero de algo estoy seguro, es más fácil que te perdone a ti que a mí”, dijo Román acariciando las mejillas de Emma.
“Ve a buscarla y habla con ella. No permitas que el orgullo te envenene como a mí”.
Con ojos lloroso y el corazón latiéndole en la garganta, Emma salió corriendo en busca de su madre, con el miedo de perderla clavado en el pecho. Recorrió los pasillos con apuración hasta que vio una silueta entre las plantas. Caminaba bajo la luz de la luna con melancolía, como si se tratara de un alma en pena.
Emma se acercó escuchando el latido de su corazón retumbando contra sus tímpanos mientras sus mejillas se llenaban de lágrimas, pero de pronto se detuvo al ver otra silueta más cerca de su madre.
“¿Frida?”, preguntó Gerard con cautela.
“Gerry… ¿Qué ocurre?”.
“Supongo que mi padre ya te ofreció…”.
“¿Qué me case contigo? Sí… ya me dijo lo que desea…”, interrumpió Frida con el corazón cargado de coraje.
“¿Si saben que yo no soy una pieza de ajedrez, que no soy un títere al cual le pueden jalar los hilos a voluntad? ¡Ya me cansé de que intenten jugar con mi dignidad!”.
Emma cubrió su boca con sorpresa y se escondió entre las plantas, aprovechando la oscuridad de la noche.
“Frida… no intentamos usarte…”
“¡¿No?! Quieren que Román se vuelva parte de la familia y les brinde su apoyo, quieren que yo me quede callada y creen que casándome contigo será suficiente paga…”
“Nada te faltará a mí lado, prometo darte todo de mí, Frida”.
Gerard tomó sus manos mientras la veía con anhelo.
“No necesito tu dinero, no necesito tu amnistía… no necesito depender de nadie…”
“¿Eso significa que vas a rechazar la oferta de mi padre? ¿Cómo planeas divorciarte de Román?”.
“Parece que les urge mucho”, dijo Frida con media sonrisa.
“Si quieren que nos divorciemos, convenzan a Román, si está enamorado de Marianne, no tendrá problemas en acceder…”.
“¿Por qué te aferras a un hombre que solo te ha hecho miserable? Te he escuchado llorar cada noche desde que nos reencontramos… ¿Seguirás así el resto de tus días?”.
“Crees que casándome contigo, ¿Dejaré de hacerlo?”.
“Deja de aferrarte a Román, suéltalo y toma mi mano, deja que te ame como él no pudo…”
Gerard se inclinó hacia ella, queriendo alcanzar sus labios, pero Frida retrocedió con lágrimas en los ojos. Aferrarse a Román dolía, pero le resultaba imposible soltarlo.
“Frida, la oferta de mi padre es la mejor opción para ti y para las niñas. Considéralo, pero no tardes mucho tiempo”.
Gerard besó la frente de Frida antes de dejarla sola en el viñedo.
Frida guardó silencio, escuchando el crepitar de la tierra mientras los pasos de Gerard se volvían lejanos. Levantó la mirada hacia la luna y continuó llorando, liberando su dolor como cada vez que se sentía sola.
De pronto su corazón dio un vuelco, el ambiente había cambiado y la necesidad por voltear hacia atrás se apoderó de ella. En cuanto se encontró con la mirada de su hija, volvió a fracturarse.
“¿Señorita Gibrand?”, preguntó sin ánimos de luchar por ver un poco de piedad en la mirada de la niña.
“¿Qué hace aquí? La van a extrañar en la fiesta…”
“¡No me llames así!”, exclamó Emma furiosa, con las manos vueltas puño.
“Soy tu hija… no me hables así… me duele…”.
Se acercó vacilante y se abrazó a la cintura de su madre, buscando su calidez, escuchando el latir de su corazón directo en su oído, cantando para ella, siendo el primero en recibirla con cariño. Frida la envolvió en sus brazos y recargó su mejilla contra la cabellera de su niña. Era más alta de lo que recordaba.
“Mamá… perdóname… no quise ser grosera… es que yo…”.
Emma no sabía cómo arreglar las cosas, lloraba desconsolada y se abrazaba con fuerza a Frida que no dejaba de acariciar su cabellera y besarla con ternura.
“Perdóname, mamita”.
“Mi pequeña bebé”, dijo Frida con una sonrisa aún cargada de dolor.
“Mi tesoro más grande, mi cachito de cielo…”.
Tomó el rostro de Emma y limpió sus lágrimas con cariño. Por un momento la niña recordó cada día que su madre estuvo en ese hospital y su lucha para salvarla. Se sentía como la ingrata más grande y no comprendía que Frida la viera con tanto amor después de lo que le hizo.
“Has crecido tanto”, agregó Frida con orgullo.
“Eres una hermosa Señorita”.
“Te quiero mucho, mamá… y… te he extrañado mucho”, dijo Emma haciendo un puchero como cuando era pequeña, enterneciendo el corazón de su mamá.
“Por favor… no te cases con Gerard”.
Frida la vio directo a los ojos y algo dentro de su pecho se retorció. Estaba horrorizada.
Regresaron juntas a la fiesta, aun sus ojos se veían enrojecidos por tanto llorar. El resto del festejo
Emma no se separó de Frida, aunque limitaba sus ganas de llamarla «mamá», parecía un pequeño patito detrás de ella, platicándole lo más relevante de ese año y presentándole a sus mejores amigas.
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