La divina obsesión del CEO -
Capítulo 68
Capítulo 68:
“¡Frida!”, exclamó emocionada y salió corriendo para abrazarla.
“Hola, Lorena.”.
Frida correspondió el gesto. Era la primera visita que la trataba con cariño.
“¡¿Cómo has estado?! ¡Te noto más delgada!”.
¿Estás comiendo bien? ¿Qué te pasó en la cara?”, dijo Lorena paseando la mirada por el cuerpo de Frida.
“¿En verdad la extrañaste tanto, Lorena?”, la voz de Román acabó con el reencuentro.
“Creí que no habían perdido comunicación en todo este tiempo”.
Ambas mujeres se sintieron vulnerables y descubiertas, Román sabía la verdad. Lorena comenzó a temblar, pero Frida se puso delante de ella, protegiéndola con su cuerpo.
“Ella no es culpable de nada, yo quería saber de mi hija…”.
“Pudiste hablar conmigo directamente”, dijo Román y levantó una ceja.
“Esa nunca fue una opción. Si deseas herir a alguien, que sea a mí. Lorena es inocente”.
“¿Quién te dijo que estoy aquí para herirte?”.
“Si me preguntas, pareciera que naciste para hacerlo”, respondió Frida, dejando congelado a Román.
“¡Amor! ¡Qué bueno que te encuentro!”, exclamó Marianne bajando las escaleras con una enorme caja.
“¡Le compré un presente a Emma! Espero que le quede. Es un hermoso vestido. ¿Quieres verlo?”.
“No”, respondió Román sin despegar su mirada de Frida.
“¿No?… pero…”.
Marianne bajó la mirada hacia la caja con un enorme moño y se sintió herida.
“¿No escuchaste? No quiero verlo”, respondió Román con molestia y el ceño fruncido.
“Señor Gibrand, le pediré de la manera más atenta que no le hable de esa forma a su novia y menos delante de mí”, dijo Frida iracunda.
“Frida, no…”.
Marianne tomó la muñeca de su amiga queriendo detenerla.
“¿Qué hará al respecto, Señora Sorrentino?”.
“La retó Román”.
“¡Basta! ¡No pueden hablarse así!”, exclamó Marianne preocupada.
“Frida, tú eres mi mejor amiga. Román… tú eres el hombre al que amo con todo mi corazón. No me hagan decidir entre ustedes. Por favor, llévense bien”.
Frida agachó la mirada y tragó saliva. Estaba dispuesta a abrir la boca y decirle la verdad. Ya no podía con la culpabilidad, pero en ese momento entró Gerard con su padre, el Señor Raig.
Ambos tenían una mirada profunda y molesta.
“¿Román Gibrand? En verdad es una sorpresa para mí verlo aquí. Nunca un Gibrand había querido participar en un negocio con nosotros”, dijo el Señor Raig estrechando la mano de Román.
“Mi hija debe de ser particularmente encantadora a sus ojos para haberlo convencido”.
“Señor Raig, supongo que nunca es tarde para cambiar de opinión”, dijo Román y se dio cuenta que sus palabras no solo repercutieron en su propio corazón, sino también en el de Frida, pues esta había dado media vuelta dispuesta a huir de ahí con la mano en el pecho.
“¡Frida Sorrentino!”, exclamó el padre de Marianne.
”No pensarás irte sin saludarme, ¿verdad?”.
Frida volteó lentamente y le ofreció una sonrisa incómoda.
“Señor Raig, qué gusto verlo…”.
“Supe lo de tu padre, es trágico el momento por el que está pasando, pero me alegra tenerte aquí, me contó Gerard que has sido de gran apoyo para ellos”.
“Hago lo que puedo, sé tanto de uvas y vinos como de aeronáutica”, dijo Frida levantando los hombros y el Señor Raig comenzó a reír a carcajadas.
“¡Tan encantadora como siempre!”, dijo divertido y tomó las manos de Frida con cariño.
“¿Podemos hablar en privado?”.
Su mirada se volvió fría y penetrante. Advertía peligro. Frida asintió y juntos se dirigieron hacia el estudio.
“¿De qué quiere hablar mi padre con Frida?”, preguntó Marianne desconcertada, pidiéndole una explicación a Gerard.
“Pienso pedirle matrimonio, pero primero papá quería hablar con ella”, respondió con media sonrisa, viendo la emoción en el rostro de su hermana.
“¡¿Matrimonio?!”, exclamó.
“¡¿Escuchaste, Román?! ¡Gerard y Frida se van a Casar! Román apretó los dientes y si su mirada fueran cuchillos, Gerard ya estaría muerto”.
“¿No piensa felicitarme, Señor Gibrand?”, preguntó Gerard haciendo su sonrisa más grande.
“No hasta que vea un anillo de compromiso en el dedo de Frida”, respondió conteniendo su rabia.
“Señor Raig, ¿En qué puedo ayudarle?”, preguntó Frida bastante inquieta.
“Frida, aunque mis hijos pasaron los últimos años en Alemania y no están conscientes de todo lo que ha ocurrido aquí, no significa que yo no esté enterado de tu matrimonio con Román…”
“Señor… yo…”.
“¡¿Cómo es posible que no le hayas dicho a Marianne que estás casada con él?!”, exclamó golpeando el escritorio con sus puños.
“Nos divorciamos…”.
“¡Mientes! ¡Siguen casados ante la ley! ¡Lo revisé yo mismo!”.
“Señor, le juro que era mi intención divorciarme de él. Se entregaron los papeles, pero… Román…”
“También sé que Gerard está perdidamente enamorado de ti. ¿Te atreverás a lastimar a mis dos hijos al mismo tiempo? Frida, sé sincera… ¿En verdad quieres divorciarte de Román?”.
“Creo que el bienestar de Marianne no solo depende de que yo me divorcie. Román es complicado y…”.
“Román es un hijo de p%ta. Sé de su fama… pero también sé que amasa una fortuna que beneficiaría a la familia si se queda al lado de Marianne”.
“¿Qué quiere decir?”.
Frida frunció el ceño y desconoció a ese hombre bonachón y agradable.
“Iré al grano. ¿Quieres divorciarte de Román? Yo te ayudaré. Hay formas de validar un divorcio cuando solo una parte está interesada. No necesitamos su firma si pongo a mis abogados a resolverlo…”
“¿Qué querrá a cambio?”, preguntó con desconfianza.
“Sencillo, Marianne no debe de saber nada sobre lo que hubo entre Román y tú… dejarás que su amor florezca y no solo eso, haré que Gerard cuide de ti y de las niñas”.
“¡¿Cómo?!”, preguntó.
“Sí, te casarás con él para tener toda la benevolencia de la familia, nada te faltará a su lado y tu protección estará garantizada. ¿Quieres seguir huyendo de Román o prefieres un final feliz al lado de un hombre que en verdad te ama?”.
“¿Cree que entregándome a Gerard voy a acceder a todas sus peticiones? ¿Está negociando con sus hijos? ¡Ofrece a Marianne para tener el dinero de Román y me ofrece a Gerard para que guarde silencio!”.
“No estoy haciendo nada que ellos no quieran. Encontraron el amor y yo solo los estoy ayudando”.
La fiesta de Emma era un éxito, la finca estaba adornada con elegancia y la niña parecía una verdadera princesa. Habían ido sus amigas de la escuela, Román se había encargado de hacerlas traer.
Frida sonreía al ver como su hija disfrutaba y por ratos resoplaba con melancolía. Román y Marianne rodeaban a Emma como si fueran sus padres, pero ninguno de los dos compartía lazos de sangre con ella, mientras que su verdadera madre era tratada como una desconocida.
“No puedo con esto…”, dijo molesta y se puso de pie.
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