La divina obsesión del CEO -
Capítulo 67
Capítulo 67:
“Yo tampoco entiendo qué hice mal, Señorita Raig“, dijo Emma con tristeza, viendo el rostro de Frida luchando por no descomponerse.
“Pero mi padre ha sido muy bueno conmigo, ni siquiera he resentido la ausencia de mi madre”.
“Que niña tan fuerte, me alegra mucho que haya sido así”, dijo Frida viendo fijamente a Emma, sintiendo que había dejado de ser esa niña dulce y tierna por la que sacrificó toda su vida”
“Las uvas están en su punto, Marianne… comenzaré la colecta con el personal que tenemos”.
“¡Maravilloso!”, exclamó Marianne mientras acariciaba el cabello de Emma.
Frida, sin decir nada más, dio media vuelta y regresó sobre sus pasos, arrepentida y dolida. Su corazón sangraba y la ahogaba, pero mantuvo la frente en alto y el rostro frío. Quería controlar su dolor, quería juntar todos los pedazos y no caer.
De pronto una mano la tomó de la muñeca, deteniéndola. Cuando volteó, no era otro que Román, con el ceño fruncido y analizando los daños. Frida sacudió su mano y retrocedió herida.
“¿En qué puedo ayudarle, Señor Gibrand?”, preguntó con el corazón roto.
“Frida… no creí que…”.
“Cualquier situación con el viñedo se la haré saber a la Señorita Raig, puede consultarla a ella en el futuro. No tendría por qué dirigirse a mí en ningún momento”.
Retomó su camino hacia el viñedo, dejando desconcertado a Román.
“Eso fue jugar sucio”, dijo Hugo aún limpiándose la sangre de la boca.
Los había seguido y estaba sorprendido de la reacción de Emma ante Frida.
“¿Jugar sucio? ¿Me dirás que tu hermana no envenenó a mi pequeña Carina contra mí?”, dijo Román a la defensiva.
Hugo vio la hora y sonrió.
“Sígueme, creo que te gustará ver algo… “.
Comenzó a andar sin esperar a Román, pero escuchaba sus pasos detrás de él. Llegaron a otra entrada de la hacienda y después de un par de minutos de silencio, una de las empleadas llegó con Carina tomada de la mano. La niña iba brincando y platicándole su día en la escuela.
En cuanto vio a Hugo, se echó a correr emocionada, pero se detuvo en seco al ver a Román. Su corazón dio un vuelco y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Hugo pronunció un suave ‘Shhh’ y la niña comprendió que debía callar hasta que la empleada se fuera. Román se hincó ante ella, viéndola con ternura y nostalgia. Cari se abrazó a su cuello con todas sus fuerzas mientras Román la estrechaba con dulzura y su corazón se desbarataba.
“Mi Cari hermosa, mi niña, mi princesita…”.
Una lágrima solitaria brotó de los ojos de Román, ante la sorpresa de Hugo que creía que era un hombre sin sentimientos. Sabía lo cruel que pudo llegar a ser con Frida, pero sus hijas eran otra historia.
“Papito”, la voz temblorosa de Cari diezmó la fuerza de Román.
La llenó de besos y no dejó de verla con ternura.
“¿Te acuerdas de lo que mamá te dijo hace tiempo, Cari?”, preguntó Hugo cruzado de brazos.
“¡Sí! ¡Qué papá tenía una misión secreta y que nadie podía saberlo!”, exclamó la niña limpiando sus ojos.
“¿Terminaste? ¿Vas a volver? ¡Mamá ha estado muy triste! ¡Yo también!”.
“¿Mamá me ha extrañado?”, preguntó Román con el corazón roto.
“¡Todas las noches! ¡Ella le dice a los demás que me cuenta cuentos, pero me platica de ti y como salvas al mundo!”.
“¿Ah sí?”.
“¡Sí!”, exclamó emocionada la niña, brincando frente a su padre”.
“Nos sentíamos muy tristes, pero ahora ella también estará feliz”.
Hugo torció los ojos y suspiró al pensar en Frida y lo infeliz que se había vuelto desde que regresó Román.
“Suficiente, tienes que ir a ver a mami”, dijo Hugo estirando los brazos hacia ella, pero la niña no quería soltarse de su padre.
“Si no vas a buscarla al viñedo se preocupará y vendrá. Ella no debe de saber que has visto a papi, es una sorpresa y debes de guardarla muy bien”.
“¿Regresaremos a casa?”, preguntó Cari con ilusión.
“Como están las cosas, un día pienso que sí, otro que no”, respondió Hugo y le dedicó una mirada mortal a Román.
“Anda, hazle caso a tu tío y ve con mamá. Recuerda que no debe de saber que nos vimos”.
¿Podrás hacerlo?”, dijo Román y la niña de inmediato sacudió su cabeza, afirmando.
“Pero… está muy triste, deberías de verla, se pondrá feliz”, dijo Cari antes de darle un beso en la mejilla a Román y salir corriendo hacia el viñedo.
“¿Lo ves? Cari te ama, nunca dejó de hacerlo y por más que quise decirle el motivo por el cual huíamos de ti, Frida no me dejó. No quería que su corazón se llenara de odio contra ti”, dijo Hugo con reproche y los dientes apretados.
“Ella le llenó la cabeza de ideas tontas que lo único que fomentaban era el amor de la niña hacia ti, te ve como un maldito héroe, aunque en realidad eres un monstruo”.
“Hugo… yo no le dije a Emma que se comportara de esa forma”, dijo Román con los dientes apretados.
“Tal vez no fomentaste su odio hacia Frida, pero tampoco lo detuviste… ¿Cómo le explicarás a Cari que ahora Marianne será su nueva madre? ¿Se la arrancarás a Frida cuando se casen? ¿Por eso estás aquí? ¿Para quitarle a la niña?”.
Román le dedicó una mirada iracunda y quiso golpearlo.
“Te recuerdo que quien huyó una vez más sin darme tiempo para arreglar las cosas, fue tu hermana”.
“Arreglar todo lo que tú mismo echaste a perder… ¿Crees que te merecías tiempo? ¿Crees que te mereces a Frida?”, preguntó.
“¡Frida! ¡Te tengo dos noticias, la primera es que papá vendrá!”, exclamó Marianne persiguiendo a Frida en la plantación.
“Qué bueno, se sentirá orgulloso de ver lo que has logrado”.
“Sí, eso espero…”, resopló nerviosa.
“La segunda es que Román me pidió que se festejara el cumpleaños de Emma en la finca. Creo que es un buen momento para que la niña me conozca. ¿Crees que le agrade?”.
“¿No te importa que sea hija de otra mujer?”:
“¡Claro que no! Es una niña encantadora y su padre es un hombre maravilloso. Si Román me pide matrimonio, me encantaría que Emma estuviera de acuerdo y ganarme su cariño. Si su madre no fue capaz de quererla y cuidarla, yo sí lo haré…”.
Llegaron a la recepción y mientras Marianne estaba llena de felicidad, Frida parecía alma en pena. Cada vez que su corazón latía, dolía.
“¡Espérame aquí! ¡Iré por el vestido que le compré para su fiesta! ¡Se lo entregaremos juntas y así puedes conocerla mejor!”.
“¿Sigue aquí?”, preguntó Frida desconcertada.
“Sí, Román me pidió una habitación para ellos. Creo que tiene un buen motivo para no salir de la finca”, dijo Marianne y le guiñó un ojo con picardía
“No tardo!”.
Subió las escaleras corriendo, dejando a Frida sola y vacía.
“¡Lorena!”.
La voz de Román retumbó en cada pared, haciendo voltear a Frida.
“¡Ay! ¡Señor, es que…!”.
Lorena se empequeñecía delante de Román que la veía con una calma peligrosa y una sonrisa divertida. Seguía disfrutando de poner en aprietos a su criada.
“¿Por qué no llegaste junto con Emma? Eres su nana, no tuviste que quedarte en casa, era lógico”.
Lorena lo vio con sus enormes ojos angustiados y de pronto sintió la presencia de Frida. Volteó hacia ella y su rostro se iluminó.
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