La divina obsesión del CEO -
Capítulo 66
Capítulo 66:
“¡Vuelve a hablar así de ella delante de mí y te arrancaré la lengua!”, exclamó Marco antes de empujarlo.
“Ya no los necesito, Señores, yo me encargaré a partir de ahora”.
Sacó su cartera y les entregó un par de billetes antes de acercarse a su bugatti rojo.
Encerrada en su cuarto, Frida temía volver a encontrarse con Román. Su mente era un lío y no quería ceder ante sus encantos. De pronto la puerta sonó un par de veces antes de abrirse, era Gerard, con gesto serio y mirada profunda, parecía tener una lucha en su interior.
Se sentó en el borde de la cama y le ofreció la rosa que llevaba, los pétalos estaban ennegrecidos de los bordes, pues había recorrido el trayecto al hospital y de regreso sin una gota de agua. Frida la tomó con tristeza y acarició los pétalos con ternura.
“¿Por qué no dijiste que Román es tu esposo?”, dijo Gerard con el corazón roto.
“¿Cómo sabes eso?”.
Frida estaba sorprendida y pálida.
“Fui a buscarte al hospital, no quería dejarte con Román y… lo escuché todo”.
Comenzó a reír desilusionado
“Jamás creí arrepentirme de escuchar algo en mi vida…”
Se levantó de la cama y caminó en círculos, estaba desesperado.
“Yo podía tolerar que ese hombre fuera el novio de Marianne, pero… ¿Tú esposo?”.
“Exesposo”, exclamó Frida.
“Por lo que investigué, su matrimonio aún no está anulado…”.
“Gerard… yo…”.
“Te adoro Frida, desde el primer día que te vi con esos enormes ojos azules y tu sonrisa encantadora…“, dijo Gerard y tomó el rostro de Frida entre sus manos.
“Si me dieras la oportunidad, me desviviría por ti, sacrificaría todo lo que tengo por una vida a tu lado. Solo soy un niño ilusionado que se convirtió en un hombre enamorado. Cada día desde que te conocí te pienso”.
“Pero ahora entiendo que tú corazón tiene dueño, ahora sé por qué solo me aceptas como amigo. Por favor, responde con la verdad, ¿Aún lo amas?”.
Esa era una pregunta casi imposible de contestar.
La voz se le atoraba a Frida en la garganta cuando pensaba en decir que no, que ya no lo amaba, que incluso lo odiaba. Agachó la mirada y comenzó a sollozar.
“Lo siento, sé que eres un buen hombre y si tan solo hubieras llegado antes que Román, sé que me hubieras hecho tan feliz…”, dijo Frida sin valor de verlo a los ojos.
“Si pudiera olvidarme de él, si pudiera borrar todos mis recuerdos y mis sentimientos hacia él, lo haría, pero no puedo arrancármelo del corazón”.
“Amas a un hombre que disfruta jugar contigo y con Marianne…”.
“Marianne y la finca lo necesitan…”.
“¿A qué precio? En cuanto se entere Marianne de lo que ocurre, terminará con el corazón roto”.
“Lo sabrá, pero a su debido tiempo”.
“Frida, ella lo ve como el amor de su vida. Piensa que terminarán casados. No voy a permitir que ese monstruo también acabe con mi hermana…”.
Temprano en la mañana, Frida comenzó a seleccionar las uvas con minuciosidad, le gustaba su trabajo, era pacífico y dulce cuando podía devorar alguna que otra uva. Tomó una regordeta y con una sonrisa la metió en su boca.
Estaba tan dulce que calmó un poco el dolor de su corazón. Vió su reloj de pulso y dedujo que aún faltaba tiempo para que Román llegara a la finca. Tenía un horario fijo de visita, era un hombre puntual.
“¿Por fin la fruta es apta?”.
El corazón le dio un vuelco. Frida volteó lentamente y lo vio a su lado, analizando la planta delante de él con apatía. Levantó una ceja antes de posar su atención en ella.
“Quiero probar…”.
Se acercó y con habilidad tomó a Frida por la cintura, pegándola a su cuerpo.
Cuando ella estaba a punto de quejarse, Román posó sus labios en los de ella, saboreando su boca y colectando el dulce sabor que la uva había dejado en su lengua.
El beso era apasionado y el cuerpo de Frida no se resistió, sus labios danzaban con los de Román y permitía la entrada autoritaria de su lengua. El aire se escapaba de sus pulmones, y se aferraba con ambas manos a sus hombros, sintiendo que sus piernas se volvían de gelatina mientras la canasta con uvas ahora estaba en el piso.
“¡Aléjate de mi hermana!”, exclamó Hugo acercándose con furia.
Tomó del hombro a Román para girarlo hacia él y no solo recibió su mirada iracunda, sino también el puño del CEO que no estaba contento con la intromisión.
“¡Hugo!”.
Frida corrió hacia su hermano, aterrada de ver su boca llena de sangre, pero al pasar al lado de Román, giró sobre sus talones y con ambas manos lo empujó.
“¡¿Qué te ocurre?! ¡¿Por qué lo golpeaste?!”.
“Acto reflejo…”, contestó Román sin importancia.
“¡Te enseñaré lo que es un acto reflejo!”.
Frida sentía que la rabia corría por sus venas, pero al ver la sonrisa insolente de Román acompañada por esa mirada pícara, se sintió intimidada.
“Me encantaría ver tus reflejos… pero… no tengo tiempo.”. Vió su reloj y suspiró
“Mi hija debe de estar llegando en este momento”.
El estómago de Frida se retorció y sus ojos se enrojecieron.
“¿Emma?”, preguntó con un nudo en la garganta.
“Así es. La hice traer. Creo que es un lugar muy hermoso y debería de verlo en persona. Además… será su cumpleaños y sería agradable festejarlo en la finca”.
Frida cubrió su boca ahogando un sollozo. Escuchó el ruido de un auto llegando y pasó por un lado de Román, corriendo con todas sus fuerzas hasta llegar a la puerta.
El Bentley se estacionó al mismo tiempo que Frida ya estaba en el umbral, con el corazón desbocado y las piernas temblando. La puerta se abrió y salió Marianne junto con Emma. Ambas tomadas de la mano y sonriéndose, parecía que durante el recorrido se habían conocido y congeniaban a la perfección.
“¡Frida! ¡Mira quien llegó! ¡La hija de Román!”, exclamó Marianne con emoción.
Los ojos de Emma se levantaron hacia Frida y cuando sus miradas se encontraron, una chispa de anhelo brilló en los ojos de ambas, pero se apagó casi de inmediato en los de Emma. Su mirada se volvió fría y cruel, la vio desde los pies hasta la cabeza. Era como ver una versión más joven y femenina de Román.
“Marianne me hizo el favor de alcanzar a Emma en la entrada del terreno. Estaba ansiosa por conocer a mi hija”, dijo Román al lado de Frida, viendo con desaprobación la actitud de Emma.
“Mucho gusto, Emma Gibrand”, dijo Emma parándose frente a Frida como si fuera una completa desconocida y con las manos detrás de su espalda.
Después volteó hacia su padre y sonrió con ilusión.
“¡Papá! ¡Te extrañé mucho!”.
Se lanzó a los brazos de Román, quien la recibió con cariño y también desconcierto. No comprendía por qué la niña se comportaba tan fría con su propia madre, pero Frida ya comenzaba a imaginarse que era parte de su castigo por su última huida.
“¿No es encantadora?”, preguntó Marianne emocionada.
“Es muy linda y educada. Toda una Señorita”.
“Sí, ha hecho un gran trabajo con ella, Señor Gibrand”, respondió Frida intentando no llorar.
“¡Y pensar que su madre la abandonó!”, exclamó Marianne haciendo la herida más profunda.
“Qué horrible mujer, sin corazón. ¿Quién abandona a su propia hija?”.
Frida apretaba los dientes, pero no era suficiente, las lágrimas se rehusaban a mantenerse escondidas, su corazón ardía y la quemaba por dentro de manera agonizante, incluso el aire se resistía a entrar en sus pulmones.
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