Capítulo 65:

“Inténtalo, está blindado”, dijo Román con tranquilidad.

“¡Entonces al que le romperé la cara será a ti! ¡Ya viste de lo que soy capaz!”.

“Claro, verte pelear con un hombre ebrio fue interesante, pero dudo que puedas conmigo”.

“¡Tu arrogancia y soberbia me dan náuseas! ¡Déjame en paz y regresa con Marianne! ¡Debe de estar preocupada por cómo me sacaste de la finca!”.

“¿Eso quieres? ¿Qué regrese con Marianne? ¿Quieres verme con ella?”.

Volteó a verla con el coraje encerrado en sus pupilas.

“Haz lo que quieras… no somos nada…”.

“Mientes. Eres mi mujer, mi esposa…”.

“Firmamos el divorcio, ¿no te acuerdas? Fue el día que te pateé las…”.

De pronto Román tomó su rostro y lo inspeccionó con atención. Siempre le había atraído su temperamento y ese comportamiento digno de un gato salvaje y mal educado. Era una bestia rebelde y encantadora.

“Sigues siendo mi esposa… Álvaro hizo hasta lo imposible porque esa maldita acta fuera inválida, creo que se perdió entre la basura. Legalmente sigues siendo mi mujer”.

Frida abrió los ojos tanto que sintió que se le saldrían de las cuencas.

“¡¿Qué?! ¡Imposible! ¡Mi padre no lo hubiera permitido!”.

“Tu padre no tiene poder sobre nada, la petrolera Tizo ahora es parte del corporativo y está luchando por no morir de hambre…”:

“Lo lograste…”, respondió Frida confundida.

“¿No te alegra?”:

“Creí que me daría mucho gusto saber que mi padre por fin pagaría por todo lo que me hizo, pero… me siento mal, siento lástima por él”, dijo Frida cabizbaja.

“Tu nobleza te traiciona… eres demasiado piadosa… mírate ahora mismo, dices odiarme y me amenazas, pero no te atreves a golpearme…”.

“Ya desquité mi furia… estás de suerte”, respondió Frida tomando de nuevo distancia.

“¿Sí? ¿Y por qué me entregaste ese folder con todas las pruebas del asesinato de Jake? Si tanto me odias, ¿qué sentido tenía ayudarme?”.

“Eres el padre de mis hijas… y creo que ahora odio a tu hermano tanto como tú. No quería que él ganara”.

Agachó la mirada con tristeza.

De pronto Román tomó a Frida de la muñeca y la atrajo hacia él, haciendo que chocara con su pecho.

Antes de que ella se retirara, la abrazó, manteniéndola contra su cuerpo. Encajó su nariz en su suave cabello e inhaló profundamente su aroma, embriagándose con él, recordando esa calma que le brindaba.

“No te creo”, dijo Román antes de besar su frente.

“Aún me amas”.

“Eres tan arrogante”, contestó Frida revolviéndose entre los brazos de Román.

“Suéltame”.

En ese momento llegaron al hospital y de nuevo Román la cargó con gentileza hasta urgencias.

Mientras el doctor la revisaba y le ponía un par de puntos en la herida, Román no dejaba de verla con intensidad.

“En diez días retiramos los puntos. Le mandaré medicamento para curar esa herida, no puede estar bajo el sol y debe cuidar de no volver a golpear esa zona”, dijo el doctor una vez que terminó de suturar.

“Le encargaré a Lorena que te mantenga encerrada en la habitación mientras te curas”, dijo Román reflexivo.

“¿Perdón?”.

“En cuanto salgamos de aquí, pasaremos por Carina y acabaremos con todo este circo. Regresarás a casa y te quedarás en reposo hasta que tu herida cicatrice…”.

“¿Crees que después de todo lo que ha pasado tengo ganas de regresar a tu casa como si nada? ¿Crees que no me siento herida? ¿Crees que no te odio por lo que has hecho?”, exclamó furiosa y recibió una mirada fría.

“Román… ya basta, déjame en paz… eres el novio de mi mejor amiga. Hubieras pensado bien antes de ilusionarla”.

“No me importa Marianne…”.

“¡A ti nadie te importa más que tú!”, exclamó Frida plantándose frente a él.

“¡Ya me cansé de que me veas como una presa!”.

“Eres la madre de mis hijas, mi esposa y mi amante…”, dijo Román pellizcando el mentón de Frida.

“Eres mi mujer… y sabes perfectamente que me perteneces, tu corazón se rehúsa a estar con alguien más que no sea yo”.

Se inclinó y besó suavemente los labios de Frida, arrancándole el aliento y acelerando su corazón.

Frida se maldijo, pues cada palabra era cierta. Se rehusaba a estar con otro hombre que no fuera él, pero también sabía que Román no era bueno para ella. Su interés era tóxico y retorcido. No era amor, solo obsesión y arrogancia.

Mientras Frida cerró los ojos por un momento, Román los abrió, aún saboreando los dulces labios de su mujer y viendo como Gerard daba la media vuelta, furioso al haber escuchado todo y sin saber qué hacer.

La boca de Román se torció en una sonrisa victoriosa y cuando liberó a Frida, recibió una bofetada que le hizo girar la cara.

“Marianne es mi amiga, has decidido estar con ella… ahora intenta no destruirla como me destruiste a mí”, dijo Frida furiosa y salió del consultorio.

En la cárcel, el hombre que agredió a Frida y su hermano, estaban tras las rejas, furiosos, como perros rabiosos. De pronto uno de los policías abrió la celda y con un movimiento de cabeza los motivó a salir.

“Vinieron por ustedes…”, dijo el policía con coraje.

No comprendía cómo es que el hombre que había pagado la fianza tenía más influencia que la familia Raig.

En la entrada de la comisaría, Marco veía el cielo despejado mientras fumaba, esperando a los hombres que había contratado para vigilar a Frida.

Había llegado a un acuerdo con él mismo al descubrirla viviendo de manera honrada y con alegría. Si Román no la encontraba, entonces él tampoco lo haría, pero para cumplirlo necesitaba que alguien le avisara si Román llegaba a ella.

“Señor Gibrand… esa mujer está loca”, dijo el hombre empezando a disculparse.

“Te jactas de ser un hombre fuerte e inteligente, pero una criatura tan vulnerable y frágil no solo te golpeó hasta dejarte irreconocible, sino que también hizo que cayeras en la cárcel. ¿Crees que podrás regresar a esa finca como si nada?”.

Marco se portaba frío y ni siquiera lo volteaba a ver.

“Deme una oportunidad, mi mujer sigue ahí, aun podemos continuar con el plan…”

“Ya no hay nada que vigilar… mi hermano ha regresado para reclamar lo que cree que es suyo”.

“No, el Señor Román ha hecho notar su interés en la dueña de la finca, la Señorita Marianne”.

Marco frunció el ceño, parecía confundido.

“Mientes…”.

“¡No lo hago! Le regala flores, lleva comida y han salido a cenar. No tienen problemas en demostrar su cariño”.

Veía fijamente al hombre como si le hablara en otro idioma e hiciera un esfuerzo sobrehumano por comprenderlo.

“¿Y Frida?”.

“Esa z%rra se ve más deprimida que otros días”, respondió el hermano con una sonrisa divertida, pero Marco lo tomó del cuello, lleno de furia.

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