Capítulo 59:

“Deja de molestar a Frida”.

“¡Qué aburridos!”, exclamó Marianne y se dejó caer en su asiento.

“Gracias, Gerry”, dijo Frida ofreciéndole una sonrisa a lo que Gerard respondió guiñándole el ojo.

Román había llegado hasta la finca acompañado de Álvaro. Aunque el lugar se veía agradable, no le tenía mucha confianza. La plantación no era extensa, se alcanzaba a ver gran porción de tierra sin cultivar.

“¿Está seguro de hacer esto, Señor?”, preguntó Álvaro sabiendo tan bien como Román que era una mala inversión.

“Dejemos que la Señorita Raig nos muestre el lugar y digamos cortésmente que no estamos interesados…”.

“Está bien, Señor”.

“¡¿Román Gibrand?!”, exclamó Marianne viéndolo desde la entrada de la finca.

Marianne abrió sus hermosos ojos verdes con alegría y sus mejillas se sonrojaron. Tenía un hermoso vestido de manta que dejaba sus hombros pecosos descubiertos. Su cintura estrecha y sus tobillos finos, así como sus movimientos delicados y elegantes la delataban como bailarina.

Román sintió una punzada en el corazón, pues pensó en Frida, ya que se movía con la misma elegancia. Mientras Marianne parecía un hermoso cisne, con ese cuello esbelto y mirada gentil, Frida era más parecida a un gato: ágil, delicada y con mirada rebelde.

“Gracias por venir. En verdad lo agradezco tanto”.

Se plantó frente a él y sus mejillas se sonrojaron.

‘Es más guapo en persona’, pensó emocionada y sintió que se desmayaría en cualquier momento.

“Sarah me explicó que está pasando por problemas económicos”.

“Sí… sé que un lugar así requiere demasiada paciencia, pero mis hombres necesitan de un sueldo”, dijo apenada.

Se mostraba tan vulnerable y triste que esperaba causar lástima en Román, pero este pasó de largo, ignorándola.

“¿Piensa mostrarme el lugar?”, preguntó con arrogancia y el ceño fruncido.

Entre más rápido viera todo, más pronto podría regresar a la ciudad con Emma.

“¡Sí! ¡Por favor! ¡Síganme!”, exclamó emocionada.

Frida caminaba entre las plantas de vid, tenía un sombrero de ala ancha que cubría su rostro del sol, una camisa de manta amarrada de la cintura y un faldón liviano que mostraba una de sus piernas desde el muslo. Parecía una hermosa gitana inspeccionando las primeras uvas.

A lo lejos, Gerard la veía con interés. Le encantaba admirarla cuando estaba concentrada, abstraída en su trabajo. Su mirada aguda y su rostro serio eran encantadores.

“No me agrada cómo ves a mi hermana”, dijo Hugo detrás de él.

“¿Cómo puedo evitarlo? Es hermosa…”.

“¡Claro que no! ¡Es la cosa más horrorosa que he visto en mi vida!”, exclamó indignado.

“A mis ojos, es la criatura más encantadora que jamás había visto. No puedo creer que esa niña en tutú que conocí hace tantos años ahora sea una mujer tan preciosa”.

Gerard suspiró y su corazón parecía querer escapar por su aliento.

“¡Qué cursi!”.

“¿Qué hay del padre de Cari? ¿Hay posibilidad de que regrese a la vida de Frida?”.

La pregunta incomodó a Hugo, pues lo hizo recordar todo por lo que habían pasado.

“Creo que ella no lo aceptaría. Hace un año tuvo la posibilidad de regresar con él y optó por huir”.

Notó con incomodidad como Gerard sonreía.

“Entonces… ¿Tengo el camino libre?”.

“Si me preguntas a mí, te diré que no y que no te acerques a ella”.

“¿Y si le pregunto a ella?”.

“Eso sería lo más correcto, pero solo te advierto algo, Cari va en el mismo paquete, ¿estás de acuerdo?”.

“¿Hablas en serio? Amo a esa pequeña… es la fiel imagen de Frida. La querré como si fuera mi propia hija”.

Gerard, animado, caminó entre las plantas sin quitarle la mirada de encima a Frida, cuando estuvo lo suficientemente cerca, le quitó el sombrero y retrocedió juguetón.

“¡¿Qué te pasa?! ¡Devuélveme mi sombrero!”, exclamó Frida entre risas y quiso brincar para quitárselo, pero era inalcanzable.

“Creo que se me ve mejor a mí”, dijo Gerard poniéndoselo en la cabeza, causando que las risas de Frida fueran más ruidosas.

“¡Claro que no! ¡Ni siquiera te queda!”.

Seguía saltando sin resultado. Chocó con él y antes de que cayera de espaldas, Gerard la sujetó de la cintura, pegándola a su cuerpo.

“Tienes razón… te queda mejor a ti.”

Se quitó el sombrero que lo hacía ver ridículo y clavó su mirada verde en los ojos azules de ella.

“No hay nada que no te haga ver hermosa…”.

Frida se sonrojó, sorprendida por cómo le hablaba Gerard. Estaba acostumbrada a sus cumplidos además de su constante protección, pero al ser el hermano de su amiga no lo consideraba como un posible pretendiente.

Gerard se inclinó lentamente, sin dejar de recorrer el rostro sonrojado de Frida con su mirada tan intensa. Frida se aferró a sus hombros y el aliento se le escapó de los pulmones.

“¿Gerard?”, preguntó tragando saliva.

“Solo… Quédate quieta”, pidió en un susurro antes de que sus labios se posaran en los de ella.

Los ojos de Frida se abrieron con sorpresa, parecía una primeriza que no sabía cómo besar, pero estaba consciente que su cuerpo estaba ardiendo de la vergüenza.

‘Justo lo que sospechaba, una mala inversión’, pensó Román mientras su mirada paseaba por cada detalle.

“Le mostraré la pequeña plantación que tenemos”.

Solo tenemos cinco personas para encargarse de ella, pero como bien dije, no ha generado buenos frutos, las plantas fueron sembradas antes que yo llegara a la finca y tienen solo tres años”, dijo Marianne ignorando la cara de aburrimiento de Román.

“¿Señor?”, preguntó Álvaro siendo el primero en ver a Frida después de tanto tiempo.

Cuando Román volteó hacía la plantación, vio a Frida en los brazos de Gerard. La reconoció de inmediato y de pronto un odio comenzó a latir dentro de su corazón. Quería acercarse y golpear al hombre que la tenía entre sus brazos. Deseaba arrancársela y llevársela, pero al mismo tiempo el dolor lo incapacitaba. Para él era claro que ya lo había olvidado.

“¡No puede ser!”, exclamó Marianne y de inmediato se cubrió la boca.

“Ella es mi mejor amiga, Frida Sorrentino y el apuesto hombre que la está besando es mi hermano, Gerard…”.

“Gerard…”, pronunció Román con odio y los dientes apretados.

“¡Qué lindo! Gerard siempre ha estado enamorado de Frida, desde que éramos niños… creo que este viñedo no solo dará vino, sino también mucho amor y con suerte una boda e hijos”, dijo Marianne emocionada.

“¡La pequeña Cari necesita un hermanito!”.

Román apretó los puños y dio media vuelta sin decir ni una sola palabra, necesitaba salir de ahí si no quería interferir con ese asqueroso beso y golpear a Gerard hasta la muerte. No le importaba reunirlo con Jake.

“¿Señor Gibrand? ¿Está bien? ¿Dije algo que lo molestara?”, preguntó Marianne preocupada.

Aún faltaba recorrido, pero Román no estaba dispuesto a pasar ni un minuto más en ese lugar.

Cuando llegaron al Bentley, Román dio media vuelta y Marianne chocó con él. Antes de que cayera, la tomó de los brazos y la mantuvo cerca.

Notó como la jovencita se sonrojaba y desviaba la mirada.

“Lo siento… soy media torpe…”, dijo apenada.

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