La divina obsesión del CEO -
Capítulo 49
Capítulo 49:
“Ni siquiera te has separado de Román y ya te estás revolcando con otro hombre…”.
“Papá… yo…”.
“Después de lo que hiciste, tu reputación está en juego. No permitiré que la prensa hable pestes de ti”.
Sacó el acta de divorcio y la puso sobre el escritorio.
“Supongo que ya lo pensaste bien”.
Frida cerró los ojos y recordó a esa hermosa mujer con la que se estaba besando Román. Tomó la pluma con decisión, pero cuando apoyó la punta en el papel, su mano tembló.
El celular de Tiziano vibró, era un mensaje muy simple de parte de Marco; ‘Enciende la televisión y pon las noticias’.
Hizo caso y de pronto se vieron las imágenes. Román caminando entre la gente, tomando de la mano a Celia, intentando cubrirse de las cámaras. Él se comportaba como un caballero, protegiéndola, mientras ella le sonreía apenada.
Frida dejó que un par de lágrimas cayeran sobre el acta, arrugando un poco el papel, y firmó de una sola intención. Salió devastada y dejando que las pesadas lágrimas cayeran por sus mejillas en completo silencio, preguntándose en qué momento su vida se había vuelto tan miserable.
De pronto su cuerpo se congeló, ante ella estaba Marco, con esa elegancia que siempre lucía, con un folder lleno de papeles en la mano.
“Frida… qué bueno que te encuentro, necesito hablar contigo”.
Quiso acercarse, pero ella retrocedió.
“¡Ya basta! ¡¿Qué quieres de mí?!”, exclamó furiosa.
“A ti”, respondió Marco con una sonrisa divertida.
Toda la imagen de hombre abnegado se fue a la basura y ahora solo quedaba esa mueca soberbia y altanera.
“¿Estás de acuerdo que mi hermano no piensa volver? Después de ver el periódico, claramente está furioso, si llegara a buscarte sería de seguro para matarte”.
“¿Hermano?”
Frida retrocedió con el corazón latiéndole en la cabeza.
“Nunca te dije mi apellido”, carraspeó dramáticamente y su sonrisa se hizo más grande.
“Marco Gibrand, la oveja negra de la familia”.
Frida sintió que el piso se movía.
“Frida, en verdad me has abierto los ojos. Al principio creí que solo buscabas el dinero de Román, pero ya veo que tienes alma de perro, si te alimentan una vez, los sigues el resto del camino hasta que te den una patada.
“Sabía que eras un hijo de p%ta”, respondió Frida con los dientes apretados, haciendo reír a Marco.
“Que linda fierecilla”, dijo Marco acercando su mano con intenciones de acariciar la mejilla de Frida, pero como respuesta se llevó una mordida.
“¡¿Estás loca?!”
Sacudió la mano en el aire y revisó su lesión con sorpresa. No podía comprender cómo es que lo había mordido, como si fuera ese perro del que había hablado.
“¿Firmaste el divorcio?”.
“Eso no te importa…”.
“Me importa porque de eso depende que tengamos una buena relación de pareja”, dijo Marco viendo la impresión de los dientes de Frida sobre su piel.
“¿Crees que voy a aceptar estar contigo solo por la noche que pasamos?”, preguntó Frida divertida y al mismo tiempo llena de coraje.
“¡Qué corazón tan cruel tienes, Frida!, pero no te preocupes, tengo más motivos que te pueden unir a mí”, añadió y le ofreció el folder.
Frida se lo arrebató con desconfianza y en cuanto lo abrió su semblante palideció. Era la foto de Jake y una serie de documentos que estaban ligados a su muerte, así como fotos de la autopsia que le revolvieron el estómago y prefirió cerrar de nuevo el folder.
“Me alegra ver que aún lo recuerdas. ¿Sabías que murió?”.
“No…”.
“¡Sorpresa! ¡Lo mató el hombre que amas!”.
“¿Qué?”.
“Román lo mató a golpes, pero claro… al ser tan poderoso tiene como cubrir sus huellas, se necesita de otro hombre poderoso para descubrirlas”.
Se acercó lentamente a Frida hasta que su aliento chocó con su rostro.
“Y ese soy yo”.
“No veo cómo esto me puede afectar”, dijo Frida queriendo ignorar el miedo por Román que crecía en su pecho.
“Me imagino que eres una gran bailarina, porque como actriz eres un asco”, dijo Marco con una sonrisa irónica y de pronto la tomó del cuello y la pegó contra la pared.
“Llevaré las pruebas a la justicia y Román tendrá que pagar con cadena perpetua o incluso pena de muerte. Me encargaré de que sea un ejemplo para todos los que creen que pueden ocultar sus pecados”.
“¡Suéltame! ¡No me importa nada de lo que puedas decir!”, exclamó llena de dolor.
“Tus lágrimas te delatan”, dijo molesto.
“Román no se las merecía”.
Frida dejó de luchar y se abandonó al dolor. Lo único que la mantenía de pie era la mano de Marco que aún la tenía por el cuello.
“Tú decides cómo hago infeliz a Román…. te casas conmigo y me das un hijo o lo meto a la cárcel y que se pudra ahí el resto de sus días. No me gustaría ser tan excesivo, pero eso depende de ti y tu docilidad.
Una punzada atenazó el v!entre de Frida, su dolor no provenía de la decepción y el miedo, sino de sus entrañas, y no pudo evitar ver con horror a Marco.
Posó sus manos en su bajo v!entre y agachó la mirada. Su pantalón estaba manchado de sangre. Marco la soltó y retrocedió confundido.
“¿Qué demonios?”.
“¡Duele!… ¡Duele mucho!…”, dijo Frida entre jadeos y apretando los dientes.
“¡Haz algo útil y llévame al hospital!”, exigió mientras se acercaba a Marco y se aferraba a su saco pidiendo piedad.
De pronto la tomó en brazos y la llevó corriendo hacia su Bugatti, sin darle explicaciones a Tiziano que salió en cuando escuchó los quejidos de su hija.
Román había invitado a Celia a comer. Era una mujer hermosa y distinguida, además de inteligente y estudiada. La gente a su alrededor murmuraba y aceptaban que hacían la pareja perfecta, pero Román no sacaba de su cabeza a Frida y su infidelidad.
“¿Román? ¿No tienes apetito?”, preguntó Celia confundida.
“No”.
“Si no tenías hambre, entonces… ¿por qué me invitaste? ¿Estás bien?”.
“Termina de comer para que pueda regresar a la oficina”, respondió fríamente.
“Hace un momento eras el hombre más cálido y dulce que había conocido y de pronto… te vuelves un témpano”.
Román se mantuvo en silencio, no quería aclarar nada, solo esperaba que Frida se hubiera enterado por la prensa de su relación con Celia.
“¿Señor?”, Álvaro los interrumpió con apuración.
“¿Qué ocurre?”.
“La Señora Frida está en el hospital…”.
La noticia le cayó como agua fría en el cuerpo. Nunca se había arrepentido tan rápido de algo. De inmediato se puso de pie.
“¡¿Cómo que en el hospital?! ¡¿Qué ocurrió?!”.
“No lo sé, pero la vieron llegar en brazos de Marco”.
“Vamos de inmediato”, dijo Román con el ceño fruncido y volteó hacia Celia; no estaba
apenado por dejarla, pero tenía que fingirlo.
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