Capítulo 50:

“Anda… ve… sé que eres un hombre de prioridades”, respondió Celia con el corazón roto y una sonrisa insípida.

Frida acariciaba su v!entre mientras escuchaba al doctor Bennet delante de ella.

“El ultrasonido muestra que el producto se despegó del endometrio… está muy abajo y… será imposible que el embarazo continúe…”

Estaba embarazada, el ultrasonido declaró que llevaba seis semanas. Román era el padre de la criatura que se aferraba a vivir. Los ojos se le llenaron de lágrimas y apretó los dientes cuando el doctor continuó.

“Hay que sacarlo. Lo siento…”

“¿No hay otra opción?”, preguntó llena de lágrimas.

“Tendrías que permanecer toda tu gestación en cama y con inyecciones de progesterona. Aun así, no significa que vaya a funcionar”, dijo el doctor con tristeza.

“¿Tú qué deseas hacer?”, preguntó Marco viéndola con lástima. De pronto el dolor de Frida estaba intoxicándolo y se sentía miserable.

“Si deseas intentarlo…”.

Una chispa de empatía se encendió en el pecho de Marco. Aunque fuera el hijo de Román, si ella lo deseaba, haría lo que fuera para ayudarla a mantener vivo a ese bebé.

“Fue mi culpa”, dijo Frida entre lágrimas.

“No sabía que estaba embarazada… yo…Tomé mucho alcohol, corrí hasta que las piernas me dolieron… yo… no me cuidé… yo no sabía”.

Cubrió su rostro con ambas manos y continuó llorando desconsolada.

“Prepararé el quirófano”, dijo Bennet apenado por el dolor de Frida.

“¡Espere!”, exclamó Marco con molestia.

“Frida… ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres intentarlo? ¿Quieres arriesgarte?2.

“Señor, entiendo que esté preocupado, pero otro intento de aborto y la Señora Frida también puede morir por la hemorragia. Hay que retirar el producto.”

En cuanto el doctor salió de la habitación, Marco se sentó en el borde de la cama y sacó su pañuelo para limpiar las mejillas de Frida; esta pegó su frente al pecho de él y se aferró con ambas manos a su saco mientras seguía destrozada.

La envolvió entre sus brazos mientras sentía ese delicado cuerpo vibrando al sollozar. Acarició su cabello y besó su cabeza con ternura. No sabía qué decir ni cómo consolarla, pero entre más se sumía en la miseria, más se desesperaba por no poder ayudarla.

“Lo siento…”, dijo en voz baja y apoyó su mejilla en la cabeza castaña, dejando que empapara su camisa con sus lágrimas.

Román llegó con altanería al hospital, todos se quitaban de su paso pues se veía como un león imponente y hambriento. Preguntó por la habitación de Frida y en pocos minutos llegó hasta la puerta. Antes de entrar, una mano lo tomó por la muñeca. Después de tantos años, volvía a encontrarse con Marco.

“¿Qué haces aquí? ¡¿Qué le hiciste?!”.

“Yo no hice nada…”, respondió Marco apretando las mandíbulas y en ese momento Román lo empujó.

“¡La estás usando para seguir con esta pelea sin sentido!”, exclamó Román.

“¿En verdad la quieres, Román? Si así fuera… ¿Por qué estabas tan acaramelado con la representante del banco nacional? Tanta importancia le diste, qué permitiste que los vieran juntos en público”.

“Si Frida ya no está interesada en mí, ¿por qué tengo que permanecer soltero?”, dijo Román con arrogancia.

“No le debo ninguna clase de luto”.

“Ese es el Román que conozco, orgulloso y estúpido”, respondió Marco molesto.

Mientras Frida lloraba al dejar que le arrancaran a su bebé, Román se mantenía soberbio.

“Está en el quirófano”.

“¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!”.

“Descuida, nada grave… está abortando al bebé que tiene en su v!entre”.

“¿Qué bebé? ¡¿De qué estás hablando?!”.

“¡Frida estaba embarazada de ti! Pero… bueno… no quiere volver a traer a un hijo tuyo a este mundo y menos cuando está enamorada de mí. Velo como un acto de amor hacia su nuevo novio”.

“¡¿La obligaste a abortar a mi hijo?!”.

Román lo tomó de la solapa del saco, a punto de golpearlo.

“Ella fue quien tomó la decisión. Ya te dije, no quiere tener a tu hijo, está decepcionada de ti y enamorada de mí. Así que…”.

Marco quería lastimar a Román y no iba a desperdiciar esa oportunidad. Sentía que su hermano le debía mucho a Frida y a él. Era hora de hacerlo pagar y que se ahogara con su orgullo. Quería verlo llorando y solo.

Román lo golpeó con fuerza en la cara, haciéndolo caer, pero Marco no parecía adolorido, por el contrario estaba riendo.

“¡Señores! ¡¿Qué se supone que están haciendo?!”.

La Doctora Sofía Duran se acercó molesta por el espectáculo que estaba presenciando y no se dejó intimidar por el par de grandulones. En el piso, con una gran sonrisa, Marco se limpiaba la sangre de la boca, parecía estar disfrutando del momento.

“¿Qué pasa, Román? Si ya no la quieres, entonces… ¿Qué haces aquí? ¿Por qué te molestas tanto?”.

“¡Todo esto es tu culpa! ¡Juro que te haré pedazos con mis propias manos!”, exclamó Román remangándose la camisa.

“¡Están en un hospital y no pienso permitir que lo perturben de esta forma!”, gruñó la Doctora parándose frente a Román y viéndolo de forma retadora.

“La Señora Frida estará delicada después del legrado. No es un procedimiento sencillo y corre el riesgo de sufrir hemorragias. No quiero imaginármela queriendo detenerlos, la van a matar. Así que largo del hospital”.

“La Señora Frida es mi esposa, no voy a irme de aquí”, dijo Román entre dientes, conteniendo las ganas de hacer a un lado a la doctora. Sabía que con un solo empujón podía quitarla del camino.

“Estás equivocado, firmó el divorcio en cuanto vio cómo te paseabas con la hermosa Celia”, dijo Marco acomodándose el saco y sacudiéndose los hombros, satisfecho por ver el rostro de Román palidecer.

“Frida es mi novia, yo soy quien se quedará a su lado”, se dirigió hacia la doctora que parecía cada vez más desesperada.

“¡Largo los dos de aquí! ¡Solo la van a estresar! ¡Fuera del hospital antes de que llame a seguridad!”.

“No tiene idea de con quien habla…”, dijeron los hermanos al unísono y después se vieron con molestia y repulsión.

“Me importa poco quienes sean… ¡Fuera del hospital en este momento!”, gritó la Doctora y señaló con la mano la salida, corriéndolos como un par de perros conflictivos.

“Al único que le daré parte médica será al padre de la paciente. Así que búsquenlo a él si quieren saber algo”.

Frida veía por la ventana el cielo nublado mientras las gotas de suero seguían cayendo. Las enfermeras la trataban con cariño y lástima. No sabía a dónde se había ido Marco, pero se sentía más tranquila de saber que no estaba.

Cuando Tiziano entró, parecía un alma en pena, la representación de la misma muerte, avanzando con andar pausado y actitud fría.

“Lo siento”, dijo con su voz ronca y desvió la mirada, no quería ver a Frida a los ojos.

“Me dijo la doctora que todo salió bien y que esta noche puedes regresar a casa”.

“¿Has sabido algo de Román?”, preguntó con miedo y en voz baja.

“¿Te refieres a si está enterado de que estás en el hospital?”.

Frida solo asintió y su mirada se enrojeció.

“Lo sabe…”, respondió fríamente.

“Y… ¿No ha venido?…”.

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