Capítulo 47:

“Es una mujer enamorada. Le querrá dar una segunda oportunidad. No los dejes solos y avísame cuando ella salga con el corazón roto”.

Frida corrió con todo el corazón, quería huir de sus sentimientos y de su dolor. Cuando sus piernas le ardían, arrastró los pies hasta una cantina cercana.

Estaba llena de motocicletas y por dentro parecía peligrosa. Aun así, entró, necesitaba olvidar, necesitaba ahogar su dolor. Era un impulso autodestructivo que prometía liberarla.

Se sentó delante de la barra y pidió una cerveza. El cantinero, un hombre gordo y mal encarado con un bigote prominente, dejó la botella frente a ella y se sorprendió al verla bebiendo con tanta agilidad.

“Otra ronda… yo invito”, dijo un hombre acercándose a ella.

“No estoy interesada…”.

“Tranquila, solo te estoy invitando un trago”, agregó el hombre y acercó su mano hacia su cabello.

Frida se sacudió de inmediato, tomó la cerveza y la bebió como si fuera agua.

“Parece que el dolor que cargas es demasiado grande. ¡Otra ronda!”.

“Invítame las rondas que quieras, no me acostaré contigo”.

“Tranquila, bonita…”.

“Soy madre soltera y mi vida amorosa es una m*erda… ¿Crees que tengo ganas de lidiar con un hombre insolente?”.

Su hostilidad la estaba volviendo un reto para ese hombre.

Las botellas vacías acapararon la barra. Frida bebía sin detenerse y el alcohol la desinhibió. Comenzó a llorar y a lamentarse, maldiciendo a Román con todo su corazón y sintiéndose tonta por seguir amándolo de esa forma.

Aturdida y con el rostro caliente, sacó un par de billetes de su bolsillo y los dejó al lado de las botellas antes de levantarse de su banco y caminar tambaleante hacia la puerta. Tenía que regresar a casa.

“¿A dónde vas? La noche aún es joven”, dijo el hombre mal encarado queriendo detenerla.

La tomó del brazo, pero ella de inmediato se lo sacudió.

Frida estaba ebria, el piso se le movía y terminó tropezando. Quiso agarrarse de la puerta ya abierta del local y terminó en el pavimento. Se quedó por un momento ahí, sobre el asfalto frío, sin ganas de levantarse hasta que el hombre la tomó por la cintura.

“No puedes andar sola por la calle de esa forma…”, dijo divertido, abrazándola contra su pecho.

Dame un beso y con gusto te llevaré a un lugar seguro.

Acercó su rostro al de Frida, queriendo alcanzar sus labios, pero ella hacía su mejor esfuerzo por alejarse de él.

De pronto un Bugatti rojo chirrió llantas y se estacionó frente a la pareja. Un hombre de mirada feroz y oscura se precipitó hacia el motociclista y le dio un golpe en la cara que lo hizo caer hacia atrás, soltando a Frida en el acto. Un par de manos fuertes la tomaron de los brazos y la sacudieron con fuerza.

“¡¿Frida?! ¡¿Estás bien?!”, exclamó el hombre tratando de analizar su rostro.

“¿Román?”, preguntó Frida entre lágrimas al ver los ojos negros de su héroe.

“¿Román, eres tú? ¿Viniste a rescatarme?”.

De inmediato se abrazó a su cuello y comenzó a sollozar. Marco estaba molesto por ser confundido con su hermano, aun así, no dudó en estrechar a Frida de manera protectora mientras el resto de los motociclistas salían del bar y veían a su compañero caído.

“Tenemos que iros”, dijo Marco mientras acariciaba el cabello de Frida.

“Llévame a casa, Román… solo quiero estar contigo”, contestó arrastrando la voz.

El corazón de Marco se estrujó, ¿tanto amaba a Román como para denigrarse de esa forma? La llevó hasta el asiento del auto y le colocó el cinturón de seguridad.

Una vez en la vialidad, Frida no dejaba de extender sus manos hacia él, queriendo alcanzarlo, llenándolo de caricias torpes mientras lloraba.

Marco de pronto sonrió con malicia, sus planes se habían facilitado ahora que estaba ebria y lo confundía con su hermano. Entró al estacionamiento del hotel más próximo y elegante, y con cuidado sacó a Frida en brazos. Ya estaba más dormida que despierta.

Con delicadeza la puso en la cama y no pudo evitar sentirse ansioso al verla tan vulnerable, con las mejillas sonrojadas y esos labios carnosos llamándolo.

Disfrutó retirar cada prenda que cubría a Frida, mientras esta aún tenía lágrimas frescas en sus mejillas. La comenzó a besar con deleite entre la penumbra y su tacto la despertaba momentáneamente, retorciéndola de placer al pensar que era Román quien la estaba amando.

Cuando Marco vio las cicatrices en su espalda, listo para quitarse los pantalones y escabullirse entre las piernas de Frida, tomó su teléfono e hizo una llamada, los paparazzis mañana estarían listos para tomar las fotos pertinentes.

Cuando colgó, abrió la cámara y tomó un par de fotos de Frida ebria y adormecida. Una última donde él la besaba con insistencia mientras ella fruncía el ceño y movía su cabeza débilmente para evitar su boca.

“Cuando termine con tu encantadora esposa… te envío las fotos, querido Román”, dijo en voz baja y dejó su teléfono en la mesa de noche.

Comenzó a acomodarse encima de Frida mientras la llenaba de besos y caricias, su cuerpo anhelaba fundirse con el de ella, una sensación que nunca había sentido antes se apoderaba de su pecho.

¿Qué clase de esencia destilaba la piel de Frida que parecía seducir a los hombres de manera inconsciente?

Delineó sus labios y la vio por primera vez con atención. En verdad era una mujer hermosa, de rasgos sencillos, pero bellos. Su cuerpo comenzó a hervir en necesidad. Necesitaba tomarla, deseaba escucharla suspirar por él.

Tomó sus tiernos muslos y los abrió suavemente para colocarse entre ellos, pero se detuvo cuando la boca de Frida se abrió.

“Román”, dijo aún con los ojos cerrados y estiró las manos hasta el rostro de Marco.

“Te amo tanto”.

Esas palabras terminaron con la acción mucho antes de que comenzara.

Marco sentía odio hacia Román, no por la rivalidad que los envenenaba desde pequeños, sino porque ahora deseaba que esas palabras fueran dedicadas para él. Quería que una mujer lo evocara incluso en la inconsciencia.

“Frida… ¿Estás haciendo esto a propósito?”, preguntó en su oído y besó su mejilla.

“¿Quién está cayendo en la trampa de quién?”.

De pronto ella lo abrazó, acercándolo aún más y frotó su mejilla con cariño, desbaratando sus defensas y petrificándolo. Todo su ímpetu se había apagado.

Marco salió de la cama y se fue directo al baño a darse una ducha fría. Deseaba tomarla, pero también quería que ella estuviera consciente y lo deseara más de lo que deseaba a Román.

“No eres como July”, se dijo bajo el chorro de agua.

July no había dudado en aceptar sus detalles, le encantaba tener la atención de dos hombres al mismo tiempo y cuando Marco la sedujo no tardó en abrirle las piernas, pero Frida era diferente, incluso ebria y dolida, seguía pensando en Román, ni siquiera por despecho aceptaría a Marco.

Frida abrió los ojos lentamente, la cabeza le daba vueltas y lo primero que vio fue el reloj sobre la mesa de noche. Las diez de la mañana.

Aunque era fin de semana, era demasiado tarde para intentar llegar sin que nadie se diera cuenta; a Tiziano le gustaba que todos desayunaran desde las nueve en punto. A estas alturas ya se habría dado cuenta de que no estaba en casa.

Se levantó abruptamente de la cama, dándose cuenta de que estaba desnuda y recordó vagamente lo ocurrido anoche. ¿Se había enredado con aquel asqueroso motociclista?

El cuarto de hotel parecía demasiado refinado para que eso fuera verdad.

La puerta del baño se abrió y el corazón de Frida rogaba porque fuera Román y hubieran tenido un reencuentro épico, que hubiera sido él quien la rescató de ese lugar y la amó durante la noche, pero a quien vio fue a Marco, secándose el cabello con una toalla mientras otra lo cubría de la cintura para abajo.

“No… no puede ser cierto…”, dijo Frida con horror.

“Buenos días… ¿Qué tal dormiste?”.

“¡¿Cómo pudiste?!”.

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